V-2. La venganza de Hitler. José Manuel Ramírez Galván

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V-2. La venganza de Hitler - José Manuel Ramírez Galván General

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de los propósitos de este trabajo. Así pues, nos ceñiremos exclusivamente a los trabajos del Ejército, que se llevaron a cabo en la zona boscosa al este del lago Koplin conocida como Peenemünde Este.

      Al sur había varias pequeñas poblaciones como Wolgast, Zinnowitz o Trassenheide. Pero si alguien buscaba más animación y mayor vida social tenía que recorrer unos 150 kilómetros para llegar a Rostock o Stettin o unos doscientos hasta la capital alemana. El noreste era la parte más boscosa y allí se construyeron las instalaciones del Entewickzungswerk («Trabajos Experimentales»), nombre con que se iban a enmascarar algunas de las investigaciones más secretas de la segunda guerra mundial, mientras que en el resto abundaban las playas y las dunas. Esa zona fue la elegida para las plataformas de pruebas de los cohetes. Al suroeste, cerca del pueblo, se instalaron un generador, capaz de suministrar 20.000 kilovatios, y una factoría del vital oxígeno líquido, mientras que el modesto puerto de pescadores fue dragado y ampliado para que pudiera servir como base naval de limitada capacidad. Finalmente, al sureste de la península y al norte de la ciudad de Karlshagen se construyó una nueva «urbanización» para los técnicos y sus familias, que se completó con toda clase de tiendas, colegios y un campo de deportes, convirtiendo el único y moderno hotel existente en el club social para toda clase de reuniones no laborales. Por tanto, Peenemünde era mucho más que un simple centro de investigación secreto; era todo un complejo de instalaciones que se expandían en varios kilómetros cuadrados y abarcaba a miles de personas. Ese es otro de los aspectos que convierten a Peenemünde en algo diferente al resto de instalaciones de la época. Los que allí trabajaban eran en su inmensa mayoría científicos, colegas que a veces habían estudiado juntos y que, por avatares del destino, algunos habían seguido una vida más militar que otros. Pero allí no existían los rangos. El trato se hacía atendiendo a la titulación académica de la persona, no al rango militar, y no resultaba extraño que un sargento diera órdenes a un teniente, por ejemplo. Además, al haber tenido que ser reclutados por todo el Tercer Reich, allí se agolpaban toda clase de personas, no sólo de colores de piel distinta, sino también de origen (nobles aristócratas o campesinos). En el centro se podían ver toda clase de ropajes civiles o militares: uniformes de la Wehrmacht, ss o Gestapo o caros trajes de confección y monos de trabajo. Además, se hablaba alemán en toda una variedad de acentos provenientes de todos los rincones del Reich o de países ocupados. Probablemente, por su composición era el rincón más heterogéneo de todo el mundo, adelantándose en varios años a lo que hicieron los Aliados en Los Álamos o los soviéticos en Akademgodorok.

      Para la construcción de la base se decidió talar el menor número posible de árboles, no por motivos ecológicos sino para favorecer el camuflaje de las instalaciones. Según los planes iniciales, debería ocupar cincuenta kilómetros cuadrados y la Luftwaffe y el Ejército compartirían los gastos, pero estos se dispararon ante la necesidad de tener que levantar más construcciones de las previstas inicialmente como, por ejemplo, dragar el puerto de pescadores para permitir el uso de pequeñas unidades navales de apoyo, tender nuevas vías de ferrocarril y alargar las existentes o construir un dique. Todo eso encareció de tal modo la obra que a la Luftwaffe no le quedó más remedio que retirar su financiación en enero de 1939 y dejar al Ejército que se hiciera cargo de todo. La Luftwaffe sólo retuvo el control del aeródromo, que usaría para desarrollar sus propios proyectos. El inicio de la guerra aceleró la necesidad de un centro como Peenemünde, así que el propio Hitler encargó a su arquitecto favorito, Albert Speer, que se encargara de terminarlo de una vez. Y no sólo lo hizo, sino que además llegó a imaginarse un Peenemünde floreciente como una ciudad con 30.000 científicos, convertido en todo un centro espacial de primer orden para una Alemania victoriosa. Tras desembolsar 300 millones de marcos, a finales del 1939 el Ejército ya tenía su nuevo juguete, terminando el traslado del personal desde Kummersdorf. Peenemünde estaba listo, al precio de 13 millones de marcos anuales para mantenerlo funcionando. A la Luftwaffe sólo le correspondieron apenas los veinte kilómetros cuadrados que ocupaban el aeródromo y sus instalaciones adyacentes.

