La historia oculta. Marcelo Gullo

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La historia oculta - Marcelo Gullo

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empresa tanto más difícil si se tiene en cuenta que, desde la ideología dominante, también se sostenía que el destino de las recientemente independizadas trece colonias era el de convertirse en un país exclusivamente agrícola. En ese sentido, el propio Adam Smith sustentaba que la naturaleza misma había destinado a Norteamérica exclusivamente para la agricultura y desaconsejaba a los líderes norteamericanos cualquier intento de industrialización: “Estados Unidos”, escribía Adam Smith, “está, como Polonia, destinado a la agricultura” (citado por List, 1955: 97).

      Las ideas de Smith le eran útiles al poder inglés para tratar de conseguir, por la persuasión –mecanismo típico del imperialismo cultural–, lo que había tratado de impedir por la fuerza de la ley durante el período colonial.[16]

      La lucha por la independencia económica

      En medio de la desastrosa situación económica producida por el fin de la guerra –y agravada por un gobierno central débil y por la rivalidad entre los Estados de la Unión– una corriente de pensamiento antihegemónico, conducida por Alexander Hamilton, abogaba por un medio de desarrollo económico en el cual el gobierno federal amparara la industria naciente mediante subsidios abiertos y aranceles de protección. El azar de la historia hizo que George Washington, ante el rechazo de Robert Morris, el “financista de la Revolución”, ofreciera el cargo de secretario del Tesoro a Alexander Hamilton.

      Cuando, en 1789, Hamilton recibió del presidente Washington la misión de conducir el destino económico de Estados Unidos tenía tan sólo treinta y tres años y apenas un título en artes liberales, otorgado por una universidad de segunda categoría para oponerse abiertamente a los consejos del economista más famoso del mundo, Adam Smith (Chang, 2009: 77).

      En ejercicio de su cargo, Hamilton diseñó un plan para construir una nación económicamente independiente, y en 1791 presentó en el Congreso de la Unión un informe en el que esbozaba un gran programa para convertir a Estados Unidos en una potencia industrial. El núcleo duro de la idea de Hamilton era que Estados Unidos, como toda nación atrasada, debía proteger sus industrias nacientes de la competencia extranjera, es decir, de la competencia de la industria británica. Hamilton comprendió desde el principio de su gestión que la superación del atraso económico de Estados Unidos dependía de una vigorosa contestación al dominante pensamiento librecambista –promovido y publicitado por el poder inglés– identificándolo como ideología de dominación para poder promover, luego, con el impulso del Estado y con la adopción de un satisfactorio proteccionismo del mercado doméstico, una deliberada política de industrialización.

      Hamilton, en su informe Las manufacturas en los Estados Unidos, teniendo en mente la historia económica de Inglaterra –y no lo que ésta ideológicamente propagaba con Adam Smith y otros voceros–, propuso una serie de medidas para alcanzar el desarrollo industrial, entre las cuales se destacaban “aranceles protectores y prohibiciones de importación; subvenciones, prohibición de exportación de materias primas clave; liberalización de la importación y devolución de aranceles sobre suministros industriales; primas y patentes para inventos; regulación de niveles de productos, y desarrollo de infraestructuras financieras y de transportes” (Chang, 77).

      Thomas Jefferson, a la sazón secretario de Estado, se opuso enérgicamente al programa de Hamilton, pero el presidente Washington jugó su prestigio y autoridad a favor de este último y desautorizó a Jefferson. Sin embargo, a pesar del apoyo presidencial, el Congreso siguió muy tímidamente las audaces recomendaciones de Hamilton.

      Reflexionando sobre el modelo económico propuesto por Hamilton, el economista coreano Ha-Joon Chang afirma, irónicamente, que, de haber sido Hamilton ministro de Economía de un país en vías de desarrollo actual, “el FMI y el Banco Mundial se habrían negado, sin duda, a prestar dinero a su nación y estarían ejerciendo presiones para su destitución” (78). Aunque las ideas centrales de Hamilton tuvieron que esperar hasta la finalización de la guerra de secesión para poder ser integralmente aplicadas, puede afirmarse que “Hamilton proporcionó el proyecto para la política económica estadounidense hasta el final de la Segunda Guerra Mundial” (78).

