Placer y negocios. Diana Whitney

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Placer y negocios - Diana Whitney Julia

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realmente un hombre encantador, y atractivo además… En otras circunstancias, se habría sentido halagada por su interés, e incluso podría haber respondido de manera favorable—. Te pido perdón si te he insultado. Tengo la desgraciada tendencia de soltar todo lo que se me pasa por la cabeza.

      —No, no, agradezco la franqueza —se paró, y le lanzó una mirada—. Es mentira, odio la franqueza.

      —Les ocurre a la mayoría de los hombres.

      —También es algo que les ocurre a las mujeres. Por ejemplo, ¿te gustaría que te dijeran que el agujero que tienes en las medias hace que parezca que tienes una verruga del tamaño de un puño? —sonrió al ver que ella se paraba y lo miraba fijamente—. Me imaginaba que no.

      El asombro se mezcló con la diversión en el rostro de Catrina.

      —Tocado, señor Blaine.

      —Rick.

      —Tocado, Rick.

      Habían llegado al edificio de oficinas de Arquitectura Blaine. Él amablemente abrió la puerta para que ella pasara:

      —Y ahora que nos conocemos lo suficiente como para ser brutalmente honestos el uno con el otro, ¿saldrás conmigo?

      —No —dijo amablemente—. Pero lo sentiré más de lo que lo sentía hace diez minutos.

      —Es por mis cejas, ¿no es cierto?

      —¿Tus qué?

      —Mis cejas. Sé que son feas, y hace que tenga cara de perro.

      —Me encantan los perros.

      —¿Entonces por qué no quieres salir conmigo?

      Exasperada, entró en el ascensor, giró sobre sus talones y puso la palma de la mano sobre el pecho de él para impedir que la siguiera:

      —Porque eres rico, arrogante y avasallador. ¿Te parece que está suficientemente claro?

      Él parpadeó

      —Sí, creo que sí.

      El sol del mediodía era cálido, el aire del otoño fresco, y el parque estaba rebosante de actividad. Rick, situado convenientemente detrás de un cedro, veía cómo la esbelta rubia terminaba de hacer los ejercicios de calentamiento. Giró los brazos a la altura de los hombros, dejando ver un chándal con rodilleras, en el que se clareaban los codos. También las zapatillas de deporte eran viejas

      No importaba, aunque hubiese estado envuelta en harapos, Rick habría seguido pensando que era la mujer más atractiva de la tierra. No sabía por qué. Fascinado, continuó mirándola mientras ella calentaba los músculos de las pantorrillas, doblándose hasta tocar con la frente los tobillos. Todos los movimientos eran fluidos y graciosos. Él siguió todos estos con avidez, cada giro, cada flexión, y tan pronto como comprobó que estaba lista para salir corriendo, salió de detrás del árbol, poniéndose justo en su línea de visión. A ella le llevó un instante reconocerlo. Él sonrió, y la saludó alegremente con la mano. Aunque estaba a varios metros de distancia, él pudo comprobar cómo fruncía en ceño en señal de sospecha. Al principio había pensado en correr a su lado, tratando de entablar conversación, pero la mirada que ella le dirigió le hizo replantearse la cuestión. En lugar de eso, simplemente dijo:

      —Bonito día para ejercitarse, ¿no es cierto?

      Ella lo miró sin decir nada. Rick sintió que la mandíbula se le había vuelto de piedra. Nunca en su vida se había tenido que esforzar tanto por conseguir atraer el interés de una mujer, ni tampoco había estado nunca tan decidido a conseguirlo. Era obvio que ella no se mostraba muy accesible en aquel momento, así que Rick decidió llevar su farsa un poco más lejos y comenzó a imitar los ejercicios que acababa de verla hacer. Poniendo las manos sobre las caderas, giró el torso varias veces. Por el rabillo del ojo pudo comprobar que ella seguía mirándolo. Complacido, le dirigió una de sus seductoras sonrisas, y después estiró una de las piernas tal y como ella había hecho, y lanzó su cuerpo hacia delante con la intención de tocarse el tobillo con la frente. Algo sonó en su espalda. La columna se le paralizó, y dejó de sentir la pierna que tenía estirada, mientras la otra comenzó a temblarle peligrosamente. Se percató de lo desesperado de la situación segundos antes de aterrizar de golpe con todo el cuerpo sobre el suelo. Estaba sufriendo una contractura en la pierna, y el dolor era intenso. Se agarró la pantorrilla con ambas manos y comenzó a girar sobre la hierba como una peonza sin importarle las miradas de asombro de los viandantes.

      Cuando finalmente logró recuperar la compostura, el espacio que había junto al banco estaba vacío. Catrina se había ido. Rick volvió renqueando a la oficina, dolorido pero decidido. Tanto si Catrina lo quería como si no, se había convertido en un reto.

      Le dolían todos los huesos de la espalda desde el coxis hasta los omoplatos. Rick exhaló un suspiro mientras escuchaba el ruido que hacía el agua al caer en las duchas del vestuario femenino. Había pensado que ella utilizaría los servicios del club deportivo que había en lo alto del edificio para ducharse y cambiarse después de correr en el parque. Comprobó que no estaba equivocado al ver su bolsa bajo uno de los bancos de la sala de aparatos.

      También se imaginaba que ella habría presenciado su patética actuación en el parque, y que le habría resultado divertida. Su ego no le permitía dejar que ella creyera que él era tan inepto como para haberse hecho daño de verdad, así que se había decidido a subir allí, dispuesto a mostrarle un nuevo acto de machismo.

      Ella, sin duda, sabría valorar su esfuerzo. Las mujeres siempre apreciaban las muestras de poderío masculino. Y a Rick le gustaba que ellas le admiraran. Incluso aunque no lo mereciera.

      Lentamente, dolorosamente, se agachó hacia un banco de levantamiento de pesas, y estiró sobre el su cuerpo mientras apoyaba los pies en el suelo. Una percha sobre su cabeza sujetaba una barra con pesas a los extremos. No se había ejercitado demasiado en los diez años anteriores, pero en la universidad era capaz de levantar con facilidad más de cincuenta kilos, así que no se le ocurrió mirar el peso de aquel aparato. Además, aunque hubiese querido, la realidad era que no se podía mover.

      Inspiró hondo, puso los dedos en torno a la barra de pesas que tenía sobre la cabeza y esperó. Minutos después, Catrina salió del vestuario con ropa de calle, y llevando la ropa de deportes bajo el brazo. Rick comprobó que se había quitado las medias rotas, y mostraba sus piernas desnudas, blancas y exquisitamente atractivas. Ella ni siquiera lo miró, y dirigiéndose hacia donde estaba su bolsa de deportes, guardó la ropa, después sacó las zapatillas de debajo del banco y las ató al asa de la bolsa. Se notaba que estaba claramente preocupada. Los labios apretados, el ceño fruncido en señal de concentración. Tenía las mejillas ligeramente sonrojadas por el contacto con el agua caliente. Rick pensó que era probablemente la mujer más bella que había visto en su vida. Se aclaró la garganta:

      —Hola otra vez —ella se dio la vuelta llevándose la mano al cuello por la sorpresa, en un gesto de vulnerabilidad que él encontró sorprendentemente atractivo—. Nuestros caminos continúan cruzándose —asió con fuerza la barra de las pesas y fingió una sonrisa mientras su espalda protestaba de dolor—. Asombroso, ¿no es cierto?

      Ella movió la cabeza y lo miró:

      —Sí, asombroso.

      —Te habría acompañado en el parque, pero no quería que te sintieras mal si comprobabas que no eras capaz de seguir mi ritmo.

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