      Ahora que ya se podría trabajar con la tranquilidad que da saberse fuera del alcance de la curiosidad ajena, la atención se centró en el diseño del a-3, el cohete más avanzado construido hasta entonces en el mundo. Despegaría apoyándose en sus aletas aerodinámicas y no desde una rampa, y además contaría con tobera girocontrolada, servoválvulas magnéticas y otras exquisiteces técnicas. Los trabajos en el a-3 habían empezado en Kummersdorf en 1935. Medía unos siete metros de altura, pesaba 745 kilos y su motor de oxígeno líquido y alcohol etílico desarrollaba una tonelada y media de empuje. En esa época, usaban como plataforma una simple superficie de cemento y como blocaos de control, troncos cubiertos con tierra. Desde allí despegaron en total cuatro ejemplares en el plazo de cuatro días, aunque los resultados no fueron ni de lejos los que se esperaban. El 4 de diciembre de 1937 despegó el primero desde la cercana isla de Greifswalder, terminando con un espectacular desastre. Al poco rato de despegar, se abrió el paracaídas de recuperación, el cohete se inclinó y tomó un rumbo horizontal que lo llevó mar adentro, precipitándose al agua. El 6 y el 8 de diciembre despegaron dos ejemplares más, que tras alcanzar los cien metros de altura sufrieron idénticos problemas que el primero. El último cohete a-3 despegó también el día 8 y llegó a alcanzar un kilómetro de altitud. Éste iba sin el paracaídas porque se creía que era el causante de los problemas de los anteriores, pero el caso es que terminó también fuera de control. Tras los estudios pertinentes, se resolvió que el problema estaba en su sistema giroscópico de control, que impidió que el a-3 volara con éxito una sola vez. Era un sistema basado en tres giroscopios y dos acelerómetros integrados (cuya función era cortar el suministro de combustible en un momento preestablecido) y que, actuando coordinadamente, efectuarían las correcciones de vuelo necesarias al detectarse una desviación de la trayectoria. Lamentablemente, ese sistema estaba muy por encima de las posibilidades tecnológicas de la época y estaba destinado al fracaso. Pero las presiones a los científicos aumentaban. Había que darse prisa si querían conseguir un cohete potente y fiable para la guerra que ya se empezaba a vislumbrar en un futuro a muy corto plazo

      Albert Speer, el arquitecto favorito de Hitler, fue encargado por éste de terminar las obras de la base secreta de Peenemünde.

      Desde abril de 1936, Dornberger había definido ya las especificaciones de cómo debería ser el cohete ideal para bombardear París desde una distancia mucho mayor a la que lo había hecho el cañón «Gran Berta» durante la primera guerra mundial:

      – que pudiera transportarse por ferrocarril (es decir, que cupiese en un vagón de tren y pudiera pasar por los túneles existentes).

      – que pudiera lanzarse desde rampas móviles.

      – construido con materiales baratos y fáciles de encontrar, por si había que resistir un bloqueo, y así facilitar su producción en masa

      – equipado con una cabeza de combate de una tonelada de alto explosivo.

      – un alcance mínimo de 240 kilómetros.

      – invulnerable a cualquier sistema de defensa enemigo.

      – absolutamente indetectable.

      – y, sobre todo, de absoluta y total confianza.

      Antes de conseguir un proyectil que cumpliera con todos esos requisitos (en especial, el último) habría que ir paso a paso y el siguiente iba a ser el cohete a-5, con un nuevo sistema giroscópico para corregir los defectos de su antecesor. La designación a-4, por el acostumbrado sentido germánico de numeración por orden de evolución, ya había sido reservada por los técnicos para el que debía ser ese gran cohete. A principios de 1938 quedó listo un modelo a escala del a-5 sin motor ni sistemas de guiado, simplemente para probar su diseño aerodinámico soltándolo desde la panza de un bombardero. Pesaba 250 kilos y medía poco más de un metro y medio de largo y veinte centímetros de diámetro. Para el verano de

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