Migraciones y seguridad: un reto para el siglo XXI. Alejo Vargas Velásquez
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Este desarrollo económico desigual ha conducido a un desequilibrio estructural que afecta principalmente los núcleos vitales de la población del sur (García Nossa, 2006). De igual manera, el fenómeno del desarrollo del subdesarrollo afecta principalmente a los países del denominado tercer mundo involucrados en la parte inferior de la dinámica desigual de la economía internacional (Wabgou, 2010, p. 158). Esta condición genera situaciones sociales y económicas adversas que se evidencian en la regionalización de la pobreza extrema, el hambre, las dificultades en el acceso a un sistema educativo y a un sistema de salud (Organización de las Naciones Unidas (ONU), 2013); lo que coincide con un incremento de la calidad de vida de los países industrializados o desarrollados.
Al respecto, Bustelo (1994) señala que el mal reparto de los recursos condiciona la dependencia, la desarticulación, la polarización y extraversión que caracterizan a los países subdesarrollados en términos económicos. Esta dependencia demuestra el porqué de los movimientos poblacionales de sur a norte, ya que “los países desarrollados, después de haber contribuido a hundir los pueblos del sur en la pobreza como los africanos, atraen a su mano de obra para desempeñar tareas poco calificadas” (Wabgou, 2010, pp. 161-164).
En definitiva, las migraciones contemporáneas son concebidas como un medio a través del cual las poblaciones del sur buscan encontrar mejores condiciones de vida y bienestar. En efecto, las condiciones de inseguridad física, económica y social en las cuales viven amplios sectores de la población de estos países, se constituyen en factores determinantes del desplazamiento y la migración.
La situación resulta más compleja cuando los factores de inseguridad económica se articulan con factores de inseguridad política, cosa que alimenta el fenómeno de las migraciones humanitarias o los llamados refugiados políticos. Asimismo, cobra relevancia la Convención sobre el Estatuto de los Refugiados de 1951 que, en su artículo 1, define el término refugiado para referirse a aquella persona que:
[…] debido a fundados temores de ser perseguida por motivos de raza, religión, nacionalidad, pertenencia a determinado grupo social u opciones políticas, se encuentre fuera del país de su nacionalidad y no pueda o, a causa de dichos temores, no quiera acogerse a la protección de tal país. (Acnur, 2005, p. 12)
En otros términos, son refugiadas aquellas personas que abandonan su país bajo la amenaza a su vida, seguridad o libertad, en un contexto marcado por el conflicto armado interno y la violación de los derechos humanos. En muchos casos, los refugiados y las personas en situación de desplazamiento han sufrido una violación de sus derechos, como consecuencia de la falta de protección estatal, y se encuentran en un alto grado de vulnerabilidad, por lo que requieren atención y protección especial, derivada del estatus de refugiado a que da lugar el asilo y que los Estados que firmaron la Convención están obligados a otorgar al solicitante. En general, los países de América Latina (sobre todo Centroamérica y Colombia) y África (principalmente de la África subsahariana) presentan los mayores flujos de refugiados y desplazados en el mundo. Esta situación los convierte en una especie de migrantes invisibles en sus lugares de destino –como los países fronterizos, Estados Unidos y Europa–, aunque su presencia no deja de alterar el orden establecido.
Pese a la existencia de un número considerable de instrumentos continentales y mundiales establecidos para la protección o acogida de los solicitantes de asilo o refugio, se observa una mayor restricción de las políticas de refugiados en Estados Unidos y Europa. Al respecto, al presentar un breve balance sobre el retroceso del derecho al asilo político en España entre 1996 y 1999, Wabgou (1999) considera que el asilo político en España es “un derecho en vías de extinción”. De todos modos, son muchos los africanos y latinoamericanos que, al no contar con condiciones favorables de solicitud de asilo en países europeos y Estados Unidos, terminan confinándose o quedándose en países limítrofes o cercanos a sus países de origen, ya sea como refugiados –en el caso de que logren obtener la protección del Estado– o como simples desplazados.
En esta perspectiva, consideramos que el análisis de los flujos migratorios desde la teoría de la dependencia resulta limitado, puesto que solo se tienen en cuenta los factores de expulsión o atracción. Esto reduce las migraciones a un movimiento orientado desde la entidad emisora-explotada hacia una unidad receptora-explotadora con la expectativa de obtener un mejor nivel de vida. Sin embargo, los flujos migratorios no solo son determinados por motivaciones económicas, sino que también existen una serie de variables más complejas definidas en tiempos y espacios, derivadas de vínculos históricos.
Vínculo histórico
El enfoque del vínculo histórico retoma la colonización como el fenómeno explicativo de la orientación de los flujos migratorios, a partir de la construcción de relaciones históricas entre el territorio expulsor y el receptor. Esto explica, en parte, la razón por la cual las oleadas migratorias de latinoamericanos tradicionalmente se han orientado a Estados Unidos y España, así como de africanos a Francia; incluso si actualmente se observa que las expotencias coloniales han ido cerrando cada vez más sus fronteras a sus excolonos y que hay una diversificación de los destinos de los inmigrantes a otros países industrializados del mundo. Así, con base en el trabajo de Portes y Börocz (1992), Wabgou afirma que:
[…] [Se] conciben las migraciones como un proceso social que se fundamenta en las transformaciones históricas para aliviar la complejidad de las oleadas migratorias respecto a su orientación y su dimensión y al momento en que se desplieguen […] El inicio de las migraciones laborales no proviene de odiosas comparaciones de ventaja económica, sino de una historia de contacto anterior entre sociedades emisoras y receptoras. (Wagbou, 2010, p. 167)
Cabe precisar que los puntos claves en los intercambios por vínculo histórico son la movilidad de capital, de bienes y servicios, la tecnología, las formas institucionales, la difusión de ideas y gustos; estos elementos tarde o temprano generan cambios culturales. Sin duda, en la actualidad se observa que las migraciones se desarrollan como consecuencia de decisiones personales condicionadas o apoyadas por relaciones sociales. Por eso, para completar las dos anteriores miradas (desarrollo económico desigual y vínculo histórico) recurrimos a la teoría de las redes sociales, que ofrecen una perspectiva de análisis sobre la formación de sistemas de migración que vinculan a la comunidad emisora con la comunidad receptora.
Redes sociales y transnacionalismo
La finalización de la Guerra Fría, el incremento de la velocidad y el número de los intercambios comerciales y las dinámicas de integración económica y política implicaron que las fronteras dejaran de entenderse como simples líneas divisorias entre los países, para ser concebidas como espacios integrales y complejos de interacción política, económica y social entre comunidades internacionales. En este sentido, las migraciones se entienden como fenómenos transnacionales relacionados con “ocupaciones y actividades que requieren de contactos sociales habituales y sostenidos a través de las fronteras nacionales para su ejecución” (Portes, Guarnizo y Landolt, 2003, p. 18).
Esto conlleva la posibilidad de formas de vivir transnacional, es decir, “vivir en un territorio transfronterizo, participando en redes e interacciones que transcienden las fronteras de un determinado país” (Ramírez, García y Míguez, 2005, p. 11). Desde esta perspectiva, se comprende que el proceso migratorio implica diversidad y simultaneidad de culturas que se