E-Pack Novias de millonarios octubre 2020. Lynne Graham

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E-Pack Novias de millonarios octubre 2020 - Lynne Graham Pack

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elegido mi ropa... personalmente?

      –¿Por qué no? Llevo comprando ropa a mujeres desde que tenía dieciocho años –le aseguró Mikhail.

      Kat se dijo exasperada que aquella era otra muestra de su obsesión por controlarlo todo, pero era mejor que no se alterase demasiado por ello. No obstante, el hecho de que Mikhail hubiese escogido su ropa, a su gusto, le resultó un gesto alarmantemente íntimo. Demasiado íntimo. Ella había dado por hecho que le había encargado la tarea a otra persona. Y prefería no pensar eso de que llevaba desde la adolescencia comprando ropa a mujeres. Eso la sorprendía y la extrañaba. El mero hecho de imaginárselo con otras mujeres era ofensivo y darse cuenta de ello la consternó. No era posible que tuviese celos.

      –Yo no soy tu mujer –le recordó en tono gélido.

      –Entonces, ¿qué eres? –replicó él, arqueando ligeramente una ceja, como si estuviese deseando que ella le intentase explicar cuál era el papel exacto que tenía en su vida.

      –Tu acompañante... –dijo Kat en tono forzado.

      Él sonrió de manera carismática. Sus espectaculares ojos brillaron como dos diamantes negros contra la luz del sol, su atractivo sexual hizo que a Kat se le quedase la boca seca y se le acelerase el pulso. Tuvo que hacer un esfuerzo para apartar la mirada de él e intentar controlar su corazón.

      –No soy tu mujer –insistió.

      –Pero no dudes ni un instante de que ese es mi objetivo, milaya moya –le advirtió él con voz aterciopelada al mismo tiempo que alguien llamaba a la puerta.

      Era la misma rubia enérgica que había visto en su despacho de Londres, Lara, que los miró a ambos de forma escrutadora antes de darle un archivador a Mikhail que, inmediatamente, se lo pasó a Kat.

      –Son los perfiles de los invitados –le explicó.

      Kat lo aceptó mientras se decía a sí misma que Mikhail no sería una amenaza mientras ella se mantuviese con la cabeza encima de los hombros. Aquellas vacaciones en su yate eran solo un paréntesis en su vida, no una parte real de ella.

      –Gracias. Los estudiaré.

      Mikhail levantó la barbilla, se dio la vuelta y regresó a su habitación. Kat lo siguió rápidamente y echó el cerrojo de la puerta antes de salir al balcón a sentarse en un cómodo sillón de mimbre a leer el documento que acababan de darle.

      En total había veinte invitados, más de los que ella se había imaginado. Entre ellos, varios magnates con sus parejas e hijos adultos, así como un conocido empresario y su novia, que era actriz. No obstante, se había tranquilizado al recibir aquel archivador, porque eso le recordaba que estaba en el yate con un objetivo, y pretendía cumplir con sus tareas lo mejor posible. Para ello, empezó a memorizar la información que le habían dado.

      Una hora después, Lara reapareció para acompañarla al piso de arriba, donde tenía que recibir a los invitados de Mikhail, que iban a llegar en los helicópteros que este había enviado a buscarlos. Lara se había cambiado de ropa y se había puesto un vestido plateado muy corto, que hizo que Kat se sintiese muy poco elegante a su lado. Se recordó a sí misma que Mikhail le había dado su aprobación, pero eso hizo que volviese a sentirse mal. Al fin y al cabo, no era su mujer; no le pertenecía en ningún aspecto y no tenía ninguna intención de cambiar de opinión al respecto.

      El salón era un espacio muy grande, lleno de luz y amueblado de manera muy lujosa. Con Lara a su lado, Kat charló con una rubia muy bien conservada que llevaba, para su tranquilidad, un vestido sencillo. No obstante, a Kat le bastó con echar un vistazo a su alrededor para darse cuenta de que las invitadas más jóvenes iban vestidas de fiesta, con las piernas al aire, generosos escotes y muchas joyas. De repente, se hizo un silencio y Kat notó que se le erizaba el vello de la nuca. Giró la cabeza y vio entrar a Mikhail, ataviado con unos chinos y una camisa abierta. A Kat se le encogió el estómago al verlo tan impresionante. Todas las mujeres lo miraron con deseo y se acercaron a rodearlo.

