La historia oculta. Marcelo Gullo

Чтение книги онлайн.

Читать онлайн книгу La historia oculta - Marcelo Gullo страница 11

La historia oculta - Marcelo Gullo

Скачать книгу

el sudeste en el Río de la Plata, y por el sudoeste en Chile. El plan incluía el previo ataque del cabo de Buena Esperanza con la finalidad de que sirviera de punto de apoyo al plan general de invasión de América del Sur y de destruir el todavía apreciable poder marítimo holandés:

      Siguiendo el plan de converger sobre América del Sur por tres puntos distintos, se comisionó a Crawford para que atacase Valparaíso, mientras lord Pophan, jefe de la expedición al Cabo, ordenaba al general Beresford que desembarcara en el Río de la Plata y se lanzara sobre Buenos Aires, ciudad a la sazón con cincuenta mil habitantes. (Sánchez, 1965: 261)

      El 25 de junio de 1806, a la una de la tarde, mientras Buenos Aires dormía la siesta, las tropas de su majestad británica, al mando del general William Carr Beresford[17] desembarcaron en Quilmes. El 26 de junio Pedro de Arce, al mando de una inexperta milicia, intenta detener, sin éxito, a los ingleses en el puente de Barracas. El virrey Rafael de Sobremonte decide, entonces, partir hacia la ciudad de Córdoba en busca de ayuda. El 27 de junio los soldados del ejército británico entran desfilando a la ciudad de Buenos Aires y toman el fuerte, donde izan la bandera británica. Al día siguiente el general Beresford proclama que las tropas británicas han llegado al Río de la Plata para instaurar definitivamente el libre comercio. Además, el general inglés anuncia que el nuevo gobierno garantiza la propiedad privada, la administración de justicia y el libre ejercicio de la religión católica. Pocos días después comunica que rige la pena de muerte para los que ocultaran armas o conspiraran contra la ocupación y exige el juramento de lealtad de la población de Buenos Aires al rey Jorge III. Así, Beresford creía estar aplicando, al mismo tiempo, la política de la zanahoria y el garrote. Desde el punto de vista político, la principal acción emprendida por Beresford, y la que mayor trascendencia tendría con el paso del tiempo, consistió en reforzar la extensa red británica de espionaje formada por criollos “colaboracionistas” de las clases altas de la ciudad de Buenos Aires. Entre los personajes que formaban parte de la red de espionaje inglesa se encontraban, entre otros, Saturnino Rodríguez Peña y Manuel Aniceto Padilla. Esa poderosa red de espionaje, que no fue desmantelada luego de la expulsión de las tropas británicas, no sólo le permitió al poder inglés recabar siempre sustancial información, sino también realizar importantes acciones encubiertas. Desde entonces, la inteligencia británica operó en el Río de la Plata sin interrupción hasta nuestros días.[18]

      La patria de los mercaderes

      El plan inglés de ocupación del virreinato del Río de la Plata –perfecto en su concepción– contenía un error de base: los estrategas ingleses no habían tomado debidamente en cuenta la decidida voluntad de la mayoría de los argentinos de resistir firmemente a una invasión de una nación a la que consideraban un enemigo histórico estratégico. Es preciso, sin embargo, aclarar que esa mayoría no incluía, valga la redundancia, a la mayoría de la clase alta de Buenos Aires y a una parte sustancial de los sectores medios intelectualizados que fueron obsecuentes y colaboracionistas con el invasor inglés.

      Dueños de Buenos Aires, los invasores recibieron la apurada adhesión de algunos personajes conocidos. Castelli encabezaba la lista de los 58 vecinos que firmaron su fidelidad al vencedor, y recibe un valioso regalo como retribución […] Castelli, Vieytes y Beruti fueron afectísimos a la dominación inglesa. (Machado, 1984: 23)

      Para la clase alta porteña, nacida del contrabando, Gran Bretaña llegaba por fin al Río de la Plata a imponer el libre comercio de forma absoluta. Mientras duró la ocupación de la ciudad de Buenos Aires por las tropas inglesas al mando del general Beresford fueron frecuentes las visitas de cortesía al fuerte realizadas por las familias de las clases altas. Familias que permitieron que sus hijas –las Sarratea, las Marcos y las Escalada, entre otras– coquetearan con los oficiales ingleses y les ofrecieran todo tipo de “servicios”.[19] Pero quizá el dato políticamente más relevante para el análisis de la historia argentina lo constituye el hecho de que Beresford nombrara a José Martínez de Hoz como gerente nativo de la Aduana, sellando, de esa forma, una alianza con la familia Martínez de Hoz y con la oligarquía porteña, que se mantuvo sin perturbaciones hasta nuestros días.

