Alamas muertas. Nikolai Gogol
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Los primeros en confirmar lo acertado del título fueron los censores moscovitas, que lo consideraron de todo punto inaceptable, como muestra el autor en una carta desesperada a su amigo Plietniov (07-1-1842):
Tan pronto como Golojvastov, que era quien había asumido el puesto de presidente, escuchó el título Almas muertas, se puso a gritar como un romano antiguo: «¡No! ¡Esto no voy a permitirlo! ¡El alma es inmortal! ¡Almas muertas no pueden existir! ¡El autor se está levantando en armas contra la inmortalidad!». Finalmente, con mucho esfuerzo, se le hizo comprender al sabio del presidente que la cosa iba de almas que no habían pasado aún la revisión del censo. Pero en cuanto él y el resto de los censores comprendieron que «muertas» quería decir «que no habían pasado aún la revisión del censo» se preparó un tumulto aún mayor. «¡No! –gritó el presidente y tras él la mitad de los censores–. Esto no se puede permitir y con mayor motivo aún, aunque en el manuscrito no pusiera nada y sólo estuviera la palabra “alma que no ha pasado aún la revisión del censo” no podría permitirse, pues esto está claramente contra la institución de la servidumbre.» (Cartas 1842-1845, pp. 28-29)[5].
Por tanto, ni el título de la obra era casual ni inocente ni los censores moscovitas andaban muy desencaminados al percibir en aquella sátira en su conjunto una crítica radical de la sociedad, de la mentalidad y de las instituciones de la Rusia zarista. Tan lejos llegaba Gogol en su obra, tanto fue exaltado por los sectores más inquietos de la resistencia intelectual al zarismo (Bielinskii, Herzen...) que, como por un acto reflejo, preferiría en adelante no sólo medir más sus críticas, hacerlas más discursivas y menos borrosas, sino someter a sus obras previas a una amplia reinterpretación que las redimiera para el futuro. El primer eslabón de esa cadena de transformación de Gogol como literato habrá de remontarse, no obstante, a su reforma de La historia del capitán Kopieikin para conseguir pasar la censura petersburguesa... antes, pues, de la propia publicación de Almas muertas.
LA TRAICIÓN A KOPIEIKIN
Entre enero y abril de 1842, van a ser muchas las tribulaciones del autor, que ha de ver su obra Almas muertas sometida al examen de los censores. En la aludida carta a Plietniov (07-1-1842), manifestará todas las objeciones planteadas por los evaluadores moscovitas, que habían llevado a que «el manuscrito entero haya sido prohibido» (Cartas 1842-1845, p. 28). A espaldas de su amigo Pogodin, en cuya casa de Moscú se hospedaba, y ante la ineficiencia de sus simpatizantes conservadores eslavófilos, Gogol decide poner la novela en manos de Bielinskii, occidentalista y enemigo natural de los eslavófilos, quien llevará el manuscrito a San Petersburgo[6]. Donde los censores de Moscú se habían mostrado inflexibles, los de San Petersburgo ofrecerán una mejor disposición y ninguna de las objeciones de aquéllos representará un obstáculo definitivo. El único escollo de la obra para ser dada de paso será un pequeño relato inserto en el capítulo 10, a saber, La historia del capitán Kopieikin; por otro lado, una obra maestra del genio gogoliano.
Intrigados por la identidad de Chichikov, las autoridades de la ciudad de NN., empiezan a ofrecer sus teorías al respecto. El jefe de correos ve detrás de la personalidad de nuestro Pavel Ivanovich la huella un tal «capitán Kopieikin», cuya historia pasa a relatar. En su versión original, tal como se presenta en nuestra edición (pp. 283-289), Kopieikin sería un personaje próximo al Akaki Akakievich de «El capote», una víctima de un sistema burocrático que oprime al individuo hasta destruirlo, pero que retorna al mundo en forma de fantasma para vengar el daño que se le ha infligido. Kopieikin, mutilado de la guerra contra Napoleón, con una sola pierna y un solo brazo, acude donde un general (¡un gran señor!), en funciones de ministro, a solicitar una ayuda económica que palie su situación. Cansado de volver una y otra vez a solicitar esa ayuda sin conseguir más que vagas promesas, Kopieikin decide no moverse del palacio ministerial hasta que se le dé una solución, a lo que el ministro responde lanzando contra él a sus guardias, que lo avasallarán y lo devolverán a la fuerza a su lugar de origen.
La implicación de generales y ministros (y hasta la propia inclusión del emperador en la historia [p. 286]) debió de resultar inaceptable para los censores, que le aconsejaron a Gogol suprimir la historia entera; pero éste se resistirá a hacerlo y propondrá, por el contrario, llevar a cabo una nueva versión.
Es uno de los mejores pasajes del poema y, sin él, habrá un vacío que soy incapaz de enmendar o de enmascarar. He decidido rehacerlo antes que perderlo por completo. He eliminado a todos los generales, he resaltado con más fuerza el carácter de Kopieikin, de forma que ahora está claro que él mismo es el responsable de todo y que con él se han portado bien. (Carta a Plietniov [10-04-1842], Cartas 1842-1845, p. 54.)
Ya es parte de la leyenda de Almas muertas que en cinco días (primeros de abril de 1842) estuvo listo el nuevo Kopieikin; ahora bien, el resultado será sorprendente.
Conozco pocos casos en la historia de la literatura donde un autor haya mostrado tan pocos escrúpulos en traicionar a uno de sus personajes. Más aún cuando el Kopieikin original, una víctima en todos los sentidos, resultaba verdaderamente «entrañable». El Kopieikin que aparezca en los 2.400 ejemplares de la primera edición de Almas muertas quedará condenado ya desde las retocadas primeras líneas: «Esta cabeza loca, antojadiza como el diablo, había pasado mucho tiempo en cárceles militares y bajo arresto, y había probado de todo» (p. 575).
Da la sensación de que como el Kopieikin no le sirve ya para la crítica a las autoridades, decide reaprovecharlo para la crítica de los vicios humanos y así se convierte en un símbolo del hechizo pecaminoso de la ciudad en una mente limitada y en una personalidad torcida. En carta a uno de los censores, A. V. Nikitienko (10-04-1842), señala: «He dibujado el carácter de Kopieikin con trazos más afilados, de forma que ahora está claro que es él mismo la causa de sus acciones... y no la falta de compasión de los otros. El jefe de la comisión llega incluso a tratarlo muy bien» (Cartas 1842-1845, p. 55).
¿Por qué se obstinó Gogol en mantener el Kopieikin? En la carta que acabo de citar dirá también
[...] he de confesar que la destrucción del Kopieikin me ha molestado mucho. Es una de las partes mejores. No hay forma de parchear el agujero que se percibe en mi poema. [...] esta pieza es esencial no para la conexión de acontecimientos sino para distraer al lector por un instante, para reemplazar una impresión por otra; [...]. He rehecho el Kopieikin; he desechado todo, hasta al ministro, hasta la palabra «Excelencia». En ausencia de todo el mundo, lo que queda en San Petersburgo es una comisión temporal. (Cartas 1842-1845, pp. 54-55.)
Donald Fanger señala que lo absurdo de la asociación Chichikov-Kopieikin, apuntada por el jefe de policía sólo cuando el cuento ya había sido contado (¡Chichikov tenía todos sus miembros intactos!), delata que el fin