La política de las emociones. Toni Aira

Чтение книги онлайн.

Читать онлайн книгу La política de las emociones - Toni Aira страница 10

Автор:
Серия:
Издательство:
La política de las emociones - Toni Aira

Скачать книгу

la reiterada presión de los medios para que rectificara, Spicer llegó a decir que «a veces podemos estar en desacuerdo con los hechos». Efectivamente, eso puede pasar en un mundo donde el discurso emocional se impone al racional por goleada.

      Conway, a través de su empresa Polling Company, fundada en 1995, ya había asesorado a Trump en 2013, cuando consideraba presentarse a gobernador de Nueva York. Conway se había graduado en Derecho en The Luntz Research Companies —ahora Luntz Global—, liderada por Frank Luntz, amigo de Conway desde que se conocieron como estudiantes en el Trinity College. Luntz es autor, entre otras obras importantes sobre la opinión pública de los últimos años, de Words That Work: it’s Not What You Say, It’s What People Hear (2007). Una materia en la que también es experta Conway: palabras, imágenes que hablan por sí solas; gestos, talantes, tuits y en cómo todo ello es descodificado por la ciudadanía, especialmente la favorable a dichos mensajes.

      El secreto de la ristra de directores de comunicación y responsables de prensa de la Casa Blanca está en que Trump, Twitter en mano, ejerce de hecho las funciones de jefe de comunicación. Pero sería un error creer que lo hace porque es su naturaleza e inclinación, sin más. Por algo ha tenido a Conway a su lado, inamovible, desde la campaña electoral que lo llevó a la victoria. La mantuvo a pesar de las diversas polémicas que la han conducido al borde del cese. De hecho, polémicas político-mediáticas a un lado, en junio de 2019, la Oficina de Asesoría Especial de Estados Unidos recomendó que se despidiera a Conway por múltiples violaciones «sin precedentes» de la Ley Hatch de 1939, una norma federal para prevenir actividades políticas perniciosas. Su disposición principal prohíbe a los empleados en la rama ejecutiva del gobierno federal —excepto al presidente, al vicepresidente y a ciertos funcionarios de alto nivel designado— participar en algunas formas de actividad política. Trump obvió la recomendación. Conway y su consejo seguían siendo importantes para él.

      El domingo 2 de febrero de 2020, el presidente norteamericano defendió con su estilo habitual la decisión de su Administración de vetar la entrada en Estados Unidos a los extranjeros procedentes de China para evitar que se propagase el coronavirus, mientras la Casa Blanca lamentaba que Pekín no hubiese aceptado la ayuda de Washington ante la crisis.

      Genio y figura: «Básicamente, hemos echado el cierre para que [el virus] no entre desde China», afirmó durante una entrevista emitida por la cadena Fox News, muy afín a él, poco antes del inicio de la SuperBowl, la 54.ª final de la Liga Nacional de Fútbol Americano. «Les hemos ofrecido una ayuda tremenda (a China), somos los mejores del mundo para eso. Pero no podemos tener a miles de personas entrando [al país] que podrían tener este problema, el coronavirus», remató.

      Aquellas declaraciones del presidente norteamericano se emitieron poco antes de que entrase en vigor la prohibición temporal de entrada a Estados Unidos de los extranjeros que hubiesen visitado China los previos 14 días, una medida que la Administración Trump había anunciado dos días antes. Hasta entonces, se habían confirmado tan solo ocho casos de coronavirus en Estados Unidos. Las autoridades del país aseguraban tener bajo control a todos los infectados y llamaban a la calma a quienes temieran una réplica de la situación que se había dado en China, donde el coronavirus en aquel momento se había cobrado la vida de 305 personas y había infectado a otras 14.380. A finales del siguiente mes, en marzo, Estados Unidos se convertía en el país con más contagios confirmados de Covid-19 en todo el mundo, más de 125.000, superando los 2.000 muertos por esta causa.

