E-Pack Novias de millonarios octubre 2020. Lynne Graham

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E-Pack Novias de millonarios octubre 2020 - Lynne Graham Pack

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mujer con un hombre más joven», estaba pensando Kat, sintiéndose humillada. Aquella combinación siempre había resultado extraña, censurable. Mientras que cuando la mujer era más joven que el hombre a nadie le parecía mal. Para Kat, el hecho de saber que Mikhail tenía cinco años menos que ella era la prueba de que no debían estar juntos.

      –Que seas más joven que yo está mal, es desagradable... inapropiado –continuó ella, nerviosa–. A las mujeres mayores que salen con hombres más jóvenes las critican hasta en los periódicos y, además, yo nunca he querido un gigoló...

      Un tenso silencio los envolvió.

      –¿Un gigoló? ¿Me estás llamando gigoló? –repitió Mikhail con incredulidad.

      No era posible que Kat se hubiese atrevido a utilizar un término tan despectivo con él. Notó que le subía el color a las mejillas. Era una de las pocas veces en la vida en que se había quedado casi sin habla de la sorpresa y de un estallido de ira que siempre solía controlar.

      –Retíralo –añadió–. ¡Es un insulto que ningún hombre debería tolerar!

      Sus miradas se encontraron. Kat se quedó inmóvil porque, a pesar de que Mikhail no había levantado la voz, nunca había visto a nadie tan enfadado.

      –Eres varios años más joven que yo –respondió Kat con voz temblorosa, intentando defenderse, a pesar de que ni siquiera ella entendía por qué le importaba tanto–. No está bien...

      –Que lo retires –la interrumpió él–. No puedo consentir que me digas algo así.

      Kat tragó saliva. Le temblaban las rodillas. Mikhail podía llegar a ser un hombre muy intimidante.

      –Está bien, lo retiro –murmuró a regañadientes–. No pretendía insultarte, es solo que me ha sorprendido tu edad.

      –Yo jamás sería el gigoló de ninguna mujer –le dijo él.

      Kat se dejó caer en el sofá, todavía sorprendida por las emociones que se habían desatado en su interior.

      –Tanto mejor, porque yo tampoco saldría nunca con uno –le contestó en voz baja.

      –¿Por qué no? –le preguntó Mikhail, empezando a relajarse mientras la estudiaba con la mirada.

      Parecía agotada, su cabeza de cabello rojizo colgaba del esbelto cuello como una flor rota, como si le costase demasiado esfuerzo sostenerla recta, y Mikhail casi se sintió culpable porque había estado a punto de perder los nervios con ella y sabía que la había asustado. Recordaba demasiado bien los estallidos de ira de su padre como para hacer algo parecido. De hecho, el principal bastión de su carácter era el autocontrol en cualquier momento y situación.

      Kat estaba conmocionada. No recordaba haberse sentido nunca tan confundida. Mikhail solo tenía treinta años, cinco menos que ella. Así que no podía sentirse atraída por él.

      –¿Por qué no? –repitió Mikhail por curiosidad.

      Nunca había sentido tanta curiosidad por una mujer.

      –Porque las mujeres que salen con gigolós son mujeres experimentadas... Y yo no lo soy –admitió ella.

      Sabía que su caso era extraño en aquella época y se preguntó con desesperación si podría haber hecho las cosas de manera diferente. En la vida de su madre había habido tantos hombres con los que habían tenido que tratar sus hermanas, que Kat había sabido que, por el bien de las niñas, ella tenía que llevar una vida completamente diferente. Por desgracia, diez años antes no había sido consciente de que eso significaría quedarse soltera, ya que había pensado que antes o después encontraría al hombre adecuado y tendría una relación seria. Pero eso no había ocurrido. No se le había presentado la oportunidad.

      Mikhail arqueó las cejas negras.

      –No lo entiendo.

      Kat se rio con amargura antes de confesarle:

      –Todavía soy virgen. ¿No te parece muy extraño?

      Habría sido difícil decidir cuál de los dos se había quedado más sorprendido después de aquello: Kat le había contado algo que no le había dicho nunca a nadie y Mikhail se había quedado más atónito que si ella le hubiese confesado que era una asesina en serie. La inocencia física era algo que él nunca había conocido y que lo incomodaba.

      Capítulo 6

      Al día siguiente, instalada en el espectacular lujo del jet privado de Mikhail que iba a llevarlos a Chipre, donde los estaba esperando su yate, Kat fingió leer una revista.

      Por el momento, Mikhail no le había pedido que hiciese ninguna labor de compañía. Había trabajado sin pausa desde que habían embarcado a media mañana. Había hablado por teléfono, trabajado en el ordenador y había dado instrucciones a la empleada que viajaba con ellos. Kat se sintió aliviada porque todavía estaba avergonzada por el comportamiento que había tenido con él la noche anterior. ¿Cómo había podido perder así los papeles? ¿Por qué demonios le había confesado que era virgen? Eso no era asunto suyo y era una información completamente superflua para un hombre con el que no tenía ninguna intención de intimar. Jamás se le olvidaría la expresión de sorpresa del rostro de Mikhail al oír aquello. Después, abochornada, se había limitado a huir, y tras darle las buenas noches se había refugiado en su dormitorio.

      ¿Virgen? Mikhail seguía dándole vueltas a aquella sorprendente información. Tuvo que admitir a regañadientes que eso explicaba en gran parte la manera de pensar de Kat. De repente, cobraban sentido cosas que no había entendido antes. Por eso se había puesto tan nerviosa y había reaccionado de manera tan exagerada cuando se había acercado a ella en su casa. ¡Y por eso había insistido en que no se acostaría con él! Pero no podía evitar que lo desconcertase que una mujer tan bella y sensual, tan vital, pudiese haber estado tantos años privándose del placer físico. Sus sospechas de que Kat quería jugar con él, como debía de haber hecho con muchos otros, se quedaron allí. Y, además, sus palabras, en vez de desalentarlo hicieron que la desease más que nunca. ¿Sería porque nunca había estado con otro hombre? ¿Por la novedad de la situación? Era otra pregunta más que Mikhail no podía responder. La estudió a escondidas, fijándose en la delicadeza de su perfil, en sus ricos rizos rojizos y en las piernas largas y esbeltas que tenía cruzadas y estaban ligeramente en tensión. Aunque Mikhail sabía que no estaba contenta de estar allí, no pudo evitar sentir una mezcla de deseo y satisfacción. Apartó su ordenador portátil y le pidió a su ayudante que fuese a hacer su trabajo.

      Kat miró a Mikhail de reojo, rindiéndose a la terrible fascinación que literalmente la consumía en su presencia. Sintió su preocupación y se preguntó si estaría pensando en ella. Luego se arrepintió. No quería su atención, nunca había querido su interés, se reprendió a sí misma. Pero ¿cómo encajaba aquello con la traicionera satisfacción que le producía el hecho de que la encontrase tan atractiva? Había algo en su interior que aplaudía la atracción que ambos sentían, algo con lo que no podía terminar, algo que la asustaba porque parecía estar fuera de su control.

      –¿Te gustaría beber algo? –le preguntó Mikhail suavemente.

      –Agua, solo agua, por favor... –respondió Kat, a la que se le había quedado la boca seca al mirarlo a los ojos.

      Pensó que no sería buena idea beber

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