El bebé prematuro y sus padres. Ana Lía Ruiz

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El bebé prematuro y sus padres - Ana Lía Ruiz Retardo Mental y Educación Especial

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materna, permitiéndole desarrollar los aprendizajes que requiere el tener un hijo.

      Para Stern (1995: 216), esta función de la matriz de apoyo ha constituido siempre una red femenina y maternal que lleva a la madre a buscar figuras femeninas que cumplan un rol maternal.

      De ahí que la futura madre atraviese por un período de reactivación y reorganización de la relación con su propia madre como madre y de ella misma como hija en un juego de “identificaciones en espejo” como mirada narcisística en el que una hija mira a su madre siguiendo una línea transgeneracional.

      Stern (1995) señala los peligros de la sociedad occidental actual, en la que las mujeres no cuentan con figuras femeninas como figuras de apoyo, ya que esta matriz de referencia le permitirá establecer comparaciones en relación a ella como madre y memorizar sus experiencias como niña. De ahí que la madre tema no lograr o no poder mantener una matriz de apoyo.

      4- ¿Será capaz la madre de transformar su propia identidad para permitir y facilitar estas funciones?: tema de la reorganización de la identidad.

      Como consecuencia de la necesidad de generar una matriz de apoyo, la madre buscará modelos identificatorios, reviviendo identificaciones con su propia madre u otras figuras significativas, dando lugar aquí a la transmisión intergeneracional de la función materna.

      Como se planteó anteriormente, cada uno de estos temas está asociado a un grupo organizado de ideas, temores, deseos, recuerdos que influenciarán las acciones, interpretaciones, relaciones y conductas de adaptación materna, así como las interac­ciones con su hijo.

      Diferentes autores ubican los nueve meses de gestación del ser humano, desde un punto de vista fenomenológico o psico­dinámico, como un período de preparación psicológico, ambiental y social para los futuros padres.

      ¿Pero qué ocurre con el futuro padre durante la gestación de su hijo? Si bien la cuestión de la paternidad es tan compleja como la maternidad por estar atravesadas por ejes históricos-culturales que confluyen en su determinación, se debe señalar que la maternidad, con su anclaje biológico dado por el embarazo y parto, conserva cierto orden de registro y de legitimidad “natural”.

      Antes del nacimiento, al niño no se lo declara ni se lo inscribe en los registros civiles; no existe legalmente. Luego de producido el nacimiento, el bebé adquiere un status legal, y el padre también como tal.

      Winnicott (1960) plantea la función paterna ligada a la creación de un medio ambiente que beneficie en los primeros momentos de la vida del niño la “convivencia madre-bebé”, determinando que la madre, por su parte, podrá cumplir mejor sus funciones si es objeto ella misma de cuidados. Los cuidados satisfactorios que brinde a su bebé estarán en estrecha relación con los cuidados que ella misma reciba. Esta última función estará en parte a cargo del padre como sostén de la díada.

      Stern (1995), por su parte, continúa esta línea de Winnicott planteando que el padre tiene un importante papel en la organización de la “constelación maternal” como protector del ambiente en el cual ésta se desarrolla, brindando cuidados especiales a la madre, cubriendo sus necesidades vitales y permitiéndole retirarse durante algún tiempo de las exigencias de la realidad externa. La función paterna se vincularía así con un rol de protector y amortiguador físico y práctico, brindando apoyo psicológico a la madre, permitiéndole dedicarse a la organización de los temas subjetivos que se despliegan y que constituyen la constelación maternal mencionada anteriormente.

      Por otra parte, Benedik (1970) se plantea, cuando aborda el desarrollo de la condición psicobiológica de progenitor, que el conflicto básico de la paternidad no se sitúa en la función procreadora, sino en su retoño, en la función de proveedor de seguridad, y esto involucra un esfuerzo de trabajo para lograr un entorno de seguridad.

      En la sociedad moderna se encuentran padres que se comprometen en el cuidado y crianza de sus hijos, así como en los primeros momentos del embarazo de su mujer. En los últimos 30 años, según Oiberman (1999: 34), se puede observar “un modelo de padre”, denominado “New Father”, que se compromete como agente emocional del desarrollo de sus hijos, más allá de la función paterna ligada al sostén de la díada (Winnicott, 1960). Así se encuentra un nuevo criterio de filiación que implica la posesión del estado de la identidad paterna ante la presencia afectuosa y formadora del hijo, que viene a constituir el vínculo paternal.

      El padre, que es reconocido por su presencia afectiva cotidiana, da lugar a otro registro desde lo corporal, y define una nueva proximidad entre padre e hijo. Esto ya es experimentado durante el embarazo, y hay padres que relatan la comunicación que establecen con el bebé en gestación a través de caricias, palabras, música, etc.

      Es necesario puntualizar las vivencias del futuro padre durante el embarazo de su mujer, para luego poder analizar el lugar del padre en el nacimiento prematuro.

      Soifer (1971) ya mencionaba que en el período del embarazo, cuando la embarazada comienza a percibir los movimientos fetales, surgen ciertas fantasías por parte del futuro padre en relación a la envidia que le produce el gestar de su mujer, o el sentirse excluido en esa relación tan cercana y especial.

      Brazelton y Cramer (1990) hacen referencia a lo que serían los albores del vínculo entre el futuro padre y el bebé en gestación, y señalan la identificación central del futuro padre con su propia madre, así como con su capacidad de tener y criar hijos, para luego identificarse con el padre y su pasaje a la masculinidad.

      De acuerdo con sus experiencias clínicas, no todos los padres aceptan la renuncia a su falta de capacidad de tener hijos, porque se sienten excluidos del proceso de gestación del bebé e inconscientemente compiten con la madre, exhibiendo síntomas que nos recuerdan ciertas ceremonias de los pueblos primitivos, como la couvade. Por ello, no se muestran empáticos ante las necesidades internas de la embarazada.

      La couvade consiste en un ritual donde los hombres simulan dolores de parto y alumbramiento. El término proviene del vocablo francés “couver”, que significa: empollar, incubar y lo aplicó por primera vez el antropólogo inglés Sir Edward Taylor, en 1865 (Oiberman, 1999).

      Según Cramer y Brazelton (1990), los hombres que pueden sublimar satisfactoriamente estos deseos, experimentan una renovada creatividad y nuevas energías e, igual que para la mujer, el hijo representa para el hombre un deseo narcisista de ser completo y omnipotente. Por ello desea producir un hijo e identificarse con él, reproducir una imagen de sí, o reparar o continuarse en él.

      Es interesante rescatar la opinión de estos autores en relación a ciertos fenómenos psicológicos que pueden observarse en aquellos padres que intervienen activamente en el embarazo de su mujer, en las entrevistas prenatales y/o parto, y se refiere a cierto grado de competencia que puede darse entre los futuros padres por desear la exclusividad en la “posesión del hijo”.

      En general, estos aspectos se relacionan con los procesos de apego al futuro hijo. Observaciones clínicas de Brazelton y Cramer refieren, durante el tercer trimestre del embarazo (momento en el cual puede producirse un nacimiento prematuro), un aumento de la ansiedad del futuro padre, en relación a la salud del bebé. Esta ansiedad encubre ciertas fantasías inconscientes que pueden ser vinculadas a su ambivalencia, rivalidad y resentimiento frente a la capacidad de la mujer de poder gestar en su cuerpo al futuro bebé.

      Videla (1973) plantea que al no poder comprobar en su cuerpo los movimientos del niño y no poder compartir el desarrollo embrionario del mismo, como le sucede a la mujer, el padre queda más librado a sus fantasías y ansiedades.

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