La historia oculta. Marcelo Gullo

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La historia oculta - Marcelo Gullo

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gobernados por Sobremonte, a lo que el pueblo respondió:

      No, no, no, no, no lo queremos, muera ese traidor nos a vendido es desertor en el caso más peligroso […] queremos a Dn. Santiago de Liniers y si intenta Sobremonte venir a gobernar respondió el pueblo que antes permitirían el pueblo se le cortaran a todos las cabeza Viva Viva Viva á nuestro General Liniers tiraron todos los sombreros al aires que parecía el día del Juicio de la gritería. (Citado por Di Meglio, 81)

      La solidaridad de los pueblos de la Patria Grande

      El historiador Santiago de Albornoz (1944) comenta que, luego de producida la reconquista de la ciudad de Buenos Aires, el 12 de agosto de 1806, “el pueblo de Buenos Aires había agotado casi toda su pólvora, sus pertrechos y su dinero. Buenos Aires, colonia de limitados recursos, no tenía fábricas para reponer los elementos de guerra consumidos en la primera invasión, ni dónde poderlos adquirir; el bloqueo de la escuadra inglesa aumentaba la angustia de sus valerosos defensores. Pronto la angustia se convierte en entusiasmo guerrero; el pueblo de Buenos Aires, sorprendido y jubiloso, ve llegar a sus cuarteles cargamentos de pólvora, de armas, de pertrechos y de otros recursos: eran los auxilios que el pueblo peruano enviaba a sus hermanos americanos del Río de la Plata. Esos auxilios llegaron tan oportunamente a Buenos Aires que contribuyeron a la derrota de los ingleses en su segunda invasión” (45).

      El virrey José de Abascal, marqués de la Concordia Española en Perú, al referirse al aporte realizado por el virreinato del Perú a la defensa de Buenos Aires sostiene en sus memorias:

      Pero como los enemigos se conservasen en el mismo Río de la Plata con considerables fuerza y ánimo al parecer de atacar por segunda vez la plaza de Montevideo, no obstante los oficios del virrey Sobremonte, que opinaba no ser necesarios otros refuerzos que los de numerario, mandé seguidamente que a los cien mil pesos que estaban en viaje por vía Cusco se aumentasen doscientos mil pesos más de los productos de la caja de dicha ciudad y de las de Arequipa y Puno; a pesar de las estrecheces de este erario, y por la vía de Chile remití 1.800 quintales de pólvora, 200.000 cartuchos para fusil, 200 quintales de bala de plomo, otros 200 quintales de los dichos en pasta, y 300 espadas de caballería, cuyas remesas calculadas por valor de $121.000.- que pudieron llegar con felicidad y emplearse útilmente en la gloriosa defensa de Buenos Aires. (Citado por Albornoz, 49)

      Importa precisar que el virrey de Perú, además de los cargamentos de pertrechos y otros elementos que remitió a Buenos Aires por la vía de Chile, también formó una junta encargada de recibir donativos de los particulares. Se organizó entonces una impresionante colecta en todos los pueblos del Perú. El entusiasmo popular fue enorme y en pocas semanas la junta entregó al virrey una sorprendente suma de dinero para ser enviado a Buenos Aires. El virrey Abascal, al referirse a estos hechos, afirma en sus memorias:

      Las sumas colectadas por razón del donativo produjeron $ 124.000, que agregados a los anteriores envíos de numerarios, hace ascender en su totalidad a $ 700.000, cuya prodigiosa cantidad asombra si se entiende al estado en que se hallaban estas tesorerías y a los gastos que tuve que impender de nuevo con las noticias que se recibían de Buenos Aires. (Citado por Albornoz, 50)

      Luego de terminadas las invasiones inglesas y con muchas víctimas y heridos de guerra criollos, aquella inquebrantable solidaridad de los pueblos de la Patria Grande se volvió a manifestar. Esta vez, a través de donativos enviados directamente por vecinos de algunas ciudades peruanas para subvenir las necesidades de los perjudicados. Así, la ciudad de Huánuco envió 117.125 pesos de la época, Arequipa mandó 4.200 pesos, Cusco despachó 1.030, Andahuaylas giró 1.000 y Huamanga, 7.495.

