La visión teológica de Óscar Romero. Edgardo Antonio Colón Emeric
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Sin embargo, para no caer en intransigencia, bueno será anteponer un prerrequisito: Toda vez que entregue un conceptuoso planteamiento cuya versada argumentación devele una perspectiva inédita –o no examinada aún en profundidad– en ese caso, dígase amén al radiante ejemplar que venga … ¡y a leer se ha dicho!
Allanado el impasse, me dedico entonces a tratar de justipreciar el contenido que alberga el título de reciente cuño: The Theological Vision of Oscar Romero. Liberation and The Transfiguration of the Poor, el cual tenemos entre manos ya traducido.
La Visión Teológica de Óscar Romero: Liberación y La Transfiguración del Pobre constituye un trabajo del teólogo metodista, Edgardo Colón-Emeric, del cual puedo afirmar, anticipadamente, que salda con creces la condición antedicha.
Baste decir que el libro de Colón-Emeric constituye el segundo tratado8 ¡en cuatro décadas! que se consagra de lleno, de modo sistemático y exhaustivo, al inerme objeto de estudio que antes se dejó insinuado: El develamiento de una teología de genuina factura romeriana. “Esto no es comida de hocicones”, como reza el dicho. Y lo que se expone a continuación ofrece el contexto adecuado, para que pueda vislumbrarse el mérito que entraña la investigación consumada por el teólogo metodista.
Hace un par de años se celebró, en la región natal de Óscar Romero, un simposio, a propósito del primer centenario de su natalicio (1917-2017).9 El cónclave se propuso estudiar y discutir a fondo, por primera vez, una etapa sistemáticamente desatendida en la mayoría de los recuentos relativos a la vida del ahora santo salvadoreño.10
Entre las materias que el cónclave puso en relieve y profundizó, hay una en especial que interesa acá. Es aquella que deja ver que, ya desde su arranque como cura en la diócesis de San Miguel (1942-1967), el padre Romero adelantó reflexiones específicas, en recurrentes ocasiones y por diferentes medios, en torno al tenor nacional y al significado teologal que albergaría la festividad de «La Transfiguración». Vale la pena que echemos un vistazo a aquella temprana visión del párroco recién tornado de Roma, la que quedó al descubierto en las ponencias que se inscribieron en las Actas del Simposio que se llevó a cabo en la diócesis de San Miguel entre el 27 y 28 de julio del 2017.11
«El hombre debe amar a su patria. Y cuando el bien de ella lo exige, debe el patriota sacrificarle hasta la vida… Sin arrancar ese amor a la patria –y más bien robusteciéndolo– el católico debe amar hasta el delirio, hasta el sacrificio, a su Iglesia.… Porque el salvadoreño que sabe doblar su rodilla ante el Divino Salvador, el día 6 de agosto, sabe rendir un sincero tributo de patriotismo a El Salvador en lo más íntimo del corazón de la Patria», Óscar Romero (10 de febrero de 1945). Chaparrastique No 1557, tomo I, p. 39; (10 de agosto de 1946). Chaparrastique, No 1632, tomo I, p. 71.
La asamblea y los ponentes del simposio migueleño, en un destello de dos días, arrojaron luz de manera competente sobre pasajes velados, sumamente decisivos, referentes a las varias dimensiones que atañen a la vida y el pensamiento del padre Romero en su primera etapa sacerdotal: su eclesiología, su espiritualidad, su pastoral, su personalidad y su pensamiento.
Leemos y releemos ahora los hallazgos, los avances, las circunspecciones, las conclusiones que surgieron al final del congreso, y nos damos cuenta del “tesoro” que ha sido desenterrado. Llama la atención nada más que, en la programación estudiosa, ninguno de los investigadores de este período inédito pensó en tomar la ruta teológica.
Esta omisión me lleva a pensar que, en efecto, las destrezas teologales del padre Romero se perfeccionarán durante su período arzobispal; cuando apechuga la urgencia de animar a su pueblo, actualizando la palabra sagrada desde su púlpito, en un período sumamente aciago. Ese es el momento en que destella con mayor brillo su filo exegético.
