E-Pack Novias de millonarios octubre 2020. Lynne Graham
Чтение книги онлайн.
Читать онлайн книгу E-Pack Novias de millonarios octubre 2020 - Lynne Graham страница 17
–Salvo conmigo –le dijo él con terquedad.
Y Kat pensó aturdida que tenía las pestañas demasiado bonitas. Se le secó la boca y le costó pensar.
–Me deseas –le dijo Mikhail con voz ronca y profunda, haciéndola temblar.
Y sin previo aviso, tomó su rostro y la besó. Fue un beso embriagador, como un chute de adrenalina en vena. Kat pasó de pensar que aquello no podía estar ocurriendo a creer que aquello era lo que quería y lo que más necesitaba del mundo.
Mikhail hizo un sonido con la garganta, la tomó en brazos y se dejó caer en el sillón que había detrás del escritorio. Por un segundo, estudió su bonito rostro sonrojado, la expresión aturdida de sus ojos, y se dio cuenta de que la deseaba mucho más de lo que había deseado nunca a una mujer. La quería tener debajo, encima, en cualquier posición posible. Quería que Kat aceptase que era suya. Quería ver aquella expresión de felicidad en su rostro una y otra vez. Contuvo aquel feroz deseo de hacerla suya y le metió la lengua entre los labios. Disfrutó de su respuesta y de un pequeño gemido que Kat no pudo contener.
–Ti takaya krasivaya... eres tan guapa... –dijo, traduciendo sus primeras palabras–, pero ti svodishme nya suma... –«me vuelves loco». Esto último no se lo tradujo.
Se inclinó hacia ella y Kat hundió los dedos en su grueso pelo negro mientras se preguntaba qué estaba haciendo y, al mismo tiempo, se sentía extrañamente segura y en paz entre sus brazos.
–¿Qué estoy haciendo? –le preguntó de repente, con el ceño fruncido.
–¿Por una vez? Estás haciendo lo que quieres –le respondió él antes de volver a besarla.
Después le separó las rodillas con una mano y Kat se puso tensa.
–No voy a hacer nada que no quieras que haga. No te haré mía –le dijo Mikhail, decidido a mantenerla allí donde estaba, en su regazo, donde pudiese hacerle alguna de las cosas con las que hasta entonces solo había podido soñar.
Kat empezó a relajarse y Mikhail le mordisqueó suavemente el labio inferior antes de volver a meterle la lengua en la boca. A Kat se le subió su sabor a la cabeza y notó que se excitaba más, que sus pezones se endurecían y que tenía calor entre las piernas. Él le levantó el dobladillo de la falda y la tranquilizó con suaves sonidos que ella jamás habría creído que fuese capaz de emitir. Le acarició la parte interior de los muslos, acercándose cada vez más al centro de su insoportable calor. Nunca había deseado tanto que la acariciasen.
Mikhail pasó un dedo por la tela de sus braguitas y Kat notó todavía más calor, levantó las caderas y separó los muslos sin pensarlo.
–Haz... lo que tengas que hacer –murmuró temblorosa, porque no sabía qué era lo que Mikhail tenía pensado hacer, pero en esos momentos le daba igual.
Si podía satisfacer el desesperado anhelo que tenía dentro, sería suficiente.
Mikhail estuvo a punto de echarse a reír al oírla, pero en vez de eso la miró con ternura. No sabía qué tenía Kat, pero despertaba en él cosas que nadie había despertado, y en esos momentos lo necesitaba. La besó al tiempo que le bajaba la ropa interior y miraba al suelo con el ceño fruncido, ya que eran unas braguitas blancas de algodón y eso no estaba entre las prendas que él le había elegido.
Por un instante, Kat se sintió avergonzada al darse cuenta de lo húmeda que estaba, pero entonces notó una suave caricia entre las piernas y empezó a temblar, se quedó en blanco. Mikhail le acarició el clítoris y ella sintió como si una corriente eléctrica la hubiese atravesado, arqueó la espalda y todos sus músculos se tensaron. Él siguió acariciándola y Kat notó que ardía por dentro. La sensación era casi insoportable. Mientras tanto, él siguió moviendo la lengua dentro de su boca y Kat dio un grito ahogado al notar que le metía un dedo dentro, satisfaciendo una necesidad que hasta entonces no había sabido que tenía. Poco a poco fue notando latidos de placer cada vez más fuerte, pero no pudo quedarse quieta, ni tampoco encontrar las palabras para decirle que necesitaba más, y más rápidamente. Y como si Mikhail supiese qué era lo que necesitaba, hundió todavía más los dedos en ella y le acarició el clítoris al mismo tiempo.
–Venga, hazlo por mí, laskovaya moya –le susurró Mikhail.
Y ella se dio cuenta de que le había temblado la voz.
Después, nada de lo que ocurrió lo eligió ella, pues hacía un rato que era su cuerpo el que mandaba. Fue como si explotase por dentro y una intensa oleada de placer la envolviese.
Pero Kat no volvió a bajar a la realidad flotando, lo hizo de golpe, cuando su cerebro volvió a ponerse en funcionamiento y ella fue consciente de lo que había permitido que Mikhail le hiciese. Deseó gritar y golpearse a sí misma y se preguntó si tendría doble personalidad, porque le había pedido a Mikhail que se mantuviese alejado de ella para después permitir que le hiciese algo tan íntimo.
–Quiero mucho más de ti –le confesó él con voz ronca, abrazándola con firmeza.
Kat no podía mirarlo.
–Por favor, suéltame –le dijo en un susurro.
Necesitaba encontrar las palabras adecuadas para expresarse, pero se había quedado en blanco. Se sentía confundida. Solo la idea de que había sido un acto unilateral hizo que contuviese la ira que solía utilizar para mantener a Mikhail alejado de ella.
Él espiró y la soltó con brusquedad. Kat se bajó el vestido y recogió su ropa interior del suelo con las mejillas encendidas.
–No sé qué decir...
–No digas nada –le aconsejó Mikhail en un tono tan seco que a Kat le molestó–. No eres precisamente diplomática. Ve a cambiarte para la cena. Te veré luego.
¿Luego... en su habitación?, se preguntó Kat nerviosa. Aunque era normal que Mikhail pensase que iba a recibir algo a cambio. No se imaginó diciéndole que el deseo no era suficiente, aunque para ella jamás lo sería y ese, estaba convencida, era su problema. No obstante, no podía desearlo más.
Mikhail juró en voz baja en ruso. Kat estaba loca, era demasiado complicada para él. ¿Cómo no se había dado cuenta antes? ¿Qué estaba haciendo con ella? Tenía que haberla mandado de vuelta a casa y haber permitido que Lara se ocupase de todo... Eso habría sido lo más sensato. Y Mikhail era, sobre todo, un hombre sensato.
Capítulo 7
Cinco días después, Mikhail estaba en la terraza que había en su despacho del yate, tomándose una copa con Lorne Arnold.
El resto de los invitados estaban bañándose y tomando el sol en la cubierta principal. Él estaba tan acostumbrado a ver a mujeres medio desnudas que casi ni las miró. La única que llamó su atención fue una pelirroja que se movía, elegante como una gacela, entre las sombras. La piel clara de Kat se quemaba bajo el sol, pero su palidez la distinguía del resto de los morenos invitados.
–Kat es todo un hallazgo –comentó Lorne con cautela, observando que esta se sentaba a leer un libro.
Mikhail apretó los dientes. «No lo sabes