Vida, pasión y muerte en Pisagua. Bernardo Guerrero Jiménez

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Vida, pasión y muerte en Pisagua - Bernardo Guerrero Jiménez

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reclamarán.

      Frente a ello, creo que la justicia, la verdad y el castigo, por muy dolorosos que sean, es la mejor lección para ello. Parecemos que vivimos tensados entre una suerte de “realismo político” y de “excesiva ideologización” cuando tratamos temas como el de Pisagua. Y pareciera que ambos extremos han de ser necesariamente poco viables para el afán de aprender del dolor.

      Este “realismo político” que nos hace pensar que cualquier acción de enjuiciamiento a los responsables de esos crímenes pueden poner en duda nuestro frágil sistema político democrático, nos hace demasiado dependiente del fantasma del golpe de Estado, que vive agazapado en cada cuartel. Este “realismo político” conduce más que nada a la inmovilidad, y favorece, por supuesto, a los sectores comprometidos con estos crímenes.

      Por otro lado, y casi como respuesta a lo anterior, la “excesiva ideologización” reclama la verdad, la justicia y el castigo, pero, casi olvidando el marco político en la que se inscribe la vida nacional. De allí que muchas de sus propuestas válidas en lo ético, se convierten en inviable en lo político.

      El rol del gobierno de la Concertación es pues, de suyo complicado. Anclado en su “realismo político”, pero sabedor de los costos que implica no hacerse cargo de corregir la violación de los derechos humanos, por lo mismo que su bandera de lucha fue ésa, se ve doblemente amarrada, primero por lo que prometió, y segundo por tener que gobernar en un ambiente de amarras.

      Pareciera que por ahora, independiente de las consideraciones anteriores, la cultura de izquierda necesita, para su crecimiento y consolidación, asumir la experiencia de Pisagua, no necesariamente como una experiencia traumática, sino más que nada, como una

      experiencia que la ha de marcar para su enriquecimiento como fuerza social, política y moral.

      “He vuelto a Pisagua. Sus habitantes no alcanzan a la centena. De los muelles apenas quedan los restos de uno. Muchos años que no entra un barco. Las aguas azules de su bahía solo mecen a dos maltrechos botes pescadores. Todas las semanas debe ir el camión municipal a Iquique en busca de alimentos. Pero, desde hace más de un siglo, allí, en la cúspide de la elevada torre, está el reloj. Indiferente, sigue haciendo vibrar sus campanadas con la alegre sonoridad de las épocas venturosas, sin advertir que a sus pies muere Pisagua, con la elegancia y señorío que corresponden a un Puerto Mayor”. Alfredo Wormald Cruz, Historias Olvidadas del Norte Grande.

      

      Tal vez, ese mismo reloj, guarda en sus ojos de fríos números, y en su corazón puntual, el secreto donde yacen los restos de Freddy Taberna, José Sampson, Juan Antonio Ruz, Rodolfo Fuenzalida y Michel Nash, y de otros que tal vez lo acompañan en ese sueño macabro que empezó esa mañana del once de septiembre 1973. Seguimos esperando que sus campanadas nos orienten para de una vez por todas encontrarlos.

      Bernardo Guerrero Jiménez

      Pisagua: Un gran cementerio con vista al mar

      (Carta a Freddy Taberna)

       Lautaro Núñez Atencio

      

      Iquique, 20 de agosto de 1990

      Señor:

      Freddy Taberna G.

      Pisagua.

      Estimado Pete:

      Recibí tu carta con la foto para la publicación que preparamos. Te respondo recién después de 17 años a raíz de que has vuelto a lugares que juntos recorrimos en el año 1971. Allí, entre momias que brotaban de la tierra, de tantos cementerios del pasado, te dije que Pisagua era como un gran cementerio con vista al mar, y así entre pescados fritos y tus célebres artefactos verbales de grueso calibre iniciamos un largo recorrido desde la Plaza de Pisagua al cementerio, y de allí hacia el puerto español (Pisagua Viejo). Estos lugares seguramente que ahora los recuerdas intensamente.