      Ciertamente, la solidaridad de los pueblos de la Patria Grande no consistió tan sólo en el envío de dinero, armamento y municiones. Se olvida comúnmente que, en 1806 y 1807, el invasor inglés fue expulsado del Río de la Plata no sólo por porteños sino también por paraguayos, orientales, peruanos y altoperuanos –al decir de hoy, bolivianos–, todos ellos parte del pueblo que persiguió y derrotó en las tierras del Plata al invasor británico. Resuenan todavía, como héroes de aquellos días, nombres como los del gran oriental José Gervasio Artigas, los hermanos paraguayos Fulgencio y Antonio Tomás Yegros, Fernando de la Mora, los jóvenes peruanos Ignacio Álvarez Thomas, los hermanos Toribio, Manuel y Francisco de Luzuriaga, entre otros hombres que lucharon por las calles de Buenos Aires y Montevideo como lo hubiesen hecho por las de sus ciudades natales.

      Esta misma solidaridad hispanoamericana se manifestaría nuevamente en 1982, cuando el pueblo argentino volviese a enfrentarse cara a cara con su enemigo histórico. En esos días cientos de colombianos, venezolanos, paraguayos y peruanos se enlistaron como voluntarios en los consulados argentinos de Bogotá, Caracas, Lima y Asunción para combatir codo a codo con sus hermanos argentinos al altivo, prepotente y pertinaz invasor británico. Conviene recordar que la República del Perú envió a la Argentina los mejores aviones de su escuadra y buena cantidad de misiles Exocet que se sumaron a los que poseía el país, para que con ese armamento la aviación argentina infligiera a la flota invasora más que serios daños.

      Sólo la República de Chile, gobernada por el dictador Augusto Pinochet Ugarte, se puso servilmente a disposición del enemigo inglés.

      Cuando el pueblo eligió a su virrey

      El 10 de febrero de 1807 se produce en Buenos Aires un hecho sin precedentes en la historia de la América española: el Cabildo de la ciudad, en Junta de Guerra, presionó a la Real Audiencia y decretó la destitución del virrey Rafael de Sobremonte, su detención y la designación de Santiago de Liniers, héroe de la Reconquista, como nuevo virrey del virreinato del Río de la Plata.

      Liniers había sido, informalmente, plebiscitado. Toda la población de Buenos Aires reclamaba que asumiera como virrey. Importa resaltar, por su trascendencia política, el hecho de que por primera vez en la historia de las Indias, por voluntad del pueblo se había destituido a un virrey y nombrado a otro. Pablo Yurman, comentando el cumplimiento de la promesa hecha por Liniers de colocar las banderas del enemigo a los pies de la Virgen y la elección popular de éste como virrey, afirma:

      El héroe de la Reconquista, Santiago de Liniers, honraría días más tarde su compromiso, depositando a los pies de Nuestra Señora del Rosario, en el templo de Santo Domingo en la ciudad de Buenos Aires, las banderas tomadas al enemigo. Los festejos se extenderían durante semanas y el pueblo, embriagado de auténtico orgullo, nombraría a su caudillo virrey del Río de la Plata, hecho de por sí mucho más revolucionario que la constitución de la Junta de Mayo de 1810.

      Sobre héroes y traidores

      Esa misma semana de febrero de 1807, mientras el pueblo elige a Santiago de Liniers como su virrey, Saturnino Rodríguez Peña y Manuel Aniceto Padilla organizan la fuga de Beresford, que se encontraba recluido en Luján. Habría, así, en Buenos Aires, héroes y traidores.

      Cuando los integrantes del Cabildo de Buenos recibieron el informe de que tropas británicas habían capturado la ciudad de Montevideo ordenaron de forma inmediata que los principales jefes de la primera invasión, que ya se encontraban internados en la Villa de Luján, con amplias facilidades y consideraciones, fueran destinados a Catamarca en forma “urgente”. El 10 de febrero de 1807 se inicia la marcha a caballo desde la Villa de Luján hacia Catamarca de los prisioneros ingleses, entre los que se encontraban el general Williams Carr Beresford, comandante de las fuerzas invasoras, y el jefe del Regimiento 71 Highlanders, el coronel Dennis Pack. El Cabildo de Buenos Aires encargó al capitán de Blandengues, Manuel Luciano Martínez de Fontes, que cumplía funciones en el fuerte de Rojas, la custodia de los prisioneros británicos. Esta custodia debía cesar en el paraje La Encrucijada, donde comenzaba el camino que conducía hacia Catamarca, destino final de los ingleses, donde el capitán Martínez de Fontes debía entregar a los prisioneros británicos a una escolta enviada especialmente desde Córdoba para su cuidado y vigilancia hasta Catamarca.

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