Heridas en el alma. Melanie Milburne

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Heridas en el alma - Melanie Milburne Bianca

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style="font-size:15px;">      A Juliette le latía el corazón con tanta fuerza que pensó que se le iba a salir del pecho.

      –No hagas esto, Joe… –la voz no le salió ni con la mitad de fuerza que pretendía.

      Joe frotó suavemente la nariz contra la suya, un toquecito de piel con piel que provocó una oleada de deseo en todo el cuerpo de Juliette.

      –¿Qué estoy haciendo? Mmm… –los labios de Joe rozaron las comisuras de los suyos. No llegó a ser un beso propiamente dicho pero casi, y sus labios se estremecieron.

      Juliette entreabrió los labios y bajó las pestañas, su boca se acercó a la suya, pero entonces le surgió una señal de stop en la mente. ¿Qué estaba haciendo? ¿Suplicarle prácticamente un beso como si fuera una adolescente enamorada por primera vez? Aspiró con fuerza el aire y dio un paso atrás, mirándolo fijamente.

      –¿Qué diablos crees que estás haciendo? –nada como intentar desviar la atención de su propia debilidad.

      La fría compostura de Joe fue un insulto añadido a las confusas emociones que le atravesaban el cuerpo.

      –Solo te habría besado si tú hubieras querido. Y querías, ¿no es verdad, cariño?

      Juliette quería darle una bofetada. Quería clavarle las uñas en la cara. Quería darle patadas en las espinillas hasta que se le destrozaran los huesos. Pero lo que ocurrió fue que los ojos se le llenaron de lágrimas y sintió como si le estuvieran apretando el pecho con un torniquete.

      –Te… te odio –la voz se le quebró en la garganta–. No te haces idea de cuánto.

      –Tal vez eso sea algo bueno –la expresión de Joe volvió a transformarse en una máscara estática. Ilegible. Inalcanzable.

      ¿Por qué no estaba Juliette intentando librarse de su agarre? ¿Por qué no ponía distancia entre sus cuerpos? ¿Por qué sentía como si aquel fuera el lugar al que pertenecía, entre la cálida protección de sus brazos?

      Alzó la vista para mirarlo muy despacio, tenía las emociones tan emboscadas que no era capaz de encontrar la rabia. ¿Dónde estaba la rabia? La necesitaba. No podía sobrevivir sin la rabia corriéndole por las venas. Parpadeó para librarse de las lágrimas, decidida a no llorar delante de él.

      –No sé cómo manejar esta… situación –tragó saliva y dirigió la mirada hacia el cuello de la camisa de Joe–. No quiero estropear la boda de Lucy y Damon, pero compartir esta suite contigo es… –se mordió el labio inferior, incapaz de expresar su miedo con palabras.

      Joe le levantó la barbilla con un dedo y clavó la mirada en la suya.

      –¿Y si te prometo que no te besaré? Eso te tranquilizaría, ¿verdad?

      «¡No! Quiero que me beses».

      Juliette se quedó impactada consigo misma. Sorprendida y avergonzada por sus ingobernables deseos. Se apartó de Joe y se rodeó el cuerpo con los brazos antes de sentir la tentación de traicionarse todavía más.

      –Bien. Eso suena razonable. Vamos a poner algunas reglas básicas.

      Estaba orgullosa de su tono de voz ecuánime. De haber recuperado la fuerza de voluntad.

      –Nada de besos. Ni nada de tocarse.

      Joe asintió despacio.

      –Me parece bien –se dirigió al sofá y se sentó, cruzando un tobillo sobre otro.

      ¿Le parecía bien?

      Toda la parte femenina de Juliette se sintió ofendida por la facilidad con la que aceptó las normas.

      ¿No podría haberse resistido un poco?

      Pero tal vez Joe tenía a alguien más a quien quería besar y tocar y hacer el amor ahora. Tal vez estaba cansado del celibato y se veía preparado para seguir adelante con su vida. Después de todo, habían pasado quince meses. Era mucho tiempo para que un hombre en su apogeo sexual estuviera sin una amante. Juliette sintió una opresión en el pecho que le bajó directamente al estómago. Se le formaron varios nudos que le dificultaban la respiración.

      Debía hacer un esfuerzo por contenerse. No tenía derecho a estar celosa. Ella había puesto fin a su matrimonio. Tenía los papeles del divorcio en la bolsa, por el amor de Dios.

      –Bien –murmuró con los dientes apretados–. Pero por supuesto, eso nos deja con el problema de qué vamos a decirles a Lucy y a Damon cuando se den cuenta de que estamos compartiendo suite.

      Juliette se acercó al mueble bar y sacó una botella de agua. Le quitó el tapón y se sirvió un vaso. Lo agarró y se giró para mirarlo.

      –¿Alguna sugerencia?

      La expresión de Joe seguía siendo inescrutable, pero percibió un recelo interior. Su postura era demasiado despreocupada, demasiado relajada y contenida.

      –Podríamos decir que estamos dándole una oportunidad a la reconciliación.

      Juliette le dio un sorbo al vaso de agua para no dejarse llevar por la tentación de arrojárselo a la cara. Luego lo dejó con un golpe seco sobre la encimera.

      –¿Una reconciliación? ¿Para un matrimonio que no tenía que haber existido desde un principio?

      Un nudo de tensión apareció en la boca de Joe. Tenía los ojos clavados en ella.

      –No fui yo quien rompió nuestro matrimonio.

      Juliette se acercó a las ventanas que daban a las dunas blancas de arena y el agua turquesa de la playa. Aspiró con fuerza el aire.

      –No, porque tú ni siquiera estabas implicado en él desde el principio.

      El silencio se hizo tan largo que fue como si el tiempo se hubiera detenido.

      Juliette escuchó el sonido de la ropa de Joe cuando se levantó del sofá. Contó sus pasos a medida que se acercaba a ella, pero no se dio la vuelta. Joe se colocó a su lado con la mirada clavada en la playa, como ella.

      Tras un largo instante, Joe giró la cabeza para mirarla con labios apretados.

      –Si fueras sincera verías que tú tampoco estabas ahí del todo, Juliette. Todavía estabas olvidando a tu ex. Por eso nos conocimos, porque no podías soportar la idea de pasar sola la noche en la que él iba a casarse con la que considerabas tu amiga.

      Juliette deseó poder negarlo, pero cada palabra que había dicho Joe era cierta. La traición de Harvey la había destrozado. Salían juntos desde que eran adolescentes. Hacía meses que tenía una aventura con Clara, y Juliette no lo había visto venir ni por asomo. La noche que pensó que Harvey le iba a pedir matrimonio, él le dijo que la dejaba. Harvey Atkinson-Lloyd, la elección de sus padres como marido perfecto para su única hija. La hija que, a diferencia de sus exitosos hermanos Mark y Jonathon, no había conseguido hacer nunca nada para ganarse su aprobación.

      Juliette apretó los dientes, dividida entre la rabia que sentía hacia Joe por haber señalado su estupidez y la ira hacia sí misma por hacer que una situación mala fuera todavía peor

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