Lady Aurora. Claudia Velasco

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igual podemos dar con algún discípulo suyo que nos aclare sus secretos mágicos, el asunto del viaje en el tiempo y pueda ayudar a Aurora.

      –¿Ayudarla cómo?

      –Mandándola de vuelta a su época –Meg lo miró y le sonrió.

      –¿Me estás hablando en serio?

      –No podemos dejarla en el aire sin esperanza, no perdemos nada investigando un poco.

      –Si estuviéramos en su lugar, haríamos lo imposible por encontrar una vía de regreso –susurró Ben–. Tampoco es tan descabellado buscar opciones y personas que nos puedan dar alguna solución.

      –Increíble.

      Se levantó y se estiró cuan alto era, agarró a su hermana y le pegó un abrazo, le besó la cabeza y luego los miró a los tres.

      –Que conste en acta que para mí Aurora FitzRoy, o como se llame, solo es una niña de buena familia que vive en medio de una paranoia considerable, alimentada por vuestra fe ciega y por vuestra generosidad desmedida. No soy siquiatra como tú, Ben, pero mi perspectiva es más objetiva. No obstante, y para que nos quedemos tranquilos, mientras vosotros vais tras la pista de ese mago, yo voy a contratar a alguien que busque minuciosamente alguna información sobre esta chica o sobre su familia, nos la sitúe de una vez por todas y todos volvamos a la normalidad.

      –¿A quién vas a contratar? Ya hemos hablado con la poli y…

      –Hay gente por ahí que maneja más información que la poli, Scotland Yard, la CIA, la Interpol o el Mosad juntos, que trabajan bien y discretamente. Hoy por hoy no existe nadie, en ningún rincón del mundo, que no esté controlado de alguna manera, mucho menos alguien como ella.

      –Guau, me pones cantidad cuando hablas así, Richard –bromeó Zack y él movió la cabeza.

      –Los llamaré el lunes. Ahora me voy a Salisbury, me esperan para pasar el domingo en el campo.

      –¿No se tratará de una de esas redes paralelas de Internet o de algo clandestino que pueda perjudicar a Aurora?

      –No, Meg, se trata de una empresa de alta seguridad e información confidencial que trabaja para nosotros a nivel financiero. No te preocupes.

      –Valdrá una pasta.

      –Valdrá la pena. Me voy.

      Capítulo 6

      4 de agosto del año 2019. Treinta y siete días aquí

      Más de un mes aquí y sigo sin esperanzas concretas sobre mi futuro. Aunque Meg y Ben hacen verdaderos esfuerzos por encontrar respuestas y a personas que puedan ayudarme a volver a casa, de momento no hay nada en claro, y solo me queda esperar.

      Estoy aprendiendo muchas cosas, ya salgo a la calle, ya conozco Bath, que es mucho más bonito de lo que era en tiempos de la señorita Jane Austen, y he aprendido a usar un aparato que se llama «teléfono» y que sirve para hablar con cualquier persona, de cualquier parte del mundo, a la hora que sea. Hay de dos tipos: fijos y móviles, y a mí me han enseñado a usar los dos, aunque no lo veo necesario porque no conozco a nadie aquí.

      También he descubierto que Margaret es ginecóloga, una especialidad médica que cuida de la salud de las mujeres. Ella también las asiste en el parto y hace otro tipo de operaciones quirúrgicas como la cesárea. Debe ser muy buena en su trabajo, porque además de ser muy inteligente, y muy resuelta, es muy dulce. Todo esto me lo explicó esta semana, porque me bajó el periodo y tuve que solicitar su ayuda.

      En un principio me dio un poco de vergüenza acudir a ella con una cuestión tan íntima, pero se lo tomó con mucha naturalidad y en seguida me llevó al cuarto de baño para enseñarme la variedad de «recursos» higiénicos, así los llamó ella, con los que cuenta una mujer en el siglo XXI. De este modo conocí las «compresas» y los «tampones», que son unos artilugios cilíndricos que me aconsejó utilizar más adelante. De momento me regaló varias cajitas de compresas, unas bandas que contienen algodón, pero que están reforzadas con plástico, que es un material que en esta época está en todas partes. He aprendido a usarlas y es cierto, es un recurso muy higiénico, y muy cómodo, mucho más discreto, desde luego, que los paños de tela que mi doncella preparaba para mí cada mes.

      Está sonando el teléfono insistentemente y creo que debería contestar.

      Llegó al Royal United Hospitals de Bath andando, haciendo el recorrido que Margaret solía hacer en bicicleta, y se encontró con Ben en la entrada. Parecía preocupado, pero al verla le sonrió y le sujetó las manos.

      –No imaginé que pudieras llegar sola, no hacía ninguna falta.

      –¿Cómo que no? Me hubiese muerto de preocupación en casa. ¿Cómo está Meg?

      –Ya la han operado y la llevarán a su habitación en seguida. ¿Te encuentras bien?

      –Sí, gracias. Gracias a Dios –se puso una mano en el pecho y besó el camafeo del que nunca se separaba–. ¿Podré verla?

      –Claro, vamos. ¿Qué tal con los semáforos y los pasos de peatones?

      –Ya cogeré práctica, aún tengo mucha precaución, pero muy bien. He venido recta hasta aquí, como me enseñó Meg, y me traje un mapa.

      –Chica lista.

      Ben le abrió la puerta y la dejó entrar en ese inmenso edificio donde ya había estado una vez con Meg, que la había llevado para que conociera su lugar de trabajo y para que le sacaran sangre, porque quería comprobar que estaba perfectamente sana.

      La impresión al ver el hospital por primera vez había sido descomunal, aunque ya había visto cosas similares en la «televisión» que, superados sus primeros temores, se había convertido en su mayor fuente de información y conocimiento. Tener aquello delante de los ojos la había conmocionado, sobre todo por la enorme cantidad de personas de todas las edades que se movían por ahí y que hablaban con tanta soltura y desparpajo.

      Esa visita había sido lúdica, una experiencia más, agradable porque todo el mundo la había tratado muy bien. Pero esta segunda visita era más amarga, muy preocupante, y subió las escaleras detrás de Ben rezando, pidiendo a Dios que protegiera a su querida Margaret Anne Montrose, su hermana en el año 2019, que había tenido un accidente que le había provocado una fractura de tibia y peroné, o eso le había explicado Ben por teléfono, cuando ella al fin se había decidido a contestar al aparato.

      –¿Cuándo se podrá ir a casa?

      –Mañana o pasado. No quiere avisar a sus padres, pero la llevaremos cuando alguien pueda venir y la mantenga atada a la cama haciendo reposo.

      –¿Atada a la cama? No, por Dios, ella es una persona razonable, no…

      –Es una forma de hablar, no te preocupes, nadie atará a nadie. Es una broma.

      –Yo voy a cuidar de ella y la obligaré a hacer reposo.

      –Por supuesto, Aurora, pero mejor si su madre puede venir de Glasgow.

      –Sus padres están de vacaciones fuera del país.

      –Es

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