V-2. La venganza de Hitler. José Manuel Ramírez Galván

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V-2. La venganza de Hitler - José Manuel Ramírez Galván General

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a Dornberger no le hacía mucha gracia realizar las pruebas finales del a-4 en Blizna, pero en cuanto supo que la responsabilidad de cualquier accidente que ocurriera fuera de la zona de seguridad sería para las ss y no para sus hombres, aceptó a regañadientes. El primer disparo desde el nuevo campo de tiro tuvo lugar el 5 de noviembre de 1943 y, en contra de lo que esperaban los alemanes, las pruebas no resultaron tan satisfactorias como deberían. Explosiones en el aire o en la rampa de lanzamiento se sucedían una y otra vez. La tasa de fracasos era muy alta y en diferentes momentos de la trayectoria. Era tal la poca fiabilidad de los misiles que en alguna ocasión se puso en peligro la vida de los propios técnicos. Más que eso, el punto que se consideraba más seguro era el mismo centro del blanco, porque entre la poca fiabilidad y la gran dispersión que tenía el cohete, ese punto era casi imposible de alcanzar. Y cierto día hacia allí se dirigieron von Braun y Dornberger para observar la trayectoria de reentrada de un cohete. Mientras estaban allí los dos contemplando la estela del a-4 cayeron en la cuenta, de repente, de que el a-4 se dirigía justo a donde estaban ellos. Tuvieron el tiempo justo de empezar a correr cuando el misil impactó y la onda expansiva los envió a una zanja, ilesos. Para colmo de la mala suerte, ese día la cabeza explosiva también funcionó a la perfección. Von Braun y Dornberger volvieron a nacer...

      Ajeno a estas vicisitudes, Himmler soñaba, ansiaba con todas sus fuerzas controlar todas las armas secretas, en especial el a-4: su fabricación, su diseño, su uso, el entrenamiento de las tropas... ¿Qué mejor manera para conseguirlo que enfrentar a von Braun y Dornberger convenciendo al primero para que se pusiera a sus órdenes? Sería, además, una buena manera de demostrar quién mandaba en el partido. El Reichsführer ordenó a von Braun que se presentara en su despacho. El influyente jefe de la terrorífica Gestapo y de las no menos temibles ss le prometió su respaldo y todo su apoyo si ponía el programa del a-4 bajo su control. Y atónito escuchó la negativa del ingeniero que, casi ingenuamente, plantaba cara al hombre más poderoso de Alemania después de Hitler (¿o era al revés?): «Herr Reichsführer, no podría pedir un jefe mejor que el general Dornberger. Los retrasos que aún estamos sufriendo se deben a problemas técnicos, y no a la burocracia. ¿Sabe?, el a-4 es como una pequeña florecilla. Para que florezca, necesita la luz del sol, una cantidad apropiada de fertilizante y un jardinero cuidadoso. Me temo que lo que usted está esperando es que le eche un montón de estiércol. Y, ¿sabe?, eso podría matar a nuestra florecilla».

      Trío de cohetes a-4 esperando a ser probados en Peenemünde.

      Aunque despidió a von Braun con una de sus siniestras sonrisas, el 15 de marzo de 1944 el humillado Himmler mandó encarcelar por traición a los hermanos von Braun, Walter Riedel y Helmut Göttrup. Según la Gestapo, todos ellos estaban más interesados en el futuro uso de los cohetes para ir al Espacio que en aprovechar sus energías y recursos para ganar la guerra. Por tanto, eran saboteadores. La acusación se fundamentaba en el hecho de que el día 5, von Braun fue invitado a asistir a una cena en el pequeño pueblo de Zinnowitz, muy cercano a Peenemünde, junto con su hermano Magnus (acabado de llegar a la base báltica), Riedel, Göttrup y otros científicos. Después de la cena y las copas de rigor, von Braun tocó algunas piezas clásicas al piano y al cabo de poco se inició la enésima charla sobre la conquista del Espacio que tenían los ilustres invitados, como habían hecho ya en otras muchas cenas. La gran diferencia es que esa conversación era escuchada y fielmente anotada por una de las invitadas, una licenciada en física agente de la Gestapo. Basándose en ese informe, a las dos de la madrugada del 15 de marzo se procedió al arresto de von Braun que fue trasladado a la cárcel de Stettin. Allí se encontró con su hermano y los demás «conjurados». La Gestapo, además, los acusaba de querer retrasar la entrada en servicio del cohete y de tener a su disposición un avión con el que querían volar a Inglaterra llevando consigo información vital del programa.