Nunca Romero enfrentó tanto la necesidad de sacar de sí mismo lo mejor de su adiestramiento en las aulas vaticanas, como cuando vivió su periodo de tres años predicando frente a su pueblo que tenía sed de Dios, sed de sentido trascendente, de fortalecimiento en la penuria del cuerpo y del espíritu.
Y si bien es cierto que sus aperos pensadores son notables ya en su época de párroco en San Miguel, Romero no topa con la premura de ir a fondo sobre el misterio salvífico de la Transfiguración de Jesús, sino hasta que se planta desde su púlpito-cátedra como arzobispo de una nación a punto de estallar en una guerra encarnizada.
Este es el momento justamente para hablar de “la emergencia en Romero de una teología de la Transfiguración”.12 Allí se detecta la consistencia de una maestría escatológica que emerge genuinamente del mismo Romero, desde su mente, su memento y su momento.
Alrededor de la figura de monseñor Romero han sido colocados varios rótulos. No son muchos, aunque sí muy explícitos, y aspiran a permanecer en la “larga duración”.13 Uno de esos letreros minimiza el rol de “teólogo” en la trayectoria de Romero. Tal disminución se ampara en el hecho de que muy poco, o nunca, se le vio asociado a menesteres propios del ámbito académico. No obstante, protagonistas religiosos que lo conocieron muy de cerca atestiguan la valía que tuvo para Romero “su paso por la Gregoriana”, habiéndole “marcado para el estudio y los esquemas lógicos”, y propendiéndole a hacerse de una “inmensa y selectiva biblioteca de teología y pastoral”.14
Al respecto, me atengo a mi propio y reposado balance. Es muy improbable que aquel virtuoso seminarista, enviado a estudiar en las doctas cátedras “gregorianas” (1937-1943) para embeber una educación marcadamente teológica15, haya resuelto tirar por la borda esa formación, desatendiendo así, a lo largo de su extenso e intenso servicio sacerdotal y episcopal, el compromiso de erigir su personal pensamiento revestido con apropiadas claves hermenéuticas.
Otro de los tejuelos adheridos a la figura del mártir, lo presenta como no alineado, poco identificado, o renuente, con respecto a la teología de la liberación. Aquí el mismo Romero se encargó de esclarecer el asunto en varias ocasiones.16 Pero lo que aquí realzo es que las franquezas que profirió en su momento no podrían haberse dirigido en su propio perjuicio; es decir, sus declaraciones al respecto no traen como corolario el hecho de que Romero reganara del afán teologal durante su ministerio sacerdotal y episcopal.
Creo que el filtro aplicado a este rol específico en Romero, haciendo hincapié en que “no era un intelectual, no era un teólogo… era sobre todo un pastor”,17 responde más a una urgencia de bajarle el tono a la retórica ultraconservadora que jura y perjura que “Romero fue sobornado por la teología de la liberación”; fue víctima de una “manipulación ideológica del sector marxista” incrustado en la iglesia latinoamericana. Empero también creo que esta persistente relativización del rol teológico en Romero consiguió, simultáneamente, sofrenar cualquier iniciativa que se atreviera a indagar sobre ese aspecto.
¡Pero ya no más! Porque aquí se nos ofrece, listo ya, el valioso trabajo de Colón-Emeric que dirime la cuestión. Ahora es posible asumir que la elaboración exegética, efectivamente, se movió con soltura en el pensamiento de Romero, especialmente durante la postrema etapa de su vida como Arzobispo de San Salvador.
¿Pero qué corona tiene Colón-Emeric como para saltarse las trancas y avanzar tan fresco a zambullirse en el manantial de reflexión teológica que fluye en la pluma y en el verbo del más augusto personaje de la institución católica latinoamericana del siglo XX?
Para empezar, sépase que no es un canónigo que obedece dictámenes procedentes de las riberas del Tíber. Tampoco es un enclaustrado teólogo en las nubes. Edgardo Colón-Emeric es