V-2. La venganza de Hitler. José Manuel Ramírez Galván

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V-2. La venganza de Hitler - José Manuel Ramírez Galván General

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el cual el a-4 nunca estaría operacional contra Gran Bretaña y que, como Führer del Reich de los mil años, sólo podía creer en sus propias intuiciones.

      El que no parecía saber nada sobre la falta de prioridad era el siniestro Heinrich Himmler, que en abril de 1943 visitó Peenemünde, junto con el general Friedrich Fromm, Jefe de Armamentos del Ejército. Himmler afirmó que seguro que Hitler cambiaría de opinión pronto y daría prioridad al programa, y que mientras tanto él podría ofrecer protección contra el sabotaje y el espionaje con sus siempre fieles tropas. Fromm no tardó en responderle diciendo que Peenemünde era una instalación militar y sólo al Ejército le correspondía la seguridad de su instalación. Como era de esperar, esa afirmación no le gustó nada a Himmler y antes de marcharse le comentó a Dornberger que más adelante volvería pero, por supuesto, sin la insidiosa compañía de oficiales del Ejército, para seguir «discutiendo» sobre el asunto.

      Llegados a este punto, no olvidemos que existía otra nueva arma secreta que también reclamaba la atención de algunos altos mandos de la Wehrmacht. Aunque revolucionaria en algunas cosas, la bomba volante Fieseler Fi-103 desarrollada por la Luftwaffe en Peenemünde no parecía gran cosa comparada con el a-4. Pero tenía sus indudables ventajas, como por ejemplo su facilidad de construcción (que permitía la producción de cantidades enormes) y de manejo (tan sólo necesitaba una catapulta para despegar). Era necesario efectuar una prueba comparativa entre las dos para ver cuál sería la que se construiría en serie. Una comisión formada por Waldemar Petersen (vicepresidente de la filial alemana de General Motors), el gran almirante Karl Dönitz, el general Fromm y Erhard Milch (Jefe de Armamentos de la Luftwaffe), se prepararon para presenciar una demostración práctica de las dos armas secretas el 26 de mayo de 1943. Al principio, las cosas fueron muy bien para el a-4, cuyo primer disparo alcanzó los 280 kilómetros de distancia, fallando el blanco por menos de cinco kilómetros. El segundo cohete, lanzado varias horas después, cayó al mar. Después de eso, llegó el turno a la bomba volante Fi-103, pero ninguno de los dos ejemplares lanzados consiguió volar más allá de unos pocos centenares de metros. Milch apartó a Dornberger y le dijo al oído: «Felicidades. Dos a cero a su favor». Pero ni siquiera ese rotundo fracaso de la bomba volante sirvió para hacer decantar la balanza a favor del a-4. Tras varias horas de presiones, conjeturas y deliberaciones, se tomó la decisión de construir las dos armas. Esa fue la peor decisión que podía esperar el ministro de Armamento, Albert Speer, aunque no le quedó más remedio que acatar la decisión de la comisión especial.

      Una bomba volante v-1 conservada en el Imperial War Museum de Londres. Construida y lanzada en mayor cantidad que la v-2, provocó mayores destrozos y víctimas aún a pesar de su falta innata de calidad tecnológica comparada con el gran cohete (Alfons Alquézar Sabaté).