      Por boca del general Bohle, Dornberger se enteró al día siguiente de lo sucedido. Sin acabar de creerse lo que había oído, fue a ver al mariscal de campo Keitel, jefe del Ejército, quien le explicó la gravedad de los cargos y de la situación: los prisioneros podían ser ejecutados en cualquier momento. Dornberger abogó por ellos y le recordó que los prisioneros eran civiles y, por tanto, sujetos a jurisdicción civil y no militar. Pero el propio Keitel hacía tiempo que estaba en el punto de mira de la Gestapo por sus encontronazos con Hitler y los comentarios que había hecho en alguna ocasión sobre él, y no quería enfrentarse directamente a Himmler. Entonces Dornberger intentó hablar con Himmler, pero éste se negó alegando que el «conducto oficial» pasaba por el general Hans Kaltenbrunner, jefe de la oficina de seguridad de las ss. Dado que éste se encontraba ausente, fue atendido por el general Heinrich Müller quien informó a Dornberger que sus hombres no estaban detenidos sino solamente «puestos en segura custodia» y que, además, tenían un grueso expediente sobre él mismo desde que criticó aquel sueño de Hitler en el que el Führer veía que el a-4 nunca llegaría a bombardear Londres. Costó dos semanas y la intercesión directa de Speer y del propio Hitler para sacar a los prisioneros de esa «segura custodia», aunque fuera una libertad vigilada de tres meses (en el caso de Göttrup, arresto domiciliario hasta casi el fin de la guerra). Y para acabar de demostrar la valía de von Braun y sus colaboradores a cualquier individuo que osara ponerles la mano encima, Hitler le concedió la Cruz de Caballero por Servicios de Guerra con Espadas de manos de Albert Speer poco después de iniciarse la ofensiva contra Amberes en diciembre de 1944. De todos modos, el que salió ganando más con todo este asunto fue Heinrich Himmler, quien consiguió demostrar lo que quería: que nadie estaba lejos de su negra mano, por indispensable que pudiera parecer. Y que haría lo que fuera para conseguir el control de los cohetes.

      Wernher von Braun en su despacho de Peenemünde. Su inocente enfrentamiento con Himmler estuvo a punto de costar la vida a él, a su hermano pequeño, y a sus colaboradores Walther Riedel y Helmut Göttrup.

      Ajenos a estos chanchullos políticos, los cohetes seguían volando aunque mal. A finales de marzo, sólo una quinta parte de ellos alcanzaba su blanco. A pesar de eso, pudo averiguarse el motivo de algunas de estas explosiones y buscar soluciones. No obstante, la producción ya llevaba meses en marcha, de modo que cuando se produjo el desembarco de Normandía se disponía de poco más de 400 ejemplares a punto para ser lanzados, aunque no podían considerarse del modelo definitivo. Desde Heidelager ya no podía hacerse nada porque los rusos se movían hacia allí y muy deprisa. El campo tuvo que ser abandonado en julio de 1944, y todo el personal y material hubo de ser trasladado a unos 15 kilómetros de la ciudad de Tuchel, una nueva zona de pruebas denominada Heidekraut (pluma). Fue entonces cuando se encontró la solución definitiva para los misteriosos fallos del a-4, aumentando su fiabilidad de manera espectacular. Se descubrió, por ejemplo, que las explosiones que tenían lugar durante la reentrada se debían a un sobrecalentamiento que podía evitarse aislando los tanques de combustible de la parte central del fuselaje con lana de vidrio. Y los fallos en el despegue se debían a unas fuertes vibraciones que provocaban fugas de combustible, lo que llevó al rediseño de los conductos. Estos cambios aumentaron el peso del misil y significaron, en la misma medida, una reducción de la cabeza de combate original, que ahora pasaría de una tonelada a unos 750 kilos. Los primeros ejemplares actualizados empezaron a salir de fábrica en noviembre de 1944, con la denominación a-4b (con mayúscula, no confundir con el a-4b del que ya hablaremos después).

      Excepcional fotografía de tres a-4 en el campo de pruebas de Blizna, Polonia, en 1943.

      En total, se lanzaron un par de centenares de a-4 desde Blizna sobre la pequeña ciudad polaca de Sarnaki, a unos 270 kilómetros del punto de lanzamiento, cuyo millar de habitantes recibió la orden expresa de permanecer en sus casas para así comprobar mejor los efectos del cohete. Los resultados eran desesperantes hasta lo inconcebible. Dado que la ciudad era un objetivo demasiado pequeño para un cohete de tanto alcance y con tantos problemas de estabilidad y

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