      –Las mujeres siempre actúan así con el jefe. Ya te acostumbrarás –le susurró Lara al oído en tono empalagoso y comprensivo al mismo tiempo.

      –No me molesta –respondió ella, levantando la barbilla y poniendo la espalda muy recta.

      Mikhail era un hombre muy guapo y sexy, un hombre como no había conocido a otro, sí, pero podía soportarlo. Y podía soportarlo porque el aspecto y el sex-appeal eran solo algo superficial. No tenía ninguna intención de tener una relación con un hombre al que solo le interesaba su cuerpo.

      Lara la miró con poca convicción y añadió:

      –Muchas mujeres están dispuestas a aguantar mucho solo por permanecer en la vida del jefe.

      –Yo estoy conforme –respondió Kat evasivamente, incómoda con la conversación.

      Ignoraba si el personal de Mikhail sabía que solo la había contratado para hacer un trabajo y no quería ser indiscreta. Al fin y al cabo, lo que había en juego era su casa y, aunque el objetivo de Mikhail pareciese ser sexual, el de ella era solo recuperar su casa. E iba a conseguirlo, estaba segura, sin incluir el sexo en el acuerdo.

      –Aquel es Lorne Arnold –murmuró Lara, que se había dado cuenta de que a Kat le incomodaba su curiosidad–. Yo le prestaría una atención especial. Parece aburrido.

      Kat asintió e intentó recordar todo lo que había leído de él. Lorne Arnold. Con solo treinta y tres años, era un promotor inmobiliario de mucho éxito en Londres y en esos momentos estaba trabajando en un proyecto con Mikhail. Era un hombre atractivo, con el pelo rubio y largo, casi le llegaba a los hombros. Su acompañante, Mel, una prestigiosa analista financiera, no estaba por allí. Lo más probable era que hubiese ido a cambiarse de ropa. Kat fue hacia él y, de camino, le hizo un gesto a un camarero para que la siguiese con su bandeja.

      Mikhail barrió la habitación con la mirada hasta que encontró lo que buscaba. Se puso rígido. Kat estaba riendo y sonriendo a Lorne Arnold. Vio con incredulidad que este le ponía a Kat una mano en el brazo para enseñarle uno de los cuadros que había en la pared y guiarla hacia él. ¿A qué estaba jugando Lorne? ¿Cómo se atrevía a flirtear con Kat? ¿Y por qué le seguía ella la corriente? Desde luego, con él no se comportaba así. Nunca se dignaba a reír ni a sonreír. Kat seguía tratándolo como una reina ante un plebeyo y eso lo enfadó. En la única ocasión en la que le complacía su respuesta era cuando la tenía entre sus brazos y era incapaz de reprimir la pasión.

      –Ty v poryadka... ¿Estás bien? –le susurró Stas, que acababa de llegar a su lado.

      Mikhail estaba furioso y prefirió no responder. Kat estaba charlando animadamente con Lorne y él la tenía agarrada por la cintura mientras contemplaban el cuadro. Mikhail se sintió tan ofendido que habría sido capaz de separarlos bruscamente y tirar a su socio por la borda. Kat era suya. «Es mía», gritaba su cuerpo. Y en esos momentos habría sido capaz de romperle los brazos a Lorne por haberse atrevido a tocarla. «Maldito arte», pensó amargamente mientras se abría paso entre sus invitados. Pensó que había sido el arte el que había hecho que Kat y Lorne conectasen, ya que él formaba parte del Consejo de Arte Británico y ella había estudiado Bellas Artes. Por su parte, él solo había comprado su extensa colección como inversión y jamás se habría atrevido a hablar de ninguna de las obras, ya que artísticamente no le interesaban. Y, por primera vez en su vida, no estaba de humor para admitir que era un inculto.

      Kat notó

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