      Mientras tanto, Speer trabajaba para convencer a Hitler de que diera una oportunidad al proyecto a-4. Después de que volara con éxito en octubre de 1942, logró convencerle para que el cohete se produjera en grandes cantidades. La orden fue firmada el 22 de diciembre y el ministro de Armamento creía que podría empezar a producirse en serie el mes de julio siguiente. La idea era construir unos 6.000 cohetes, entre las instalaciones de Peenemünde y las del conde Zeppelin en Friedrichshafen. En febrero se redujeron las expectativas a poco más de 5.000 unidades porque en esa fecha el a-4 estaba aún muy lejos de estar listo, según confesaron von Braun y Dornberger a Speer. Éste les contestó que sintiéndolo mucho Hitler no podría darles más prioridad porque aún no estaba del todo convencido del proyecto, así que tenían que espabilarse si querían avanzar. No obstante, después de la prueba comparativa comentada anteriormente, Speer logró organizar una reunión con Hitler en el secreto y seguro refugio del Wolfschanze («la guarida del lobo»). El 7 de julio de 1943, Dornberger, von Braun y Steinhoff se reunieron con Hitler. Como los dos ingenieros eran pilotos, hicieron el trayecto en un Heinkel He-111 tripulado por ellos mismos. Durante la reunión le mostraron maquetas de búnkeres acorazados, del equipo de tierra necesario para el disparo del cohete y una filmación del primer vuelo con éxito del a-4 (hábilmente montada con otras imágenes de unos pocos lanzamientos exitosos que, mostrados desde diferentes ángulos, daban la sensación de tratarse de centenares de misiles elevándose desde Peenemünde). Al revés de lo que pasó durante su visita a las instalaciones bálticas, esta vez Hitler mostró más interés y llegó a asegurar que, si Alemania hubiera tenido ese cohete en 1939, la guerra no habría sido necesaria. ¡Incluso llegó a pedirle disculpas a Dornberger por no haber creído en el proyecto! Acto seguido, como era tan habitual en él, Hitler pasó al extremo opuesto de sus antiguas afirmaciones, y afirmó que se iban a construir dos mil cohetes al mes y, además, con una cabeza explosiva de diez toneladas. Por supuesto, Dornberger no tardó en decirle que eso no era posible y esa afirmación volvió a exponerle a la ira del dictador, aunque el arrebato le duró poco y el resto de la reunión transcurrió con normalidad. Al menos ahora ya tenían la prioridad que pretendían. Y para aumentar la seguridad sobre el proyecto, Hitler ordenó que sólo trabajaran alemanes en él, una orden que nunca se llegaría a cumplir.

      Para culminar la jornada, Hitler le estrechó la mano a von Braun y le llamó «Profesor», felicitándole por sus logros. Von Braun, como no podía ser de otra manera, se sintió muy halagado, pero le recordó que él no gozaba de tal distinción académica. Un poco por detrás, Speer y Dornberger sonrieron. Al cabo de dos semanas, von Braun recibió un certificado de profesor firmado por Hitler, aunque tenía un valor tan sólo honorífico, pues no fue otorgado por el Estado sino por el Führer en persona. Speer y Dornberger lo habían tramado varias semanas antes con el beneplácito del dictador. Era su regalo por el a-4.

      Esta no es sólo una foto de Himmler visitando Peenemünde en abril de 1943, es también la única imagen que se conoce de von Braun vestido con el uniforme negro de las ss, medio tapado por el temible jefe de la Gestapo.

      La tierna florecilla del Reich

      El caso es que con tantas pruebas y problemas, los sabios de Peenemünde no se habían dado casi cuenta de que estaban desarrollando un sistema de armas de una complejidad extraordinaria y no sólo un cohete. Hasta mediados de 1943 no empezaron a plantearse preguntas como, por ejemplo, desde dónde dispararlo, o quién sería el encargado de manejar los cohetes y de qué manera. Fue poco antes de la reunión con Hitler que se decidió asignar la cuestión del sistema de lanzamiento a Klaus Riedel y su equipo. Su tarea no era nada fácil porque hasta ese momento a nadie se le había ocurrido usar un cohete de características semejantes para fines bélicos. Muchas veces tenían que plasmar ideas sueltas en simples bocetos para luego presentarlos a empresas subcontratadas que debían realizar los estudios detallados de esos esquemas y construir las piezas requeridas. Eso es lo que pasó con el famoso remolque Meilerwagen, construido en Múnich por la empresa Meiler (de dónde deriva su nombre), que entró en producción sólo un mes después de que el equipo de Riedel hiciera el dibujo.

      Las pruebas siguieron y los disparos se sucedieron desde Peenemünde hasta que, debido a las continuas presiones que recibía, von Braun dio oficialmente por terminado el desarrollo del cohete en septiembre de 1943, aunque sabía perfectamente que era demasiado pronto. En ese momento se introdujo una novedad: el campo de tiro sería real. A unos 150 kilómetros al noreste de Cracovia, entre los ríos Vístula y San, cerca de la ciudad de Blizna, las ss establecieron un campo de entrenamiento para sus tropas bautizado con el nombre en clave de Heidelager. En ese campo de tiro se reunieron las tropas destinadas a usar los a-4 cuando éstos estuvieran listos para entrar en acción. La idea era que llegaran a conocer los cohetes hasta en sus más pequeños detalles. Y de paso, Himmler estaría un poco más cerca de su ansiado control sobre los temibles cohetes. Además, los proyectiles que se lanzaban desde Peenemünde caían al mar y así no había manera exacta de medir la distancia recorrida, ni siquiera usando colorantes para teñir el agua tras la caída, ni los efectos que provocaba su impacto. Tenían que probarse sobre tierra

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