      Estabas tan impresionado por tantos vestigios antiguos. Te decía que los ritos funerarios involucrados con el pasaje hacia el misterio absoluto de la muerte era una condición esencialmente humana. Piensa que ya se enterraban con respeto y religiosidad los hombres de Neanderthal y hasta ahora los Sapiens vivimos atrapados sin piedad ante ese más allá incierto, aquel futuro extraño del todo o de la nada. Te parecía fascinante que Pisagua fuera el Puerto de los Muertos, donde “habitaban” más momias que vivos… en esa guirnalda de cementerios que te mostraba con la paciencia de los iniciados. Claro, si aceptamos que el acto de nacer es un hecho involuntario, entonces, la muerte obligada, la “poderosa”, era para ambos como voltear concientemente una capa rebosante de vida en el desierto. Teníamos que discutir todo esto porque allí la muerte nos salía al paso en cada encrucijada, como extraviados en el enigma final hacia donde solo los mitos, ritos, ideas y mucha fe, acuden desesperadamente al trance.

      Te asombraba que ese retazo estrecho de tierra entre la cordillera costeña y el mar, hubiera contenido sepulturas desde hace 5000 años. Recuerdas que cuando supiste que aún no encontrábamos a los pescadores de la Cultura del Anzuelo de Concha, anteriores al quinto milenio antes del presente, querías poco menos que hacerlo en el instante… fue en Pisagua Viejo, en la pendiente que domina la iglesia en ruinas, donde te mostré las excavaciones de esa familia de la Cultura Chinchorro. Los encontré con sus cuerpos momificados artificialmente, extendidos, incluyendo a un joven fracturado en dos porque al enterrarlo dieron con una roca. Esto creo no lo entendiste bien.

      Volvimos luego hacia Pisagua (“la huayna”), cruzamos su plaza, los pescadores de siempre, la torre-reloj con el tiempo atrapado, la cárcel tan surrealista como una jirafa en llamas. En Punta Pichalo habían excavado hace tiempo los arqueólogos Uhle y Bird. Todavía se veían restos de los gruesos postes que marcaban las tumbas datadas por el primer milenio antes de Cristo. Ese fragmento de cesto que recogiste era precisamente de uno de los grandes depósitos donde se colocaban los cuerpos con sus cráneos enrollados en turbantes de finísimas lanas teñidas. Cuando te conté que el viejo Uhle había encontrado allí un cráneo-trofeo con turbante entre dos cestos me miraste con asombro… pero al escuchar que entre los cuerpos flectados y recostados, varios tenían arpones atados a las manos entonces me acusaste de fantasioso y otro de tus mejores calibres del estilo de la Nora o del Barril Morrino retumbaron no sé hasta dónde.

      En verdad lo que yo intentaba explicarte era como la suma de los cementerios lograba articular una historia cultural deseada. Algo así como el paso del tiempo, entre distintas comunidades, significaba a su vez distintas culturas, a pesar de que todos habían vivido en un medio exactamente igual. Cada lugar con sus entierros conformaba un estilo de vida, un conjunto artefactual, ideales propios, etc. Para ti, entender esta noción de progreso social no podía ser indiferente, siendo tú un Geógrafo Humano por excelencia, no vale la pena extenderse más sobre esto.

      Después alcanzamos un cementerio más reciente, a unos 300 metros, al oeste del anterior. Aquí Uhle encontró varios cuerpos flectados con finos camisones bordados del estilo Tiwanaku, de origen altiplánico, reconozco que tu explicación sobre los aymaras en relación a la cultura Tiwanaku me sorprendió, pero ya estábamos en el plano, frente al Hospital, donde el mismo Uhle, identificó un gran cementerio que llamó atacameño. Fueron pescadores que vivieron en Pisagua algo antes de la llegada de los Inkas. Habían tanto huesos, trozos de tejidos, incluso fragmentos de tubos para inhalar alucinógenos. Ahora tengo la certeza que todo lo explicado allí no fue escuchado. Estabas obsesionado con ese cañón medio enterrado, del cual para

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