Heridas en el alma. Melanie Milburne
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–Esto es ridículo. No puedo creer que esté sucediendo. ¿Compartir contigo la suite durante un fin de semana? Es… impensable.
–Has compartido mucho más que una suite conmigo en el pasado. Nuestra primera noche juntos la pasamos en una habitación muy parecida a esta, ¿verdad?
Aquella afirmación tan seca disparó una tormenta de fuego en su cuerpo. No quería pensar en aquella noche y en cómo su cuerpo había respondido a él de un modo tan ávido. Cómo su sentidos se habían rendido a sus caricias. ¿Cuántas mujeres habrían disfrutado desde su ruptura de la presión de su boca, la delicada pero firme embestida de su cuerpo, la sensual caricia de sus manos? Una punzada de celos le atravesó el vientre, provocando un dolor tan profundo en su cuerpo que tuvo que contener un gemido.
Juliette le lanzó una mirada lo bastante furibunda para derretir la pintura de las paredes.
–¿Con cuántas mujeres has compartido habitación de hotel desde que nos separamos?
Algo atravesó las facciones de Joe como un ciclón.
–Con ninguna. Todavía estamos técnicamente casados, cara –afirmó él con un tono bajo y ronco.
Clavó la mirada en ella de un modo que Juliette encontró perturbador. Porque le resultaba casi imposible apartar los ojos.
Ella frunció el ceño y cerró y abrió la boca haciendo un esfuerzo por encontrar algo que decir. ¿Ninguna? ¿No había tenido amantes desde ella? ¿Qué significaba eso?
Tragó saliva y finalmente consiguió hablar.
–¿Has sido célibe todo este tiempo? ¿Durante quince meses?
Su media sonrisa le provocó una pequeña punzada en el corazón.
–¿Tan sorprendente te parece?
–Bueno, sí, porque eres… –Juliette guardó silencio. Sintió cómo se le sonrojaban las mejillas y apartó la vista.
–¿Qué soy?
Ella apretó los labios y volvió a mirarlo.
–Eres muy bueno en el sexo, y pensé que lo echarías de menos y querrías encontrar a alguien más, o a muchas más cuando rompimos.
–¿Tú has encontrado a alguien? –una línea de tensión recorrió la boca de Joe.
Juliette contuvo una carcajada. ¿Acostarse ella con alguien? La idea no se le había pasado siquiera por la cabeza. Lo que era extraño, si lo pensaba bien. ¿Por qué no lo había pensado? Se suponía que ya había superado a Joe. ¿No significaba eso que debería estar interesada en reemplazarlo? Pero sin saber por qué, la idea le resultaba repugnante.
–No, por supuesto que no.
Joe mantuvo la mirada fija en ella.
–¿Y por qué no? Tú también eres muy buena en el sexo. ¿No lo echas de menos?
Su tono profundo y grave era como melaza vertida sobre gravilla.
Juliette no solo tenía las mejillas sonrojadas… todo su cuerpo estaba en llamas. Llamas temblorosas de deseo renovado ardiendo en cada una de sus zonas erógenas. Zonas erógenas que reaccionaban ante la presencia de Joe como si se ajustaran a la perfección a su radar. El cuerpo de Juliette lo reconocía de mil maneras. Incluso su voz tenía el poder de derretirle los huesos. Su piel recordaba sus caricias como si las tuviera grabadas en cada poro. El anhelo de su contacto era como un latido de fondo en su sangre, pero cada vez que sus miradas se cruzaban le aceleraba el pulso.
Y tenía la sensación de que Joe lo sabía muy bien.
Juliette se pasó las palmas de las manos, repentinamente húmedas, por el frente del albornoz y se giró para darle la espalda.
–Esa es exactamente la razón por la que no quiero compartir habitación contigo este fin de semana.
–Porque todavía me deseas.
No era una pregunta, sino una afirmación grabada en piedra.
Juliette se giró para mirarlo, la rabia le subía como si fuera una olla exprés a punto de estallar. El cuerpo le temblaba, la sangre amenazaba con estallarle en las venas. ¿Debería mencionar los papeles del divorcio que le quemaban en la bolsa? La idea le pasó por la mente, pero la desechó. Tenía pensado dárselos cuando Lucy y Damon se hubieran marchado el domingo por la mañana a su crucero de luna de miel. Estropearía las celebraciones si se pronunciaba la odiosa palabra «divorcio».
Pero Joe había mencionado otra palabra peligrosa que empezaba también por D. Deseo.
–¿Crees que no puedo resistirme a ti? –la voz le tembló por el esfuerzo de contener la rabia.
Joe llevó la mirada hacia su boca como si estuviera recordando cómo le había complacido con ella en el pasado. Volvió a mirarla y Juliette sintió un nudo en el estómago.
–No quiero pelearme contigo, cara.
–¿Qué quieres entonces? –Juliette no tendría que haber hecho semejante pregunta, a juzgar por la respuesta del brillo de sus ojos color chocolate.
Joe acortó la distancia entre ellos con pasos mesurados, pero ella no se movió.
Sentía que no le funcionaban las piernas, que no podía recuperar la fuerza de voluntad, no podía pensar en una sola razón por la que no debería estar allí y disfrutar de la exquisita expectación de tenerlo lo suficientemente cerca como para tocarlo.
Joe le puso la mano en la cara y deslizó el dedo índice por la curva de su mejilla por debajo de la oreja hasta la barbilla. Fue un contacto de lo más ligero, apenas un roce, pero cada célula de su cuerpo se despertó como un corazón muerto con las palas de un desfibrilador.
Cada gota de sangre de sus venas se puso las zapatillas de correr. Cada átomo de su fuerza de voluntad se disolvió como una aspirina en el agua. Podía oler las notas de lima de su loción para después del afeitado. Podía ver la sombra sensual de la barba incipiente de su mandíbula cincelada, y Juliette tuvo que apretar los puños para evitar tocarlo.
–Adivina lo que quiero hacer –la voz de Joe era áspera y tenía la mirada entrecerrada. El aire se cargó de pronto de posibilidades eróticas.
Juliette sintió cómo su cuerpo se balanceaba hacia él como si alguien la estuviera empujando inexorablemente desde atrás. Ya no tenía los puños cerrados, sino plantados en la dura pared de su pecho, la parte inferior de su cuerpo pulsando con deseo. Joe le puso las manos en las caderas, el calor de sus dedos grandes se deslizó por su piel con la potencia de una droga poderosa. Su mirada, oscura como la noche, se dirigió a su boca, y no pudo evitar humedecerse los labios con la punta de la lengua.
Joe aspiró con fuerza el aire como si su acción hubiera activado algo primitivo en su interior, algo fiero. La atrajo todavía más cerca, la apretó contra la pelvis, y el cuerpo traicionero y necesitado de Juliette se encontró con su dura entrepierna.
La boca de Joe fue a parar a escasos milímetros de la