E-Pack Novias de millonarios octubre 2020. Lynne Graham
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–Discúlpanos –dijo este al otro hombre mientras se llevaba a Kat agarrada de un brazo.
Stas les abrió la puerta y Kat vio que sus ojos brillaban de diversión a pesar de que su expresión parecía educada e impasible. Aquella mirada avivó su ira todavía más y aquel fue el único motivo por el que no protestó ante el comportamiento dominante de Mikhail. No quería tener una discusión con él delante de todas aquellas personas.
Mikhail la hizo entrar en una habitación que había al otro lado del pasillo y que era un despacho. Una vez allí, Kat se giró y le preguntó:
–¿Cómo te atreves a tratarme así en público?
A Mikhail le sorprendió que lo desafiase de aquella manera y su gesto se endureció todavía más.
–No deberías haber coqueteado con él ni haberle permitido que se tomase tantas libertades...
–¡No he coqueteado con él! –replicó Kat enfadada–. Solo estábamos charlando...
–Nyet... No, estabas coqueteando sin parar, parpadeando de manera exagerada, sonriendo... ¡Riendo! –la acusó en voz baja mientras la fulminaba con la mirada.
Kat se dio cuenta de que Mikhail estaba hablándole en serio. Apretó los labios.
–Estábamos en una habitación llena de gente...
–¡Lo he visto en su rostro, no se ha dado cuenta de quién eras hasta que no me he acercado a ti! –le respondió Mikhail–. No se habría atrevido a tocarte si hubiese sabido que estabas conmigo. Tenías que haber estado a mi lado...
Kat inclinó la cabeza, sus ojos brillaron ante semejante ofensa.
–¿Pegada a ti, como con pegamento, para que no necesitases marcar tu territorio como un lobo? Jamás en mi vida había sentido tanta vergüenza.
A Mikhail también le brilló la mirada al oír aquella acusación.
–¡No exageres! Solo te he dado un beso en el cuello. ¡No te he acariciado de manera íntima!
Kat, que todavía sentía calor en el punto en el que sus labios la habían tocado, se puso rígida al recordar la facilidad con la que Mikhail había terminado con su resistencia. Era evidente que aquel lugar de su cuello era una zona erógena que ella ni siquiera había sabido que poseía y que Mikhail era capaz de enseñarle aquello y muchas cosas más. No obstante, no le permitiría que volviese a hacer nada parecido.
–No estaba coqueteando –insistió en tono cortante.
Y vio que a Mikhail le brillaban los ojos y se le sonrojaban las mejillas, como ofendido por su manera de hablarle.
–¿Por qué iba a coquetear con él? –añadió Kat–. Lorne tiene novia, y yo estaba esperando a que apareciese en cualquier momento...
–Al llegar me dijo que había roto con ella hacía unas semanas. Está buscando una sustituta y te ha echado el ojo a ti –le contestó Mikhail con seriedad.
Ella se negó a dejarse intimidar, se echó la melena hacia atrás y suspiró.
–¿Y? Le he sonreído, sí. Solo quería ser simpática. No me he reído como una tonta... Nunca hago eso –le dijo, también seria–. ¿Y no te ha gustado? ¿Por qué? ¿Porque no suelo sonreír ni reír contigo? Pregúntate si alguna vez has hecho o dicho algo que haya podido animarme a estar relajada en tu presencia.
Furioso al ver que Kat le echaba a él la culpa, cuando había sido su inaceptable comportamiento lo que había provocado que él tuviese que hacerle una advertencia a Lorne, Mikhail apretó su perfecta dentadura y estuvo a punto de rugir. Alargó las manos hacia ella con decisión.
Kat retrocedió tan bruscamente que, de no haber tenido un escritorio detrás, se habría caído al suelo.
–Eres un bruto –murmuró. No pudo evitarlo–. Y no quiero que me toques así.
Mikhail se quedó donde estaba, a tan solo unos centímetros de ella, y bajó las manos, desconcertado por sus palabras.
–Jamás te haría daño.
Kat lo creyó, a pesar de saber que tampoco iba a convertirse de repente en una persona inofensiva. Era un macho primitivo.
–Lo sé, pero, por desgracia para ambos, ese acuerdo al que llegamos no fue lo suficientemente exhaustivo...
–¿Kat...? –empezó Mikhail, exasperado por el cambio de tema.
–No, por favor, por una vez déjame hablar a mí –lo interrumpió ella–. Quieres de mí algo que no estoy preparada para darte y ahora me estás juzgando de manera injusta. Jamás coquetearía con uno de tus invitados. No soy ese tipo de mujer, ni siquiera sé si después de tanto tiempo sabría cómo coquetear...
–Claro que sí –la contradijo él sin dudarlo–. Lorne no te quitaba los ojos de encima.
–Pero yo solo intentaba que se sintiese bien tratado. Nada más –le explicó Kat–. Jamás haría nada para avergonzarte, pero tienes que ser consciente de cuáles son los límites de nuestro acuerdo.
–¿Qué quieres decir? –le preguntó él, maravillado al darse cuenta de que Kat había sido capaz de calmar su enfado.
No obstante, no le gustaba que tuviese aquel efecto en su estado de ánimo. No le gustaba en absoluto. Lorne era uno de sus socios y también su amigo, pero si hubiese dado un paso más con Kat, él habría sido capaz de pegarle. Se había vuelto loco al ver la mano de Lorne en Kat y eso también lo perturbaba. Sinceramente, ¿qué habría podido pasar entre Lorne y Kat en una habitación llena de gente? Nada, le respondió su lógica. Nunca había sido un hombre posesivo, pero Kat hacía que reaccionase de manera inquietante. No quería que ningún otro hombre se le acercase. Pero ¿por qué decía ella que era un bruto? Era un hombre elegante y educado, que nunca había tratado a una mujer de manera brusca. Si hubiese sido un bárbaro, como ella insinuaba, ya la habría seducido y se la habría llevado a su cama. Todo lo contrario, por primera vez en su vida se estaba controlando con una mujer y le estaba dando la oportunidad de que lo conociese... para nada.
Se acercó un poco más a ella, que abrió mucho los ojos verdes. Él le pasó un dedo por el rostro.
–¿En qué aspectos debo ser consciente de nuestro acuerdo? –le preguntó.
Kat parpadeó. Por un instante, se le había quedado la mente completamente en blanco, estaba desorientada.
–¿Qué?
–Has dicho que tenía que ser consciente de los límites de nuestro acuerdo –le recordó Mikhail, mirándola a los ojos.
El cerebro de Kat volvió a funcionar de repente.
–Ah, sí,