Placer y negocios. Diana Whitney

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Placer y negocios - Diana Whitney Julia

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al menos aquello demostraba que le había estado mirando, pensó él tratando de consolarse.

      —Un pequeño contratiempo. ¿Nunca has tenido una china en el zapato?

      —¿Una china?

      —Endiabladamente punzante. Se metió justo debajo de mi talón. Ya sabes cómo son estas cosas.

      Entre los labios de Catrina apareció un destello blanco como si estuviera mordiéndose el labio para tratar de contener una sonrisa.

      —Por supuesto.

      —Y además de hacer jogging, ¿qué más haces para pulirte?

      —¿Pulirme?

      —Ya sabes, tonificar los músculos.

      —Ah, bueno, me gusta jugar al tenis. O al menos me gustaba. Ahora tengo poco tiempo.

      Una pista. Rick se agarró a ella:

      —Eso es asombroso. El tenis es mi especialidad —tomar una pelota, golpearla con una raqueta. ¿Qué dificultad podía tener?—. Tal vez podríamos echar una partida alguna vez.

      —Tal vez.

      Ella se estaba ablandando. Él podía comprobarlo en sus ojos.

      —Deberías probar a levantar pesas, también. Es estupendo para el sistema cardiovascular —como para probar su afirmación levantó con un gruñido la barra de pesas, y sintió que algo crujía en la base de su espina dorsal. Los brazos se le desplomaron con si fueran espaguetis cocidos y la barra le cayó sobre el pecho.

      —¿Te encuentras bien?

      Él abrió la boca consiguiendo introducir algo de aire en sus pulmones:

      —Quería… —sus palabras iban acompañadas de un extraño siseo que provenía de algún lugar en su interior— …hacer eso.

      —¿Por qué? —preguntó ella sorprendida.

      Le llevó unos segundos poder contestar:

      —Bajar las pesas… —siseó— …y después levantarlas —volvió a sisear—. Así es… como funciona.

      —Ya veo —murmuró ella, claramente escéptica—. Bueno, te dejo con tu calentamiento.

      Rick sonrió, y consiguió con dolor asentir con la cabeza.

      —Si ves a Frank Glasgow, ¿podrías… decirle que suba?

      —Por supuesto —volvió a echarle una ojeada, después levantó algo más su bolsa y se fue.

      Tras lo que le pareció una pequeña eternidad, Frank asomó la cabeza en el gimnasio.

      —¿En qué puedo ayudarte?

      —Podrías quitarme esta… maldita cosa de encima —dijo entre dientes—, y después, llévame al hospital… creo que me he roto una costilla.

      —Te lo aseguro, Gracie, es absolutamente enervante. Cada vez que me doy la vuelta, ahí está él. Y además me envía regalos.

      —¿Regalos? —Gracie abrió desmesuradamente los ojos—. ¿Quieres decir diamantes, perfumes y abrigos de pieles?

      —Bueno, no —Catrina se aclaró la garganta y miró hacia otro lado—. Ejem, unos panties —unas medias caras en un paquete atado a una docena de globos de helio de colores que le habían llegado directamente a su casa de la mano de un mensajero uniformado que se había enfadado cuando ella rechazó el envío.

      Gracie parpadeó.

      —Oh, Dios mío, eso suena muy personal.

      —De hecho fue una especie de broma personal. Verás, es que se me cayeron las monedas en la tienda de café, y me hice un agujero en la rodilla de mi… —poniéndose colorada de pronto, Catrina cerró la boca de golpe al ver la mirada jocosa de Gracie—. No tiene importancia, lo que importa es que creo que me está acechando.

      —¿Acechándote? —bromeó Gracie—. Tal vez se trate tan solo de que le gustas. Después de todo, eres una chica muy atractiva.

      —Bueno, pero a mí no me gusta.

      Ella levantó una ceja:

      —¿Ni siquiera un poquito?

      —Tengo que reconocer que es un hombre atractivo, pero no se trata de eso. No estoy interesada en ningún hombre, atractivo o no.

      —¿Te van más las mujeres?

      —¡Gracie! —Catrina se rio y agitó la cabeza—. Sabes bien lo que quiero decir. Acabo de salir de una mala relación, y desde luego no tengo intención de meterme en otra.

      —¿Entonces por qué no te metes en una buena relación?

      La sonrisa de Catrina se desvaneció:

      —Ese tipo de relaciones no existen —dijo con firmeza y convencimiento—. Mi madre vivió dos horribles matrimonios. Dos hombres la utilizaron, abusaron de ella y después la abandonaron. Mi hermana mayor se divorció de un hombre tan egoísta y narcisista que prefirió marcharse a Europa antes de tener que hacerse cargo de su propio hijo, y yo terminé con un tipo que creía que las mujeres deberían haber nacido con plumeros en lugar de brazos, y con una nevera para cervezas pegada a la espalda. Muchas gracias, pero Heather y yo estamos mejor solas.

      —No todos los hombres son gallinas adolescentes.

      —Claro que no, solo los que yo conozco —suspirando, puso a Heather en la trona, y le ofreció una taza con jugo para contentarla hasta que estuviera lista la cena—. Comprendo que no es justo juzgar a todos los hombres por el comportamiento de unos pocos, pero la realidad es que no puedo permitirme cometer otro error. Tengo una hija en la que pensar, una hija que significa muchísimo para mí. No puedo arriesgarme a que sufra, a que vea su confianza rota por otro papá que la decepcione y la abandone.

      —Hay hombres buenos por el mundo, Catrina, hombres que son merecedores de tu amor y de tu respeto.

      —¿Entonces por qué no pudiste tú encontrar ninguno? —Catrina se arrepintió de sus palabras en el mismo instante en que las estaba pronunciando—. Lo siento, no he querido decir…

      —Por supuesto que has querido —Gracie había palidecido, pero intentó sonreír—. Soy la primera en admitir que cuando se trata de encontrar marido, yo no soy la más ejemplar.

      —Gracie…

      —No, no, tienes razón. No soy exactamente lo que se dice una experta en relaciones —desvió la mirada hacia la olla de salsa de espaguetis que hervía en la cocina de Catrina—. El hecho de que me invites a venir a cenar a tu casa una vez por semana no me da derecho a decirte cómo debes vivir tu vida. Estoy segura de que no te interesa lo más mínimo mi estúpida opinión.

      —Claro que me interesa —le aseguró Catrina—. Si no hubiese querido saber tu opinión, no te habría comentado nada.

      —¿Estás

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