La visión teológica de Óscar Romero. Edgardo Antonio Colón Emeric
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Si se pudiera, hipotéticamente, abstraer su aforo académico, pienso que las dos últimas filiaciones le asistirían divinamente para bregar en su cometido. De modo que, al aplicar todo su bagaje, Colón-Emeric logró comprender el crisol donde confluyeron dos dinámicas tangentes, que, al mezclarse, hicieron mella en el corazón pensante de Romero. He allí el meollo de lo que ha desentrañado el evangélico investigador.
Colón-Emeric plantea que el ritmo del pensamiento teológico del arzobispo se aviva mediante una insólita conjunción entre la narrativa cívico-eclesiástica fundacional de la nación salvadoreña y la emergencia de una expresión artística singular que coincidió con su período como arzobispo. Esta conjunción fue todo un proceso penoso, hay que resaltar; una verdadera proeza para el prelado que no estaba provisto como para asimilar de golpe el impensado fenómeno que saltó ante sus ojos en sus propios fueros: la canción contestataria integrada al quehacer pastoral y a la solemnidad cultual.
Me viene de perlas, para rematar estas deliberaciones, un certero discernimiento redactado por Pablo Andiñach, Pastor de la Iglesia Evangélica Metodista Argentina, Doctor en Teología con especialidad en Antiguo Testamento, y Profesor de la Universidad Católica y de la Universidad del Norte Santo Tomás de Aquino en Argentina. Dicho sea de paso, Andiñach es amigo personal del autor, y es, además, el traductor que ha hecho posible esta edición del libro en idioma español.
Dice así este ilustre varón:
«El autor expone la teología de Romero en base a sus homilías y a su valoración (y crítica) de los cantos litúrgicos, las llamadas “Misas centroamericanas”. El lector de estas líneas quizás no sepa que en la tradición metodista y evangélica de Colón-Emeric, la predicación es el lugar privilegiado para exponer las Escrituras, y los cantos e himnos un espacio particular de exposición de su teología. Al punto que se dice que “los metodistas cantan su teología”. ¿Será que esa particular tradición evangélica allanó el camino para buscar en la predicación y los cantos la teología de Romero?». 19
Con todo lo antedicho, sumamos en este instante un recurso que se aviene, como anillo al dedo, a lo que venimos discurriendo. Se trata de un folio que recientemente ha salido a la luz pública, gracias a una discreta ventana que se ha entreabierto en el acervo documental de Romero luego de concluido el proceso de canonización en Roma. Cabe aclarar que Colón-Emeric nunca tuvo a la vista el documento que se colocará a la vista, ni siquiera en los postreros momentos cuando daba los últimos retoques a su tratado. Por tanto, al presentarse a posteriori, esta verificación documental enaltece de manera contundente el enfoque visionario del teólogo investigador.
Véase a continuación la Ilustración 1 que exhibe el facsímil de una cuartilla de bloc rayada, en la cual se registra el mapa conceptual que, con caligrafía apresurada, Romero redactó para guiarse en la oratoria de su último sermón dominical. El documento nos regala la visión de una de las habilidades eruditas que el arzobispo logró pulir en su época de estudiante de teología en Roma. Ya topamos antes con el testimonio de un fraile que lo conoció y trabajó estrechamente con él durante varias décadas: “Su paso por la Gregoriana lo había marcado para el estudio y los esquemas lógicos”.20
ilustración 1. nótese el primer renglón del folio donde aparece el período litúrgico y la fecha: “5º domingo de cuaresma (23-iii-80).” véase el resto de los renglones donde romero bosquejó, de su puño y letra, el mapa conceptual que le sirvió de guía para la oratoria de su última homilía pública.
ilustración 2. nótese en este enfoque ampliado del literal (c) el avance execético del esquema pergeñado por el arzobispo Romero. Obsérvese que la idea central es la fuerza salvífica de Jesús transfigurado. Romero se propone enarbolar esta noción amalgamada en su pensamiento, justo en la homilía donde “firmó su sentencia de muerte”, dado su dramático llamado a las fuerzas dictatoriales a cesar la represión contra el pueblo indefenso.
Al enfocar con lupa uno de los literales que integran el mapa conceptual, puede ubicarse ipso facto un componente que resulta más que interesante, no tanto porque haya permanecido resguardado durante cuarenta años, si no, sobre todo, porque aporta información relevante que coadyuva a lo que aquí estamos avanzando:
La Ilustración 2 presenta subrayado el sintagma: «La Transfiguración». Es este un arbitrio de quien esto escribe a modo de abrirle la puerta a la glosa que en seguida se hará sobre el documento que se visualizó antes.
Para comenzar, póngase atención al período del calendario litúrgico en aquel momento: Cuaresma. Tal período, de hecho, no prescribe el central o explícito manejo de la expresión subrayada. Aun así, la alusión se inserta, como puede verse, en el mero corazón de la exégesis que Romero pretende exponer ese domingo. Debió existir una precisa razón que indujo al predicador a ubicar la referencia de modo tan destacado en el esquema guía de su peroración.
Ahora sabemos que Romero, entre las notas que alistó antes de subir al púlpito –como el mapa conceptual, por ejemplo– se hallaba entrometida la hoja con la lírica del “Himno al Divino Salvador” que había recibido dos días antes. El arzobispo la incluyó porque había decidido declamarla en algún momento de su predicación. Esta decisión no nace, en absoluto, de personales gustos poéticos o musicales (no había escuchado y no llegó a escuchar nunca la melodía del himno entonada con la letra). El asunto es que el susodicho himno le proporcionó el pretexto perfecto para relanzar su cara imagen exegética de «La Transfiguración»; una idea-fuerza que, al final, se ubica en el corazón de una refinada “teología” que emerge de Romero mismo, desde su mente, su memento y su momento. He ahí la clave que explica la campanada que lanzó el arzobispo aquel domingo frente a la multitud expectante:
«Una nota simpática también de nuestra vida diocesana: Que un compositor y poeta21 nos ha hecho un bonito himno para nuestro «Divino Salvador». Próximamente, lo iremos dando a conocer: «Vibran los cantos explosivos de alegría / Voy a reunirme con mi pueblo en Catedral / Miles de voces nos unimos este día / para cantar en nuestra fiesta patronal.» Y así siguen estrofas muy sentidas por el pueblo. ¡La última es muy bonita! «Pero los dioses del poder y del dinero / se oponen a que haya transfiguración / Por eso, ahora vos sos, Señor, el primero / en levantar el brazo contra la opresión»,22 Homilía del 23 de marzo de 1980. Óscar Romero. Homilías: Tomo VI. San Salvador: UCA Editores, 2009, p. 445.
Colocado Romero en el paso de una mortífera borrasca desatada contra sus agentes (laicos, monjas, curas); tolerando intimidaciones y amenazas contra su vida; hostigado por sus homólogos obispos y desde Roma; arreando a colaboradores que se “salían del huacal” … En medio de toda esa barahúnda, el pastor encontró la forma de proseguir, elevando, con nuevos bríos, el principio central de su “teología”.
«La Transfiguración» representó, en efecto, un concepto estratégico que comandó el pensamiento substancial de Romero, como sacerdote y como jerarca episcopal. La llevó siempre consigo, en su época de párroco en San Miguel, y en su última etapa como arzobispo. No en balde la enarboló en sus postremos días; la mantuvo hasta el último suspiro de su vida.
Repasemos las dos últimas alocuciones que profirió in extremis antes de su asesinato, para corroborar que eso fue así.