Reclamada por el multimillonario. Pippa Roscoe
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–El señor Arcuri tiene que ocuparse de ciertos asuntos, eso es todo.
–Es que… Dada la situación actual…
–Arcuri Enterprises es lo bastante fuerte como para sobrevivir a cualquier situación.
La voz con acento italiano de Antonio le interrumpió en un tono cortante.
A Emma le espantaba que entrara sigilosamente en las habitaciones, como una pantera, y sintió lástima por el pobre James, que, antes de salir corriendo, había pasado de estar pálido por el miedo a estar rojo por la humillación.
–¿Por qué parece como si todo el mundo creyera que voy a despedirlo? –le preguntó Antonio con rabia a Emma.
Ella contuvo las ganas de suspirar. Evidentemente, estaba de ese humor, un humor que le facilitaba contener también las ganas de comerse con la mirada ese metro noventa de musculatura fibrosa.
–Es un poco raro que interrumpas tu estancia en Italia.
–Necesito una videoconferencia con Danyl y Dimitri inmediatamente. También necesito un informe completo sobre Benjamin Bartlett. Todo lo que puedas saber sobre él y su empresa.
Lo último lo dijo por encima del hombro mientras se dirigía a su despacho.
–Se lo diré inmediatamente al equipo de investigación.
–No –Antonio se paró a mitad de camino–. Nadie puede saberlo. Quiero que te ocupes tú personalmente.
Dicho lo cual, Antonio llegó a su despacho, entró y cerró la puerta dando un portazo. Emma volvió a suspirar y cerró la carpeta que tenía abierta encima de la mesa. Era sobre la gala benéfica de la Fundación Arcuri, un asunto al que ya había dedicado mucho de su tiempo libre, pero supo que tendría que llevársela a casa. Mientras marcaba los números de Dimitri y Danyl, que ya se sabía de memoria, se preguntó quién sería Benjamin Bartlett y por qué sería tan importante.
Antonio Arcuri quería que se le apaciguara la adrenalina que le corría por las venas. Se quitó la chaqueta del traje, la tiró sobre el sofá y, en vez de sentarse, fue hasta el ventanal.
Había decidido que le asignaría a Emma la investigación de Benjamin Bartlett durante el vuelo de vuelta de Italia, de la casa de su madre en Sorrento. Le había impresionado, durante los últimos dieciocho meses, que su secretaria fuese tan tranquila e imperturbable. Dieciocho meses en los que había reprimido sin contemplaciones ese interés sensual y no deseado que se le había despertado desde el mismo momento en el que se montó en aquella limusina que lo llevó al club Asquith de Londres.
Naturalmente, también le había ayudado que ella se vistiera como si fuese la fundadora de una orden religiosa y no mostrara el más mínimo interés hacia él, aparte de su relación profesional. Había tenido otras secretarias y habían arqueado las cejas con incomodidad cuando les había encargado ciertos cometidos indiscretos, como que rechazara a examantes o que comprara regalos de… despedida. Emma, a pesar de lo que indicaba su apariencia conservadora, los había llevado todos a cabo sin rechistar. Lo único que le había pedido había sido que aprobara el presupuesto.
En resumen, Emma Guilham hacía muy bien su trabajo.
Por eso precisamente había confiado en ella para que se ocupara de la investigación de Benjamin Bartlett. No podía arriesgarse a que se filtrara su interés antes de que hubiese podido concertar una cita con él. Sin embargo, su objetivo no era el propio Benjamin Bartlett. Podría haberse quedado su famosa e histórica empresa, él no tenía ninguna necesidad de añadirla a su cartera de inversiones. No. Su objetivo era el otro posible inversor, el inversor al que quería aplastar hasta que no quedara ni rastro de él.
Una vez allí, detrás del ventanal, no veía ni un milímetro de ese vergel que había en medio del bullicio de Nueva York, solo veía la victoria al alcance de la mano. Por fin, tenía la oportunidad de doblegar a Michael Steele, de destrozarlo de una vez por todas. Había pasado mucho tiempo investigando las operaciones empresariales de Steele y quedándose con lo que creía que le correspondía a su madre y a su hermana. No olvidaba la devastación que había llevado a su familia con una eficiencia despiadada, el dolor que casi había acabado con su madre y las cicatrices emocionales que su hermana se había dejado en el cuerpo hasta que no había quedado casi nada de ella.
Él se había pasado años ascendiendo en la escala social para eso, para tener la oportunidad de hundir a Michael Steele para siempre.
Oyó el zumbido del intercomunicador y salió del ensimismamiento cuando Emma le informó de que ya tenía a Danyl y Dimitri conectados.
–¿Qué pasa? –le preguntó Danyl.
Cualquiera podría haber pensado que había captado rabia en su voz, pero Antonio sabía que era preocupación.
–No pasa nada, al contrario.
–Son las… las seis en Nueva York, ¿no? –le preguntó Dimitri–. Ni tú sueles empezar tan pronto.
–Son las siete.
–Compadezco a tu secretaria –comentó Danyl–. Ha tenido que pelearse con mi ayudante para no tener que llamar al ministerio de Asuntos Exteriores de Ter’harn.
–No la compadezcas –replicó Antonio–, admírala.
–La admiro –reconoció Danyl–. Cualquiera que pueda sacar a mi ayudante de los asuntos de Estado vale su peso en oro.
–Ya sé cómo acabar con Steele de una vez por todas.
No hacía falta que explicara de quién estaba hablando ni por qué era tan importante. Danyl y Dimitri habían sabido lo que significaba para él desde que tenía dieciséis años.
–¿Cómo? –le preguntó Dimitri.
–Según informadores de toda confianza, Benjamin Bartlett está buscando una inversión sólida en su empresa. Sería la última oportunidad para que Steele consiguiera seguridad económica. Tiene dinero para invertirlo, pero no tanto como para sobrevivir sin él.
–Y piensas ser tú el inversor, hacer lo que haga falta para serlo.
–No será necesario –Antonio sonrió–. Puedo mejorar cualquier oferta de Steele.
–He conocido a Bartlett y tengo que reconocer que me sorprende que esté buscando un inversor. Nunca ha tenido problemas económicos.
–¿Lo conoces? ¿Por qué? –le preguntó Antonio mientras empezaba a maquinar cómo podría aprovecharse.
–Le gustan mucho las carreras de caballos y se le ve con frecuencia por los hipódromos de todo el mundo.
Antonio frunció el ceño mientras rebuscaba en la memoria, que solía ser perfecta, para acordarse de alguna vez que lo hubiera visto en alguna de las muchas carreras a las que había asistido como integrante de El Círculo de los Ganadores.
–Aunque normalmente es muy discreto –siguió Dimitri–. Suele quedarse al margen de las zonas más concurridas y animadas a las que