Mujeres viajeras. Luisa Borovsky
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Pero este fenómeno suele notarse en nuestro país; así, creo inútil estudiarlo detenidamente, por ahora.
Sin embargo, no resisto á la tentación de decir, que la diferencia es más de superficie que de realidad. Debajo de la corteza un tanto rústica de esos padres de familia, de esos maridos, que pasan el dia entero, ocupados en ganar el dinero para el hogar, down town (la parte comercial de la ciudad), hállase bondad y finura innatas. El Yankee es generoso como pocos; y sus mujeres, sus hijas, no tienen sino manifestar un deseo para que sea satisfecho. Verdaderas máquinas de trabajo, aquellos hombres, al parecer tan interesados, gastan cuanto ganan, para contentar á los suyos, y esto, qué indica? Es acaso vulgaridad? Todo lo contrario. Que cuanto más refinado es el sentimiento que la mujer inspira al hombre, mayor es la dosis de elevación que el corazón de éste encierra.
La mujer, en la Union Americana, es soberana absoluta; el hombre vive, trabaja y se eleva por ella y para ella. Es ahí que debe buscarse y estudiarse la influencia femenina y no en sueños de emancipación política. Qué ganarían las Americanas con emanciparse? Más bien perderían, y bien lo saben.
Las mujeres influyen en la cosa pública por medios que llamaré psicológicos é indirectos.
En el periodismo, véseles ocupando de frente un puesto que nada de anti-femenino tiene. Los periódicos en los Estados Unidos, el país más rico en publicaciones de ese género, cuentan con una falange que representa para ellos el elemento ameno. Mujeres son las encargadas de los artículos de los Domingos, de esa literatura sencilla y sana, que debe servir de alimento intelectual á los habitantes de la Union, en el día consagrado á la meditación.
Son ellas también las que, por lo general, traducen del alemán, del italiano y aun del francés, los primeros capítulos de los nuevos libros, con que el periódico engalana sus columnas; ellas las que dan cuenta cabal y exacta de las fiestas, cuyos detalles finísimos y acabados llevan el sello del connaisseur. Reporters femeninos, son los que describen con amore el color de los trajes de las damas, su corte, sus bellezas, sus misterios, sus defectos; y á fe que lo hacen concienzuda y científicamente. Los Yankees desdeñan, y con razón, ese reportismo que tiene por tema encajes y sedas; hallan sin duda la tarea poco varonil. Es lástima que en los demás países no suceda otro tanto.
En ello además, las mujeres tienen un medio honrado é intelectual para ganar su vida: y se emancipan así de la cruel servidumbre de la aguja, servidumbre terrible desde la invención de las máquinas de coser. Más tarde debía aparecer la mujer empleado, ya en el Correo ya en los Ministerios.
Una buena reporter gana en los Estados Unidos de doscientos cincuenta á trescientos duros mensuales.
Merced al frac y á la corbata blanca, penetra el reporter masculino; la gasa ó la muselina abren las puertas de los salones de baile á las muchachas reporters; éstas, por lo general, son jóvenes de dieciocho á veinte años. He visto siempre acoger con gran simpatía, á esa pléyade intelectual en todas partes, y yo tuve gran amistad y aprecio por miss Snead, la primer reporter de la Union. En dónde no se encontraba á la aérea y elegante escritora tan alegre y jocosa? Era curioso observarla. Parecía ocupada como las demás muchachas en bailar y en flirtear. Pero un solo detalle no se le escapaba, y al dia siguiente su crónica era de seguro la más completa; y casi siempre, por más que esto parezca inverosímil, la más benévola. Indudablemente, la tarea del reportismo concienzudo, ejerce una influencia benéfica en el espíritu de la mujer y ensancha las tendencias más ó ménos estrechas de su carácter y las aleja forzosamente de la crítica envidiosa.
