Heridas en el alma. Melanie Milburne
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–Era el aniversario de la muerte de mi madre.
Su tono era frío, sin intención. Pero había una nota de tristeza bajo la superficie.
Juliette lo miró sin comprender.
–Pero no lo entiendo… me habías dicho que tu madre emigró a Australia. ¿No era esa la razón por la que no vino a nuestra boda?
–Esa es mi madrastra. Mis padres están los dos muertos.
¿Lo había entendido mal Juliette cuando estaban juntos? Intentó recordar la conversación, pero no se acordaba de un solo detalle. Sabía que su padre había muerto unos años atrás, pero Joe no había mencionado apenas a su madre. Tenía la sensación de que era un tema del que no quería hablar mucho, y por eso no había insistido. No habían hablado demasiado de sus familias, sobre todo porque Joe pasaba mucho tiempo fuera de casa. Sus breves y apasionados encuentros cuando volvía a casa entre viajes eran puestas al día físicas, no emocionales.
Juliette había deseado algo más que intimidad física, pero no supo cómo llegar a él. Había fracasado en todos sus intentos, y Joe siempre terminaba yéndose a cumplir otro compromiso laboral. Era como si percibiera la necesidad de conexión emocional de Juliette y le resultara extremadamente amenazadora. Pero siendo justa, ella también era bastante vaga respecto a sus propios asuntos familiares. No quería que Joe supiera lo fuera de sitio que se sentía en su brillante y académica familia.
–Lo siento –dijo frunciendo el ceño–. No debí escucharte correctamente cuando me hablaste de eso.
Los labios de Joe esbozaron una sonrisa que le llegó a los ojos.
–Mi padre volvió a casarse cuando yo era un niño. Pero cuando él murió, mi madrastra y mis dos hermanastros emigraron a Melbourne, donde ella tenía familia.
–¿Tienes contacto con ellos? ¿Teléfono? ¿Correos electrónicos? ¿Felicitaciones de cumpleaños… esas cosas?
–Lo imprescindible.
Juliette empezaba a darse cuenta de que no sabía mucho del hombre con el que se había casado con tanta precipitación. ¿Por qué no se había esforzado un poco más en ayudarlo a que se abriera? El repentino embarazo la había lanzado a una espiral de emociones. Y cuando por fin reunió el valor para llamarle y decírselo, Joe voló directamente a Londres y se presentó en su apartamento con una proposición de matrimonio. Una proposición que Juliette se había sentido obligada a aceptar para paliar algo de la vergüenza que había provocado en sus padres al quedarse embarazada tras una aventura de una noche.
Volvió a mirarlo, preguntándose cómo era posible estar físicamente tan cerca de alguien sin saber nada de él.
–¿Cuántos años tenías cuando murió tu madre?
Joe consultó el reloj y maldijo suavemente entre dientes.
–¿No tenemos esa historia de la copa pronto?
–Cielos –Juliette dijo una versión mucho más suave de la palabrota–. No estoy vestida y no me he peinado.
Joe agarró un mechón de su caballo castaño y jugueteó con él entre los dedos.
–Está precioso tal y como está –Joe bajó un tono la voz. Sus ojos eran de un negro infinito.
Juliette tragó saliva e hizo un esfuerzo por no mirarle la boca.
–Ejem. Me estás tocando. ¿Recuerdas las reglas?
Joe le soltó el mechón y dio un paso atrás con una sonrisa fría.
–¿Cómo iba a olvidarlas?
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