Lady Aurora. Claudia Velasco
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–¡No me lo puedo creer!
–Te lo juro por Dios, es verdad.
–Lo sé, «no me lo puedo creer» es solo una expresión. Ya verás cuando se lo contemos a Ben.
–¿Ben conoce a la señorita Austen?
–Por supuesto, es incluso un lector más apasionado que yo.
–No sabía que los caballeros leyeran esos libros.
–Hoy en día esos libros son patrimonio de la lengua inglesa, ella es una de nuestras escritoras más famosas y su trabajo es considerado una obra maestra de la literatura universal.
–¿Una mujer? Qué interesante, aunque deberías saber una cosa.
–¿El qué?
–La señorita Jane Austen detestaba Bath.
Capítulo 3
Entró en el despacho a la carrera, tiró el bolso del gimnasio al suelo y se puso frente a las tres pantallas de ordenador de su mesa rozando el ratón inalámbrico. Las tres se encendieron a la vez y le proporcionaron una imagen de los paneles principales de Tokio, Nueva York y Londres, buscó unos valores en concreto y soltó un bufido antes de volver a prestarle atención al teléfono móvil.
–Todo está en orden, Marcia, no veo ningún problema en….
–¿Estás seguro? El bróker de Jazmine Bateman le avisó de una caída en picado en el Dow Jones de Industriales y yo, pues… ya sabes que Peter…
–Escucha, si quieres que el bróker de tu amiga Jazmine se ocupe de esto, estupendo.
–Él al menos la mantiene informada.
–Porque será su trabajo. Yo no soy tu bróker, ni hablo con mis clientes. Gestiono grandes fondos y, por haceros un favor especial a Peter y a ti, os asesoro, pero no tengo tiempo para esto.
Mejor colgó, porque esa mujer insoportable no entendía nada, y acababa de sacarlo del gimnasio por una falsa alarma, así que quería matarla. Se desplomó en su butaca nueva resoplando, miró la foto de su familia que tenía en una esquina del escritorio y pensó en llamar a Meg para saber qué había pasado con Jane Austen, pero primero tenía que resolver otras cosas. Levantó la vista y vio entrar a Perpetua con una Tablet en la mano.
–¿Qué tal la Phillipe Stark? –preguntó ella sin dar ni los buenos días.
–Genial, es muy cómoda –tocó el suave cuero de la butaca diseñada por ese artista francés que le acababa de decorar el despacho y el piso, y Perpetua asintió.
–Por lo que cuesta, más le vale. Te han llamado seis señoritas diferentes, dos conocidas y cuatro nuevas, a ver si no vas dando tu tarjeta a todo el mundo porque yo no tengo tiempo para esto.
–Perpetua…
–No me digas que es por trabajo porque nos conocemos. Para asuntos personales dales tu móvil.
–Eso jamás –le sonrió y ella, que era una dama muy eficiente de sesenta años que había sido su primera, y seguía siendo su única secretaria, entornó los ojos–. ¿Qué tal Peggy?
–Muy bien, a estas horas ya estarán en Tailandia.
–Me alegro –miró otra vez las pantallas de ordenador y siguió hablando–. Pídele a George, por favor, que me busque un gestor junior para los Hiddleston. Marcia no me deja en paz y hoy la he mandado un poco a paseo. Pero no quiero perderlos del todo, necesitan un bróker que se ocupe de sus necesidades.
–De acuerdo. ¿Has llamado a tu madre? A tu abuela le hacían la resonancia magnética hoy –él asintió–. ¿Y a Meg? Quiero saber qué pasó con Jane Austen.
–Luego la llamo. ¿Cómo tengo la hora de la comida?
–A la una has quedado con John y Liz en el Humble Grape y no puedes anularla porque se van a Tokio mañana.
–Joder –se pasó la mano por la cara un poco cabreado, porque lo había olvidado completamente y había quedado con una australiana espectacular del gimnasio. Cerró los ojos e intentó buscar una salida–. Ok, tendré que reorganizarme un poco, pídeme hora en la barbería a las cinco, por favor, y… nada más.
Observó como salía y mandó un correo electrónico a Kimberly, la modelo australiana que le había entrado en el gimnasio y que estaba como un tren. Era rubia y alta, casi de su estatura, y con un impresionante cuerpo de pasarela. Pensaba llevársela a la cama a la hora del lunch, pero estaba visto que sería imposible, así que le mandó un mensaje de disculpa emplazándola a verse por la tarde.
Ella contestó de inmediato para verse en el Harry’s Bar a las seis, donde podrían quedarse a cenar si la cosa iba despacio, y él estuvo de acuerdo. En ese momento vio que le entraba una llamada de su hermana Meg. Se apartó de la mesa y se giró hacia el ventanal para ver la City en todo su esplendor.
–¿Qué tal estás, pequeñaja?
–Genial, ¿y tú? Te largaste de Bath sin previo aviso.
–Se lo dije a Ben y estabais demasiado ocupados para hacerme caso, así que pensaba llamarte después.
–Han pasado cinco días, hermanito, ya estamos a jueves, pero no importa.
–¿En serio?
–Sí, cinco increíbles días, no te lo puedes ni imaginar.
–¿Qué pasó con Jane Austen?
–Se llama Aurora y es una tía increíble. Inteligente, culta, educada, adorable, es todo un descubrimiento, estamos locos por ella.
–¿Habéis seguido viéndola?
–Está alojándose en mi casa.
–¡¿Qué?! ¿Por qué?
–Porque si llamábamos a la policía o la llevábamos al hospital la iban a ingresar en el área siquiátrica atiborrada a calmantes y…
–Eso lo podía controlar Ben, ¿no?
–Ben trabaja con un equipo, no es el titular de su departamento, y si su jefe directo decidía meterle ansiolíticos a tutiplén, no iba a poder hacer nada por evitarlo.
–La madre que os parió. Y ¿qué pasa si la está buscando alguien?
–Lo comprobamos con la policía, en hospitales de todo tipo, de toda Europa, incluso con la Interpol. Nadie la busca, no existe, ni siquiera hay una familia FitzRoy en Amesbury: Sin embargo, hemos encontrado un montón de información sobre Petrescu, el mago que…
–¿El mago que se supone la hizo viajar en el tiempo? ¿Estáis