El hombre imperfecto. Jessica Hart
Чтение книги онлайн.
Читать онлайн книгу El hombre imperfecto - Jessica Hart страница 5
Siempre se estaba quejando porque, en su opinión, la gente de la revista no le hacía ni caso. A Max le parecía difícil de creer. Allegra no era una preciosidad en el sentido clásico del término, pero no era de la clase de personas que pasaban desapercibidas. Tenía una cara interesante y expresiva y unos ojos verdes realmente bonitos.
Max la conocía desde que Libby la había llevado a su casa por primera vez, durante unas vacaciones. Por entonces, él era un adolescente que la despreciaba por histérica, patosa y ligeramente gorda. Durante mucho tiempo, Allegra no fue más que la amiga rara de Libby; pero luego pegó el estirón y, aunque no se podía decir que la oruga se hubiera convertido en mariposa, se convirtió en una chica interesante.
Una chica que, ahora, era una mujer de lo más atractiva.
Max admiró un momento sus labios y apartó la vista como si su visión le quemara. La última vez que se había permitido el lujo de mirar aquellos labios, había estado a punto de hacer algo desastroso. Fue antes de que conociera a Emma. Un instante de locura.
Ni siquiera estaba seguro de lo que pasó. Estaba charlando con ella y, de repente, se sintió como si aquellos ojos verdes lo hubieran atrapado en su hechizo. Luego, clavó la mirada en sus labios y le faltó poco para besarla.
¿Cómo era posible?
Por suerte, los dos se refrenaron y no llegaron a más. Nunca hablaron de lo que había estado a punto de ocurrir. Max se lo tomó como una de esas cosas inexplicables que pasaban a veces y se lo sacó de la cabeza; pero, de vez en cuando, el recuerdo de aquel momento volvía a la superficie y lo dejaba sin respiración.
–Sí, sé que ese trabajo es muy importante para ti –replicó–. Pero ¿por qué lo dices? ¿Es que ha pasado algo?
–Claro que ha pasado. He conseguido mi primer encargo, mi primera oportunidad.
–Vaya, me alegro mucho por ti. ¿De qué se trata? ¿De un caso de corrupción en el gremio de zapateros? ¿De una revelación asombrosa sobre las falditas que se van a llevar el año que viene? –se burló.
–Si fuera un asunto de zapatos y faldas, no me servirías de nada –afirmó con aspereza–. Eres un ignorante en materia de moda.
–Entonces, ¿en qué te puedo ayudar?
–Prométeme que me escucharás en silencio.
Max la miró con desconfianza.
–Empiezo a tener un mal presentimiento.
–Por favor, Max. Escúchame.
Él se recostó en el sofá y se cruzó de brazos.
–Está bien, te escucho.
Allegra se humedeció los labios y empezó a hablar.
–Como tal vez sepas, la redacción de Glitz se reunió para planificar los números de los próximos meses…
Max no lo sabía, pero asintió de todas formas.
–Pues bien, el otro día nos pusimos a hablar sobre una de las chicas de la revista, que acababa de romper con su novio.
–¿En eso consiste vuestro trabajo? ¿En cotilleos y murmuraciones sobre relaciones amorosas? –preguntó él.
–Nuestras lectoras están interesadas en las relaciones amorosas –le recordó Allegra–. Además, me has prometido que me escucharías en silencio.
–Está bien.
–Como iba diciendo, hablamos sobre su relación y llegamos a la conclusión de que las expectativas de nuestra compañera eran totalmente irracionales. No quiere un hombre, sino un príncipe azul en un cuento de hadas.
Max sacudió la cabeza. Príncipes azules y cuentos de hadas. Cuando él hablaba con sus compañeros de trabajo, discutían sobre asuntos como el impacto ambiental de las obras. A veces, tenía la impresión de que Allegra vivía en un universo paralelo.
–Nos pusimos a reflexionar sobre lo que realmente quieren algunas mujeres –siguió Allegra, ajena a los pensamientos de Max–. Y nos dimos cuenta de que lo quieren todo. Un hombre capaz de arreglar una lavadora, que sepa bailar, que se sepa vestir para cualquier ocasión, que las ayude con los impuestos, que sea sensible, fuerte, romántico y hasta duro cuando lo tenga que ser.
Max la miró con incredulidad.
–Pues les deseo toda la suerte del mundo, porque ese hombre no existe.
–¡Exacto! –exclamó Allegra–. ¡Exacto! Eso es exactamente lo que dijimos, que ese hombre no existe. Así que me puse a pensar y me pregunté si sería posible crear a ese hombre. ¿Qué pasaría si pudiéramos crear el amante perfecto?
–Y eso, ¿cómo se hace? –replicó Max, que no sabía si reír o llorar.
–Es fácil. Solo hay que decirle lo que tiene que hacer –afirmó Allegra–. Y eso es lo que le propuse a Stella. Un artículo sobre si es posible que un hombre normal y corriente se transforme en un príncipe azul.
–Oh, no… No me digas que estás pensando en mí –dijo, horrorizado.
–Estoy pensando en ti –dijo ella, sonriendo.
–Será una broma, ¿verdad?
–Piénsalo un momento, Max. Eres el candidato perfecto –contestó–. Ahora mismo no estás saliendo con nadie y, francamente, dudo que puedas salir con alguien si te sigues vistiendo de esa forma.
Max frunció el ceño.
–Deja de meterte con mi forma de vestir. A Emma no le importaba.
–Puede que no te lo dijera, pero seguro que le importaba –puntualizó ella–. Max, el polo que llevas es toda una declaración de intenciones. Dice que no estás dispuesto a hacer ningún esfuerzo por mejorar.
Max apretó los dientes.
–Por Dios, Allegra. Solo es un polo. Y bastante cómodo, por cierto –alegó–. ¿Qué tiene de malo la comodidad?
–Nada, pero podrías llevar camisas o camisetas que también son cómodas y que no atentan contra el buen gusto. Pero no te las pones porque tendrías que cambiar de actitud y todos los cambios suponen un esfuerzo –dijo Allegra–. En realidad, tu problema no tiene nada que ver con la ropa. Tienes que cambiar tu forma de comunicarte con los demás, tu forma de expresar lo que eres.
Max entrecerró los ojos.
–Sinceramente, no sé de qué estás hablando.
–¿Por qué rompió Emma vuestro compromiso? Seguro que fue porque no estabas dispuesto a esforzarte.
–Te equivocas. Lo rompió porque conoció a un hombre que le gustaba más.
Allegra lo miró con asombro.
–¿Cómo?