La visión teológica de Óscar Romero. Edgardo Antonio Colón Emeric
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Para la siguiente jornada –la última de su existencia en esta tierra– cumpliendo con su agenda, se dispuso a oficiar una misa de aniversario en sufragio de una “querida difunta”. Pero para esa ceremonia, Romero decidió, en una chispa de espontaneidad, modificar algo para nada insustancial. Aquella tarde –con el sol consumiéndose en lontananza– el arzobispo decidió dar un giro a su predicación.
ilustración 3. Aviso que fue publicado en los rotativos más importantes. Allí se anuncia que el arzobispo oficiará la misa. Ante tal imprevisión (¿o premeditación?), colaboradores cercanos sugirieron a Romero que no se presentara, pues el anuncio lo había dejado claramente expuesto. ¡Y tuvieron razón! Esa misa se transformó en la ocasión perfecta para ejecutar la venganza de “los dioses del poder y del dinero” con quien “hablaba mucho”, al decir de ellos. Y en verdad, el día anterior, domingo 23 de marzo de 1980, había hablado demasiado.
Ahora se sabe que “Él cambió las lecturas; tocaban las lecturas de la mujer adúltera y de la casta Susana…”.23 Pero no sólo eso trocó. Además, se permitió introducir “esa página” (según sus propias palabras) “que he escogido para ella [la difunta] del Concilio Vaticano”.24 Así lo justificó ante los pocos orantes “en una misa de tono familiar”.
Su más aventajado biógrafo asevera que “la homilía en memoria de doña Sarita, como la llamaba Romero, no tuvo un contenido extraordinario”.25 ¡Pero quizá no fue así! Su último momento de predicación fue, por ventura, mucho más que una recordación afectuosa en la que “Romero alabó a la difunta” en la medida en que “habría recuperado ‘purificado’, ‘iluminado’ y ‘transfigurado’ todo el bien que había hecho en la tierra”.
¿Qué hace pensar de este modo? El hecho de que el concepto de marras (nuevamente subrayado por arbitrio de quien esto escribe) emana convenientemente de la lectura que el mismo predicador eligió por la libre. Allí el arzobispo estaba dedicándose a sí mismo el contenido de su elección, muy probablemente para darle fuerzas a su propia intimidad sobrecogida.
El texto en cuestión es extraído de un documento del Concilio Vaticano II, Gaudium et spes, en el numeral 39 que lleva por título: “Tierra nueva y cielo nuevo”:
«… los bienes de la dignidad humana… todos los frutos excelentes de la naturaleza y de nuestro esfuerzo –después de haberlos propagado por la tierra en el Espíritu del Señor y de acuerdo con su mandato– volveremos a encontrarlos limpios de toda mancha, iluminados y transfigurados, cuando Cristo entregue al Padre el Reino eterno y universal… El Reino está ya misteriosamente presente en nuestra tierra; cuando venga el Señor, se consumará su perfección». Parte de la alocución que pronunció Romero en la misa de aniversario en sufragio de doña Sara Meardi de Pinto. En Pinto, Jorge (1985): El grito del más pequeño. México, Editorial Cometa, Pág. 278.
Parece una salutación bastante escatológica como para conmemorar a una dulce matrona acomodada. Pero Romero se encontraba ya en visión de otro mundo, su espíritu rezumaba trascendencia, y en su cabeza volvió a revolotear la noción de «La Transfiguración» en el sentido de una terrenal condición salvífica transida de glorificación celestial, lo que era su gran divisa como recurso hermenéutico de la realidad salvadoreña; la misma que había enarbolado el día anterior en su épico sermón.
Ese último suspiro exegético representa el sello de fuego para su más caro epítome teologal sostenido a lo largo de su vida dedicada al Reino de los Cielos. Así selló de manera terminante el ahora San Romero su apuesta por la fuerza reflexiva que entrañaba para él la imagen de «La Transfiguración»: frente al altar del sacrificio, minutos antes de que su magnánimo corazón fuese destrozado por la peregrina bala que lo envió al infinito reino del amor divino.
En conclusión, el libro de Colón-Emeric nos ayuda a comprender que:
1) El magisterio de Romero como arzobispo puede auscultarse como objeto de estudio que da de sí para establecer la existencia de un pensamiento teológico acabado y original.
2) Los cimientos de la edificación teológica romeriana son absolutamente clásicos (Escrituras sagradas; Doctos Padres de la Iglesia; Magisterio Vaticano; Cartas y Textos Episcopales latinoamericanos). Y estas basas son las que le conferirían al erudito pensamiento del mártir cuscatleco, un alcance universal, al menos para la porción cristiana occidental del orbe.26
3) El tema de «La Transfiguración», como idea-fuerza teológica, le sale al paso al término “liberación”. Romero, francamente, nunca desautorizó a la teología de liberación. También es verdad que nunca se apegó de manera adusta a ella. Lo que él hizo fue ser fiel, en su reflexión y exposición pública, a la historia y a la cultura salvadoreña. Esta constatación es uno de hermosos puntales de la concienzuda investigación de Colón-Emeric.
Para terminar, quiero afirmar que el concluyente estudio de Edgardo Colón-Emeric nos ha hecho un gran servicio: Finiquitar una tarea que permaneció pendiente durante demasiado tiempo; no por omisión o reticencia del ateneo académico, necesariamente; esta tarea le había quedado pendiente al propio sacerdote, luego obispo y ahora San Óscar Romero. El arzobispo fue violentamente apartado de este mundo, justo en el momento en que, desde su cátedra por excelencia, continuaba discurriendo, con mayor profundidad y urgencia nacional, una “visión teológica” muy desde su mente, su memento y su momento, como ya escribimos antes.
Esta es la auténtica plusvalía que entraña el estudio del teólogo metodista, Edgardo Colón-Emeric. Ha sido él quien ha conquistado la cúspide de esta tarea pendiente con la obra que ahora lanza al mundo hispano, para que sigamos recreando y admirando el legado siempre vigente de “San Romero de América”.
Por consiguiente, como salvadoreño y como romeriano por vivencia propia que soy, rindo mi eterna gratitud al teólogo, al profesor, al cristiano, al latinoamericano, al buen amigo, al hermano, Edgardo Colón-Emeric, por haber develado esta profundidad de nuestro santo Romero que había tardado casi medio siglo en exponerse como Dios manda.
Y ojalá que esta publicación sirva para darle fuego (aunque ese no es el propósito del autor, estoy seguro) a un explosivo petitorio que fuera cañoneado hace exactamente cuatro décadas, y que aparentemente nunca llegó a impactar su destino.
Reza así la exhortación de quien fue un cercano y fiel colaborador suyo, sacerdote y exalumno de “la Gregoriana” como San Romero:
«Licenciado en Teología. No tuvo tiempo de hacer la tesis doctoral que quedó siempre pendiente. (No estaría mal que los Doctores de la Gregoriana tomaran sus “Obras Completas”, Homilías y Cartas Pastorales, y le dieran su visto bueno para darle el Doctorado en Teología)». 27
En el cuadragésimo aniversario de su martirio:
¡Viva San Romero! ¡Mártir Doctor de América!
Guillermo Cuéllar-Barandiarán,
cantautor salvadoreño romeriano,
Filósofo y Antropólogo.
Capítulo 1
Introducción a un escándalo
Durante su estadía en Roma, mientras llevaba a cabo sus estudios de teología, Óscar Romero frecuentaba las calles de los alrededores de la Basílica de San Pedro; allí solía encontrar personas pobres.