      Ciento setenta años después, otro José Martínez de Hoz, nombrado ministro de Economía por la dictadura militar genocida de 1976, sería el encargado de llevar adelante un espeluznante plan de desindustrialización que sumió a miles de argentinos en la pobreza y que obligó al Estado nacional a endeudarse en aproximadamente 40.000 millones de dólares (de la época) para poder mantener una irrestricta apertura de la economía y una falsa paridad cambiaria que sobrevaluaba el peso con respecto de dólar como parte fundamental del proceso de destrucción industrial. Un peso sobrevaluado aumenta los costos locales elevando los precios industriales de producción local, haciendo absolutamente accesible y muy barata la mercadería extrajera frente a la local. Con tamaños costos la producción nacional no puede competir, y su destino inevitable es la ruina. Importa destacar que la deuda contraída por la dictadura militar –que gobernó desde 1976 hasta 1983– fue, principalmente, tomada con bancos ingleses.

      El pueblo masticaba bronca

      El pueblo que con altanería masticaba bronca ante la actitud pasiva de los funcionarios encargados de defender la ciudad espera ansioso la oportunidad de echar a los invasores. De nada valdría la primera medida gubernativa dispuesta por Beresford: la libertad de comercio, es decir, que el virreinato se abriera al comercio británico, medida demagógica sólo destinada a recibir el aplauso de los nativos vinculados a dicha actividad que veían con agrado el blanqueo de la antes ilícita, aunque tolerada, actividad mercantil.

      Allí es cuando entra providencialmente en escena Santiago de Liniers y Bremond, que siendo originario de la región de la Vendée, en Francia, poseía una consustancial devoción espiritual. Se dice que habiendo concurrido a la iglesia de Santo Domingo, llamó su atención que no estuviera expuesto el Santísimo Sacramento y, según José María Rosa, la tristeza con la que se celebraba la misa y las profanaciones llevadas a cabo por soldados ingleses, le hizo prometer ese mismo día al prior del convento, fray Gregorio Torres, que si con la ayuda de Dios lograba reconquistar la ciudad ofrecería a los pies de la Virgen los trofeos capturados al enemigo. (Yurman, s/f)

      El 4 de agosto de 1806, Santiago de Liniers –que había escapado a la Banda Oriental para poder organizar la reconquista de Buenos Aires–, al mando de mil combatientes, desembarca en el Puerto de las Conchas (en la actual localidad de Tigre) donde se le suman otros quinientos voluntarios. Liniers se dirige entonces a San Isidro y la Chacarita y acampa en los corrales de Miserere, actual plaza Once.

      El 11 de agosto de 1806, a las cinco de la mañana, comienza el combate por la reconquista de Buenos Aires. La población se une en masa a las tropas que comanda Liniers. El comandante de los Voluntarios de Caballería, Martín de Pueyrredón, le arrebata una de las banderolas al legendario regimiento 71º de Highlanders.

      El 12 de agosto, el general Beresford acepta rendirse, “a discreción”, es decir, incondicionalmente. Gran Bretaña ha sido derrotada y las banderas británicas capturadas, colocadas a los pies de la Virgen en la iglesia de Santo Domingo, conforme lo prometido por Liniers. En ese mismo sitio aun hoy pueden verse, aunque no debemos omitir que trofeos de tamaño valor se encuentran en lamentable estado de abandono e indisimulado descuido.

      El pueblo encuentra a su caudillo

      Dos días después de la rendición de Beresford se conoce en Buenos Aires una carta que el virrey Sobremonte había dirigido a Liniers ordenándole que de ninguna manera intentara la reconquista de Buenos Aires hasta que llegasen las fuerzas cordobesas por él reclutadas. La indignación popular fue enorme y una gigantesca multitud se presentó amenazadoramente “delante de las casas consistoriales, pidiendo a gritos que no se permita al virrey la entrada en la ciudad. Y que a Liniers se confiera el mando de las armas” (Di Meglio, 2007: 81).

      Entonces se produjo un hecho extraordinario: el primer gran acto de democracia

Скачать книгу