Candela en la City. Carla Crespo

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Candela en la City - Carla Crespo HQÑ

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dos tipos trajeados y se sienta con nosotros. Justo a mi lado.

      —¿Ya sabéis lo que queréis? —pregunta mientras le hace un gesto a un camarero, que se acerca a nuestra mesa para tomarnos nota.

      —La Bomba de Baño —profiere Merry, decidido.

      —Yo probaré el Apocalipsis Zombi.

      Kenneth se gira hacia mí.

      —Un agua con gas, gracias.

      —¿¿Agua con gas?? ¿¿Estás de broma?? —inquieren escandalizados Merry y Pippin.

      —Ya sabéis que no bebo, chicos.

      —¿Estás segura, Candeeelaaa? ¿Ni siquiera un chupito de Jäger?

      Lo fulmino con la mirada, pero él permanece impasible.

      —Anda, Candy, no seas así… Pídete, aunque sea, un cóctel sin alcohol.

      Niego con la cabeza. Pienso beberme mi agua lo más rápido que pueda y largarme a mi casa. No lo hago ahora porque Kenneth tendría que levantarse para que yo pudiera salir de mi sitio y estoy convencida de que no lo permitiría. Así que trato de mantenerme firme.

      Toda esta situación es una mierda. No quiero que Kenneth sea mi gerente. No es que tenga nada en contra de él, sé que es bueno en lo suyo, pero no se parece en nada a mí y la verdad es que me sorprende que haya llegado a ser gerente en tan pocos años. A veces me pregunto si no será más que un enchufado. Por la pinta que tiene se ve que es de buena familia. No sería tan descabellado. Yo no puedo permitirme salir de fiesta como él hace. Mis padres antepusieron mi educación a cualquiera de sus necesidades o caprichos, tengo que esforzarme por corresponder a sus desvelos. Ser buena no es suficiente, tengo que ser la mejor.

      He de admitir que Merry y Pippin no son mucho mejores que Kenneth en cuanto a lo de salir de afterwork, pero se lo perdono.

      Se lo perdono porque son jóvenes.

      Se lo perdono porque siempre saben sacarme una sonrisa.

      Y se lo perdono porque… bueno, porque ellos no me han besado.

      Capítulo 2

      UNA COPA EN THE ALCHEMIST

      KENNETH

      Sé que Candela está incomoda y me siento un poco mal por haberla arrastrado hasta aquí, pero, joder, ahora forma parte de mi equipo y a mí me encanta salir con los colegas después del trabajo. Merry y Pippin, en cambio, están en su salsa. Son dos tíos cojonudos. Me recuerdan un poco a mí a su edad. En cambio, ella, es todo lo contrario.

      —El Ahumado Antiguo para mí, por favor. Y traiga también el Bombón de Fresa —añado mirando a Candela—. No lleva alcohol, así que no puedes darme esa excusa.

      Veo que duda, así que insisto.

      —No me hagas ese feo.

      —De acuerdo —acepta a regañadientes sin apenas dirigirme la mirada.

      Conocí a Candela hace tres años en la fiesta de Navidad, pero desde entonces apenas hemos vuelto a cruzar una palabra. Me evita como si tuviera la peste y no tengo ni idea de por qué. Me extraña, porque soy un tío muy sociable y no tengo problemas con nadie en la oficina, pero está claro que ella tiene algún problema conmigo. Se nota que no le gusta en absoluto que yo sea su gerente, aunque no puedo adivinar el motivo.

      Por un momento, recuerdo el beso que le di bajo el muérdago, pero no puede ser por eso. ¿Qué hay más tradicional que un beso bajo el muérdago? Mis tías Amelia y Abigail siempre me cubren de besos en Navidad con la excusa del muérdago, pero sé que lo hacen porque para ellas todavía soy su niño. Aunque he de reconocer que el beso que le di a Candela no se parece en nada a los que me dan mis tías. Pero es que no podía no dárselo. Mucho menos cuando me miraba con esa cara tan dulce. Sacudo la cabeza, imbuido en mis pensamientos. No puede ser por eso. ¡Beso de puta madre! O eso dicen todas. Debe ser por otra cosa, pero ¿qué?

      El camarero nos trae las bebidas y me saca de mis ensoñaciones. Cada copa trae consigo una especie de montaje y efectos al servirla que te hacen sentir como si fueses el mismísimo Nicolás Flamel.

      Aunque dudo mucho que sea la primera vez que Merry y Pippin vienen a The Alchemist, los dos están emocionados con sus respectivos cócteles. Son como dos niños en una juguetería. Pippin agrega la falsa bomba de baño de frutas a su cóctel de ginebra y por arte de magia se vuelve rosa fucsia.

      —¡Brutal! —exclaman al unísono los dos.

      Mientras tanto, mi Ahumado Antiguo, que en realidad es una mezcla de whisky y sirope de arce, entre otras cosas y el Apocalipsis Zombi de Merry que lleva ron, lima y piña, además de la mezcla secreta zombi, humean sin parar.

      Lo cojo y doy un sorbo. Exquisito.

      Observo cómo Candela coge su bebida. He acertado de pleno. Se trata de una mezcla de limonada con fresas coronada con una piruleta. Llamándose Candy, el cóctel no podría pegarle más. Veo cómo moja la piruleta en la copa y se la lleva a la boca.

      ¡Jodeeeeer!

      A lo mejor hubiese sido mejor que se hubiera pedido el agua con gas.

      ¿Me está poniendo cachondo? ¡No puedo ponerme cachondo con Candela! Voy a trabajar con ella a partir de ahora.

      Cojo la copa de nuevo y doy otro trago. Esta vez más largo.

      Sé que Merry y Pippin me están hablando, pero la verdad es que ahora mismo no les estoy haciendo ni puto caso. Por suerte, soy de esos tipos que saben disimular y quedar bien. Sonrío y asiento con la cabeza. Candela sigue callada, pero dado que sus asistentes no cierran el pico ni un segundo, puedo comprenderlo. Me giro de reojo a volver a mirarla.

      ¡Mierda! No tenía que haberlo hecho.

      Pero, ¿por qué se me ha ocurrido pedirle eso? Quiero apartar la vista, pero mis ojos están fijos en cómo su lengua lame la piruleta. «Piensa en otra cosa, Kenneth», me digo cuando siento que la excitación empieza a apoderarse de mí. «Piensa en todos los malditos plazos de entrega que te han estado agobiando esta semana y a los que NO vas a llegar». Ese pensamiento tan pesimista hace que me enfríe un poco. Lo cierto es que no puedo mirar a Candela con esos ojos. No puedo. Aunque ahora mismo lo esté haciendo.

      Trato de fijar mi atención en lo que me preguntan sus asistentes cuando el sonido de una voz familiar, ronca y con una ligera afonía, hace que me levante, sorprendido.

      —¿Tío Waldo?

      —¡¡Kenneth!! —Mi tío me estrecha entre sus brazos en uno de sus abrazos de oso y siento que va a partirme la espalda.

      El tío Waldo, aunque ya tiene edad para ir pensando en jubilarse, tiene una perfumería en Covent Garden, en el pasaje de Goodwins Court. Le apasiona el mundo de los aromas e incluso vivió varios años en Grasse, capital mundial del perfume. Me olisquea el cuello como si fuera un perro.

      —¿Penhaligon’s?

      Asiento con la cabeza. Cada Navidad, mi tío me regala una de

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