      Vale la referencia a la entonces pobre y relativamente poco poderosa república norteamericana que se planteó desde sus mismos orígenes el proyecto de salir adelante siguiendo un camino que imitara la esencia del desarrollo inglés –y se atreviese a enfrentar abiertamente a Gran Bretaña, por entonces la primera potencia universal indiscutida– en comparación con la posición ideológica y fáctica de subordinación adoptada por los integrantes de la Primera Junta de Gobierno en 1810. Por desconocimiento (valga la mención de la posibilidad) o por mera admiración y convicción ideológica, la mayoría de las elites hispanoamericanas adoptaron la “fórmula” vendida por Inglaterra y no su ejemplo práctico. Las Provincias Unidas del Río de la Plata, por cierto, no fueron la excepción, y es en ese sentido que se inserta este capítulo a esta altura de nuestra descripción histórica.

      La diferencia entre adoptar una y otra postura no necesita mayores ampliaciones.

      Capítulo 4

      El huevo de la serpiente

      El único medio de comprender un fenómeno es saber cómo comenzó.

      Karl Kautsky

      El reino de la ilegalidad y la especulación

      Una vez creado el virreinato del Río de la Plata –el 1 de agosto de 1776– se agudizó, en su seno, la contradicción entre los intereses del interior protoindustrialista y los de la oligarquía contrabandista del puerto de Buenos Aires. Mientras Buenos Aires crecía con el comercio y el contrabando, el interior prosperaba a partir de la producción manufacturera. La región de Cuyo, que contaba por entonces con más de veinte mil habitantes, basaba su economía en la industria del vino y los aguardientes. Las provincias de Cuyo poseían, además, una excelente ganadería y una muy buena agricultura que las convertían en el granero de Santiago de Chile y de Buenos Aires. En la región de Tucumán, habitada por 150.000 almas, se fabricaban carretas, ropas diversas, ponchos, mantas, frazadas, manteles, paños finos, sombreros. En Corrientes se levantaban astilleros y carpinterías. En la zona de Misiones se cultivaba la yerba mate, como también el algodón.

      En cuanto a Buenos Aires, que contaba con veinticuatro mil habitantes, legalmente, su actividad principal estaba constituida por la exportación de cuero y carne salada, pero la ciudad progresaba y se desarrollaba, fundamentalmente, a partir del contrabando. Se fue conformando entonces –como afirma con agudeza Fermín Chávez en su obra Historia del país de los argentinos– paulatinamente en la ciudad puerto una mentalidad proclive a la ilegalidad, desligada de la producción, inclinada a la especulación, que miraba hacia Europa y le daba la espalda al interior del continente. La conformación de esta mentalidad tendría profundas consecuencias políticas a lo largo de toda la historia argentina.

      Muchos años después, cuando las tierras de la llanura pampeana y de las cuchillas orientales –debido al invento del barco a vapor y el frigorífico– fueron incorporadas efectivamente a la división internacional del trabajo –como zonas exclusivamente productoras de materias primas e importadoras de productos industriales, sobre todo británicos–, esa mentalidad de la ciudades-puerto de Buenos Aires y Montevideo –esa forma de pensar, de sentir y de vivir del porteñaje bonaerense y del montevideano– volvió a modificarse en sentido aun más negativo al desaparecer casi por completo de la cultura de las clases altas y medias el ascetismo. Al respecto afirma agudamente Alberto Methol Ferré (1971):

      La producción, la cultura humana, nos señala Freud, se ha erigido sobre la represión, la disciplina de las apetencias. El “principio de realidad” le ha exigido al “principio del placer”, para sobrevivir, la ascética. Sin ascética no ha sido viable ninguna empresa cultural de aliento. Ascetas

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