Alamas muertas. Nikolai Gogol

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Alamas muertas - Nikolai Gogol Vía Láctea

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constaría en las historias de la literatura rusa como un escritor colorista local; pero, en 1835, vinieron Arabescos y Mirgorod y, en 1836, la pieza teatral Rievisor[2], obras que dieron un golpe de timón definitivo a la literatura de su país (véase Maguire, pp. 441-442). Si a ello se añaden las muertes de Puskin (1837) y de Liermontov (1841) resultará que, cuando en 1842, publique Almas muertas, Gogol quedará como el gran escritor vivo de Rusia.

      Puskin y Gogol representan el incipit real de la literatura rusa. Puskin legará a los futuros escritores rusos la perfección de su forma equilibrada, clara, sencilla, elegante, con un toque manierista y con importantes ascendientes en autores clásicos, ingleses y franceses. El legado de Gogol será muy diferente; éste suscitará ante todo algunas de las cuestiones decisivas de la producción literaria posterior, como la crítica social, la introspección psicológica, la reflexión sobre el problema del mal, la mezcla de géneros, o la experimentación más allá de los cánones del realismo. En la línea de Puskin, habría de situarse a poetas como Ajmatova o Pasternak y a prosistas como Turguieniev o Tolstoi; y, en la de Gogol, a novelistas como Dostoyevskii, Saltykov-Siedrin, Bielyi o Nabokov (véase Maguire, p. 443).

      No obstante, por una razón o por otra (en esta introducción aparecerán algunas interpretaciones), el talento de Gogol empieza a declinar al mismo tiempo que se dispara su ascetismo religioso, que llegó a lanzarlo a un peregrinaje a Jerusalén (1848). Así, una miscelánea moral a base de pasajes de cartas, titulada Fragmentos selectos de una correspondencia con amigos (1847) no sólo le reportó el vituperio general de la intelectualidad rusa sino que puso en evidencia los límites de su creatividad. En sus últimos años de vida, todas sus esperanzas personales, literarias, religiosas y morales se iban a proyectar hacia la culminación de la «segunda parte» de Almas muertas, empresa ésta que si bien parece que se culminó (ni siquiera este punto acaba de estar totalmente seguro) acabó, como ya se ha dicho, siendo pasto del severo juicio de las llamas.

      Gogol fue, en todo caso, el gran renovador de la literatura rusa de su tiempo y uno de los vértices de la literatura europea del siglo XIX. Con mayor o menor fortuna, llevó hasta el final una postura crítica frente a su tiempo, de la que son testimonio sus obras, que se abrieron camino en medio de una brutal censura y supusieron un hálito de esperanza en una sociedad con un régimen cuya costumbre era la de reprimir a sus intelectuales disidentes, como bien experimentaron Radisiev, Puskin o Poliesayev.

      ALMAS MUERTAS

      Gogol se planteará Almas muertas, desde el principio, como una obra de gran aliento en la que trataría de englobar a toda Rusia. El autor sabía que su país carecía de una obra así y él se sentía llamado a hacerla. En una carta a Puskin (07-10-1835; antes de escribir Rievisor) dice lo siguiente:

      He comenzado a escribir Almas muertas. El tema se va extendiendo y se va convirtiendo en una novela larga y parece que será tremendamente divertida. Pero ahora la he parado en el capítulo tercero. Estoy buscando un buen informador con el que pueda compartir una breve intimidad: en esta novela quiero mostrar toda Rusia, al menos desde un lado. (Recogido en Guippius, p. 490.)

      Por otra parte, a Gogol, a su vez, le inquietará sobremanera el hecho de que dos de sus obras anteriores, Arabescos y Mirgorod, pese a las buenas críticas apenas se vendan y se verá en una situación económica muy delicada que le llevará a dejar por un tiempo Almas muertas y a dedicarse a la escritura de una comedia que, a la sazón, no será otra que Rievisor (véase Troyat, pp. 156-157).

      A esas alturas, por tanto, aún no estaba claro lo que fuera a dar de sí la nueva obra. Conforme avance en la redacción en 1836, se convencerá, por un lado, de que la tarea frente a él es enorme y, por otro, de que la obra va a enfrentarle con grandes sectores de la sociedad rusa. De hecho, una primera versión de Almas muertas, comenzada en San Petersburgo y continuada en Suiza y París, no sobreviviría, pues el autor consideró que la carga satírica era excesiva. Había de tratar de llevar a cabo una prosa más descriptiva y algo menos mordaz. No obstante, Gogol seguirá empeñado en retratar la superficialidad, la banalidad y la trivialidad de su sociedad (véase Guippius, pp. 491-492).

      Entre 1836 y 1841, Gogol trabajará en Almas muertas sin que los criterios compositivos varíen sustancialmente. Tales criterios se explicitan al principio del capítulo 7, donde se reflexiona sobre dos tipos de escritores: el que «pasa de largo frente a personajes aburridos y desagradables, que aturden por la tristeza de su autenticidad» y que «se acerca a personajes que presentan elevadas cualidades humanas», que está llamado a ser un triunfador, un Dios; y el que se aventura «a sacar fuera todo lo que pasa a cada momento ante sus ojos y lo que no ven los ojos indiferentes... ¡todo el barro terrible y aterrador de las bagatelas que envuelven nuestra vida, toda la profundidad de los fríos y rotos personajes cotidianos, con los que bulle nuestro terrenal y, en ocasiones, amargo y triste camino [...]!» (pp. 219-220). Este segundo tipo de escritor, con el que se identifica el autor en la redacción de la «primera parte» de Almas muertas estará condenado a verse postergado por su tiempo (véase p. 220).

      Lo que sí variará, en cambio, será el plan global en el que el autor inscriba su obra; y así, en su imaginación, irá cobrando cada vez más importancia la continuación del primer volumen.

      En una carta a Aksakov, desde Roma (28-12-1840), puede rastrearse la forma en la que Gogol trabaja los materiales de Almas muertas en la última época antes de la publicación:

      Otra circunstancia que puede darme esperanzas para mi vuelta son mis trabajos. Ahora estoy preparando una depuración total del primer tomo de Almas muertas. Cambio, pulo, reelaboro por completo buena parte y veo que no podrá llevarse a cabo su impresión sin que yo esté presente. Entretanto, su continuación ulterior se va aclarando en mi cabeza, más pura y majestuosa y ahora veo que tal vez con el tiempo salga algo colosal; tan sólo con que me lo permitan mis débiles fuerzas. (Cartas 1836-1841, p. 322.)

      No debe de ser casual que las lecturas que alterna nuestro autor con el trabajo de Almas muertas sean san Francisco de Asís, Dante y Homero (véase Troyat, p. 305).

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