La política de las emociones. Toni Aira

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La política de las emociones - Toni Aira

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      En octubre de 2019, en el late show de Stephen Colbert, un actor invitado al programa con la excusa de un estreno cinematográfico leyó en voz alta unos tuits de Trump imitando la voz y los gestos de uno de sus personajes más celebrados. Se trataba de Andy Serkis, el intérprete de ese personaje torturado y reconcomido por el odio que triunfó en la saga de El señor de los anillos: Gollum. El efecto de los tuits de Trump pasados por el filtro de la voz y de la mirada airada de Gollum era entre hilarante y espeluznante. Muy inquietante.

      El psicólogo José Antonio Ramadán explica que el llamado «síndrome del emperador» define a los niños y adolescentes que abusan de sus padres de forma inconsciente. La madre acostumbra a ser la primera y principal víctima del pequeño tirano, que luego extiende el maltrato a otros miembros de la familia, a no ser que se ponga remedio. ¿Principales causas que coronan al pequeño mandamás? Unos padres ausentes que, para compensar su poca dedicación, le conceden todos los caprichos al niño. Estos padres no ejercen como adultos educadores y en consecuencia no ponen límites a los pequeños reyes de la casa. La condición de hijo único no convierte directamente a la criatura en un pequeño dictador, pero puede generar un caldo de cultivo proclive. En ese sentido, el periodista Steve Connor, en un artículo para The Independent, mencionaba la aparición de un «ejército chino de pequeños emperadores», fruto de la sobreprotección de padres y abuelos con el único hijo que pueden tener las parejas en China. Quieren darle los lujos y privilegios que a ellos les negaron en sus infancias, lo cual, sumado al incremento de la renta per cápita de las familias, ha disparado el número de «pequeños tiranos».

      Uno de los cambios decisivos que explican nuestro momento y que lo contrastan con sus antecedentes es que ahora las relaciones entre los ciudadanos y los políticos se producen casi en tiempo real. ¿Dónde queda ahí la reflexión, la estrategia, la construcción de nada que pueda ser o parecer mínimamente sólido o duradero? A golpe de tuit se difunde rápidamente un mensaje. ¿Pero qué mensaje? El del día, el del instante, el del momento. Un mensaje de usar y tirar, que deja a los diarios arrastrados por el ritmo del minutario en que se han constituido las redes sociales, muy especialmente Twitter. En ese entorno reina Donald Trump, que puede decir una cosa y la contraria en un corto plazo de tiempo, y negarlo todo sin despeinarse, sin preocuparle lo que sus detractores le puedan decir y abrazando el apoyo de otros tantos seguidores convertidos en creyentes a ciegas de sus proclamas. Trump es el niño consentido de Twitter.

      Para muestra, un botón: rueda de prensa de Richard Nixon en la Casa Blanca, octubre de 1973. El presidente se queja de cómo enfocan los medios sus declaraciones: «Nunca he escuchado o visto nada tan grosero ni tan escandaloso en cuanto a información en veintisiete años de vida pública». Pregunta de un periodista: «¿Qué hay en nuestra cobertura televisiva de usted en estas últimas semanas y meses que despertó su ira?». Respuesta: «No tenga la impresión de que despierta mi ira. Uno solo puede estar enojado con aquellos a quienes respeta». Enero de 2018, Donald Trump en rueda de prensa en la misma East Room: «Mañana dirán “Donald Trump despotrica y delira contra la prensa”. No estoy despotricando ni delirando. Solo os digo que sois personas deshonestas. Pero no estoy despotricando ni delirando».

      Otro botón de muestra: conversación grabada entre Nixon y su secretario de Estado, Henry Kissinger, en 1972. Habla el presidente: «La prensa es el enemigo. La prensa es el enemigo. La prensa es el enemigo. Escribe eso en la pizarra cien veces». Tuit de Donald Trump del 17 de febrero de 2017. «Los medios de las fake news (véase @nytimes, @NBCNews, @ABC, @CBS, @CNN) no son mi enemigo, ¡son el enemigo del pueblo estadounidense!». Nixon dimitió por cargos de obstrucción a la Justicia. Trump fue investigado por lo mismo. Timothy Naftali, historiador presidencial y exdirector de la biblioteca presidencial de Nixon, ha afirmado: «En términos de temperamento, hay un centro volcánico en los dos. El despotricar, la ira, las preocupaciones paranoicas, el odio. Con Donald Trump tenemos los tuits. Tenemos los tuits que son a menudo básicamente ataques. Esta característica similar nos lleva a la siguiente gran pregunta: ¿Donald Trump emprenderá actividades nixonianas?». A grabar conversaciones y a opositores, se refiere. Eso lo descartó en última instancia en febrero de 2020 una mayoría republicana en el Senado, en el marco de la «investigación formal de impeachment» que la presidenta de la Cámara baja de Estados Unidos, la demócrata Nancy Pelosi, anunció en septiembre de 2019 a raíz de la supuesta coacción de Trump al presidente ucraniano, Volodímir Zelenski, para investigar al exvicepresidente Joe Biden —aún candidato en las primarias demócratas— y su hijo. Se descartó políticamente, pero no convenció a nadie más que a los trumpistas. En cuanto al proceder con los medios, es evidente el paralelismo. Ayer, town hall meetings. Hoy, tuits.

      Al inicio de su presidencia, Trump tuiteó que a través de su cuenta llega a más estadounidenses que The York Times. Él: el emperador, el «niño emperador». Curiosamente, en las manifestaciones de protesta contra el presidente norteamericano a lo largo del planeta es habitual ver un gran globo que lo representa como un bebé en pañales, con cara de pocos amigos y con un móvil en la mano, en referencia al vehículo de expresión a través del cual da rienda suelta a su mensaje de odio. Los que más lo sufren en primera instancia, como los padres de los «pequeños emperadores», son los que comparten «hogar» con él. Sus conciudadanos, en este caso. E incluso más concretamente, quienes comparten las paredes de la Casa Blanca. Los mismos asesores que habitan en su ala oeste, sin ir más lejos, y que con Trump han sublimado la máxima según la cual la esperanza de vida política de los spin doctors acostumbra a ser corta. Entre sus récords, el presidente cuenta con el de asesores depuestos, entre directores de comunicación (dircom) y jefes de prensa. No se pierdan, en este sentido, el libro Fuego y furia. En las entrañas de la Casa Blanca de Trump (2018), de Michael Wolff. Describe los primeros pasos de la Administración Trump desde dentro. Gran y documentada crónica de un periodista reputado. También funciona perfectamente como novela de terror. Igual que como este libro que aquí voy escribiendo.

      Conway ha sido consejera presidencial desde que Trump aterrizó en la Casa Blanca y se estrenó como consejera principal desde el 9 de febrero de 2018, en sustitución de Steve Bannon, gran estratega en la sombra del triunfo electoral del magnate. Se estrenó en esas lides, por cierto, describiendo como «hechos alternativos» (alternative facts) las mentiras del entonces responsable de comunicación y jefe de prensa de Trump, Sean Spicer, cuando quiso vender la toma de posesión del republicano

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