No se crea por esto, sinembargo, que el reportismo femenino se compone puramente de miel y ambrosía. Oh, no! Y algunas veces he deplorado el mal gusto empleado para criticar, ya sea el atavío, ya el físico ó las maneras del desgraciado ó desgraciada, que en la gran falta incurría, de no caer en gracia á la autora de la crónica; pero, este mal no es especial á sexo alguno en ningún país. He leído cosas atroces referentes especialmente al Cuerpo Diplomático, de reporters barbudos ó con tez de rosa. Ese Corp, sin embargo, que es para los Americanos el prototipo de la elegancia y del buen tono, servía con frecuencia de blanco á tiros desapiadados; sin duda, á causa del gran ideal que evocaba, eran los reportes de ambos sexos más exigentes con él. El Sunday Gazette de Washington, solía traer críticas acervas sobre la mezquindad de la manera de vivir de uno ú otro Representante de naciones de primer órden, entrando en detalles penosísimos, no sólo para la víctima, sino hasta para sus colegas favorecidos. En ninguna parte la prensa trata esas cuestiones diplomático-sociales con mayor desparpajo. Entre nosotros, tales abusos, dieran quizá margen á reclamaciones: en los Estados Unidos nadie puede evitarlos, ni mucho menos castigarlos.
Ha visto Vd. el Opera House? Era la primer pregunta que en Filadelfia me hacían las señoras, y agregaban: No deje Vd. de admirar el chandelier; debilidad un tanto provincial era ésta; excusable, sinembargo, pues la mentada araña del teatro es hermosísima y alumbra por sí sola toda la sala muy espaciosa y acústica.
Il Ballo in Maschera horriblemente ejecutado por una compañía de tercer órden, fué el espectáculo á que asistí en Filadelfia. Llegaba yo de París, donde Mario terminaba su carrera musical, con esa partitura, en compañía de la Penco: no es de extrañarse, pues, si la representacion me pareció aún peor, quizá, de lo que en realidad lo fuera.
El público, no obstante acogió á los cantantes con especial benevolencia: fueron aplaudidos y hasta silbados, que los Yankees para expresar el colmo de su entusiasmo, hacen precisamente lo contrario de los demás pueblos, silban con furor. Prevenidos los artistas de antemano, de esta aberración, saben á qué atenerse, y el odioso silbido, acaricia más bien que hiere sus oídos. La Patti alguna vez me ha confesado el horror que los silbidos le produjeron siempre, á pesar de haber comenzado su carrera, en los Estados Unidos; yo creo que á mí me hubiera sucedido otro tanto: el palmoteo parece signo natural de contento.
Gusta mucho el pueblo Americano de la repetición de un motivo que ha sido bien ejecutado y lleva su exigencia, á veces, hasta el extremo de pedirlo, de exigirlo cuatro y cinco veces seguidas. Como se supone, la corrección musical nada gana con esos encores, pues los Yankees, es la palabra francesa que usan, en lugar del bis latino usual en Francia. No poca gracia me causó en un teatro de Minstrels (son éstos cantores que se pintan y disfrazan de negros, para cantar y bailar música bufa), ver en los costados del proscenio, dos grandes letreros con estas palabras: No enchores. Pregunté al amigo que nos acompañaba, y su explicacion despertó en mí tal acceso de risa, que al recordarla, aún me río. La h que figuraba en medio del encore era un presente sajón, hecho á la Lengua de Molière, que hubiera inspirado, de seguro, al autor des Precieuses ridicules, alguna chispeante sátira.
Capítulo XIX
El doctor Acosta, un compañero de viaje, es decir, de travesía trasatlántica, habíame pedido permiso algunas veces, para acompañarme á Brooklyn, repitiéndome: “Es un sitio delicioso y allí conocerá Vd. la buena sociedad Americana”.
Confieso que después de haber viajado ya tanto, la pereza me invadía; y con el calor creciente, postergaba la excursión de un día para otro.
Una tarde llegó, sinembargo, el momento de realizarla y me dejé conducir por el buen doctor, sin entrar en grandes averiguaciones, con un: Vamos! más resignado que entusiasta.
“Es cosa facilísima”, agregó mi compañero. “Además, esta noche mis amigas tienen concierto.”
Lo del concierto, algo me desconcertó; pensé en la sencillez de mi traje, que al fin soy lady: y casi volví á aplazar la partida para otra ocasión.
Pero, ya sea pereza, ya benevolencia, cosas que á veces se asemejan y confunden, me planté valerosamente mi sombrerito, empuñé