Placer y negocios. Diana Whitney

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Placer y negocios - Diana Whitney Julia

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style="font-size:15px;">      —¿De verdad?

      —Una vez reparé una podadora.

      —Qué impresionante —por la vestimenta informal que llevaba se diría que aquel hombre era o bien un vendedor o un técnico de maquinaria de la empresa—. ¿Trabajas aquí?

      La pregunta le sorprendió:

      —De hecho, sí. ¿Por qué?

      —Porque me extrañaría que a mis jefes les gustara que permitiera que un extraño metiera mano al material de la empresa. Si te cargas este dichoso trasto, yo no lo sentiré, pero la compañía puede o bien descontármelo del sueldo o despedirme, y ninguna de las dos opciones me atrae demasiado.

      —Entonces tendré que ser especialmente delicado, ¿no es cierto?

      A pesar de la tensión que sentía, Catrina sonrió. Aquel hombre tenía cierto carisma que era capaz de traspasar las defensas de cualquiera. Antes de poder contenerse se oyó a sí misma decir:

      —Susúrrale algo dulce al oído, puede que te siga hasta tu casa.

      Las pupilas de él se dilataron mostrando un interés sensual que hizo que ella se pusiera inmediatamente en guardia:

      —¿Basta con eso?

      Avergonzada y enfadada consigo misma por haber caído en su propia trampa aclaró:

      —Si puedes hacer que esta máquina funcione, te lo agradeceré. Si no, tendrás que disculparme. No tengo tiempo para dedicarme a otras cosas.

      Él comprendió su deseo de despersonalizar la conversación, y lo aceptó:

      —Veré lo que puedo hacer.

      Adelantándose, abrió el compartimento lateral y echó un vistazo en el interior de la máquina. Gruñó, y acercándose a una balda tomó un paquete de espirales de encuadernar y los introdujo por una ranura. A Catrina le llevó solo un instante comprender qué era lo que estaba haciendo, y al instante se sintió profundamente avergonzada.

      —Por favor, no me digas que la bandeja de canutillos estaba vacía.

      —Está bien, no te lo diré. Pero te recomendaría que la próxima vez que quieras que una máquina siga tus instrucciones, te asegures de que contiene todo lo necesario para poder satisfacer tus órdenes.

      Tras decir eso, apretó un botón y al momento la máquina revivió. Un minuto después, el primer informe aparecía perfectamente encuadernado en la bandeja correspondiente.

      Catrina deseó que la tierra se la tragara:

      —Gracias.

      —De nada.

      Ella no necesitó mirarlo para saber que estaba sonriendo. Al levantar la vista comprobó que él había tomado uno de los informes y lo estaba ojeando.

      —¿Eres un miembro del comité de presupuestos?

      Él la miró como si de pronto se hubiese convertido en un marciano.

      —No exactamente.

      —Entonces no puedo permitirte que veas esto. Es un documento confidencial.

      —No creo que al comité le importe que eche un vistazo

      —Lo siento, pero la política de la empresa prohibe que cualquiera que no trabaje en el departamento de contabilidad o que no sea del comité de presupuestos vea los documentos relativos al presupuesto.

      —¿De verdad?

      —Sí.

      —Hum. Tendré que volver a echar un vistazo a ese reglamento

      —Es una buena idea —apiló todos los informes y se los puso bajo el brazo, suspirando aliviada. Había concluido su tarea, y todavía le sobraban cinco minutos. La vida era bella—. Supongo que debo llevar esto a la sala de conferencias.

      —Sí, creo que debes.

      Ella dudó, sin saber por qué:

      —Gracias, otra vez, por tu ayuda.

      Había algo extraordinariamente atractivo en la forma en la que sus ojos brillaban cuando sonreía:

      —Otra vez, de nada.

      Tras un instante, ella exhaló un suspiro, consiguió sonreír y salió de la habitación de fotocopiadoras, casi chocando contra un hombre de traje gris que llevaba bajo el brazo un abultado documento. Se trataba del director financiero de la compañía. Al percatarse de la presencia de Catrina le preguntó:

      —¿Has visto a Rick?

      —¿Qué Rick?

      Él pestañeó, y después se rio como si aquella pregunta hubiese sido un buen chiste:

      —Esa sí que es buena… —miró por encima del hombro de ella, hacia la sala de fotocopiadoras de la que acababa de salir—. Ah, ahí estás. Mira, los abogados del ayuntamiento están en tu oficina, y necesito tu firma en estos contratos.

      —¿Ha revisado esto el departamento jurídico?

      El director financiero asintió con la cabeza:

      —Sí, todo lo que necesitamos es tu aprobación, y el trato está cerrado.

      —Déjame que primero le eche un vistazo. Haré que Marge te lo lleve a la oficina en cuanto termine.

      Catrina tuvo que apoyarse en uno de los archivadores metálicos. En la semana que llevaba trabajando allí, había conocido a docenas de empleados de la compañía, incluyendo a la mayoría de los jefes de departamento y a los altos directivos. Solo había conocido a una mujer que se llamara Marge. Era la secretaria particular del gran jefe, una de las pocas personas a las que todavía no le habían presentado… el escurridizo Rick Blaine.

      Rick alzó la vista del contrato el instante suficiente para ver cómo el color desaparecía de las mejillas de la mujer. Él se había percatado minutos antes de que no se había dado cuenta de quién era, y a él, de hecho no le había importado, era consciente de que con el atuendo que llevaba tras su partido de golf parecía más el encargado de repartir el correo que el fundador de una multimillonaria empresa de arquitectura. Sin embargo, él se preciaba de conocer personalmente a todos sus empleados y no comprendía cómo era posible que no se hubiese fijado en aquella deslumbrante mujer.

      La vergüenza que inicialmente reflejaron los ojos de Catrina, fue reemplazada por una furia que Rick apenas pudo percibir, antes de ver cómo se dirigía hacia la sala de conferencias.

      —¿Quién es esa mujer?

      —¿Qué mujer? —Frank Glasgow parpadeó, y después volvió la vista hacia donde él miraba—. Oh, ella es nuestra nueva contable. Jordan, creo que… Catherine, Caitlin… o algo así.

      —Entérate.

      —¿Qué me entere de qué?

      Incluso

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