      Por el camino, eso sí, en lo que Trump no había fallado había sido en su estrategia de tirar del odio para defender su proyecto y su gestión errática de la crisis, con constantes idas y venidas. No falló en eso ni en su tendencia a convertir todo lo que le rodea en un gran show (televisivo). De hecho, a finales de marzo de 2020, el magnate metido a político empezó a pisar como no había hecho nunca durante su mandato una sala de prensa de la Casa Blanca que hasta entonces había contado con su presencia en muy pocas ocasiones. Y se puso a ello a diario, cada tarde, con una media de duración de las comparecencias de hora y media. Se tenía que notar que es un amante de la televisión y que le gusta ocupar horas de antena además de espacio en el time line de Twitter. Pero las opiniones contradictorias que en estos espacios emitían Trump y sus asesores (técnicos), unido a la desinformación que ahí esparcía el presidente, por ejemplo hablando de inyectar lejía y luz solar a pacientes con coronavirus, hicieron plantear a algunas cadenas la conveniencia de emitir en directo esas ruedas de prensa, al no considerarlas lo suficientemente fiables en un momento crítico que reclamaba más meticulosidad y responsabilidad que nunca con las informaciones emitidas por el Ejecutivo.

      Y es que, en general pero en concreto ante una crisis de las dimensiones de la provocada por el estallido del coronavirus, lo peor que puede hacer un líder institucional es confundir más a la población y no ser sinónimo de confianza y de seriedad. Pero a finales de marzo, con un Trump que aplicaba una gestión errática contra la Covid-19 y con su extensión descontrolada, seguía protagonizando horas de televisión a diario y de entrada iba beneficiándose de ello, con un índice de popularidad que el 28 de aquel mes había subido 5 puntos, hasta el 49%, la cifra más alta desde que llegara al poder. Una tendencia típica que ante grandes crisis de esta índole acostumbra a llevar a muchos ciudadanos y a la mayoría de fuerzas políticas a cerrar filas tras su gobierno y su presidente, pero también algo incentivado porque un Trump constantemente presente en los medios eclipsó las primarias demócratas, con el entonces favorito Joe Biden confinado en su casa y a duras penas haciéndose un hueco entre la atención de la opinión pública hasta que Bernie Sanders anunció su renuncia a la carrera presidencial y le dio un punto de notoriedad. Mientras, Trump, en vez de informar, aprovechaba las ruedas de prensa en la Casa Blanca para atacar a sus adversarios políticos, a la prensa y a China. Esto último con especial énfasis y dedicación. Su típico discurso del odio, en este caso contra los chinos.

      En rueda de prensa el mismo día en la Casa Blanca, e interrogado por los reporteros sobre si no tenía ningún problema con que alguien de su equipo se refiriera al coronavirus con los apelativos racistas de «Kung Flu» o «gripe china», el presidente contestó que «no» y que probablemente todo el mundo «estaría de acuerdo al 100%» en llamar así al coronavirus. Sin importarle que aquello pudiese estar dando vía libre para que algunos atacasen a la comunidad asiática en su país. Sin importarle eso o siendo consciente de los frutos que algunos como él recogen cuando agitan sentimientos como el odio contra otros, que así les sirven a la vez de escudo y de trampolín.

      Escudo, por ejemplo, ante los posibles efectos negativos de un empeoramiento de la situación económica, que era su gran baza de cara a la reelección antes del estallido de la crisis del coronavirus. La injusticia manifiesta de las desigualdades económicas y de estructura sanitaria en los Estados Unidos, además, estaba claro que haría que quienes más sufrieran las consecuencias del virus fueran las capas sociales menos favorecidas, un granero de votos para un Trump que desviando el sentimiento de rechazo, por ejemplo hacia los chinos, tenía opciones de desgastarse menos. Más aún, que así tenía opciones de protagonizar horas de televisión interpretando su predilecto

Скачать книгу