E-Pack Novias de millonarios octubre 2020. Lynne Graham

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E-Pack Novias de millonarios octubre 2020 - Lynne Graham Pack

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natural, cariñosa, fresca... –continuó Lorne, sin molestarse en ocultar su apreciación.

      –Muy fresca –replicó Mikhail.

      –No veo que le prestes demasiada atención...

      –Kat prefiere que no le hagan mucho caso –le contestó él, preguntándose cómo era posible que hubiese ido a dar con la única mujer que no reaccionaba ante aquello.

      Mikhail, que estaba acostumbrado a que las mujeres se acercasen a él con ganas de complacerlo y entretenerlo, no sabía qué hacer con una que prefería guardar las distancias.

      Lara se sentó al lado de Kat a la sombra.

      –Tengo demasiado calor –protestó la esbelta rubia.

      Kat no se molestó en sugerirle que se diese un baño tal y como iba, en topless y con una minúscula braguita, ya que sabía que Lara no querría estropearse el maquillaje ni el peinado. Ella, por el contrario, se bañaba y nadaba varias veces al día, ya que no soportaba pasarse el día sin hacer nada. El agua le encrespaba un poco el pelo, pero dado que había salón de belleza en el barco, no era un problema.

      –Esta es la última noche de los invitados –le recordó Lara–. ¿Qué te vas a poner para ir a la discoteca de Ayia Napa?

      –Ya encontraré algo –respondió ella sin más.

      Vio a Mikhail en la terraza de su despacho con Lorne. Alto, moreno, muy guapo, inescrutable e impredecible. Prácticamente la había ignorado después del encuentro que habían tenido en su despacho. Era educado cuando tenían compañía y se comportaba como si fuesen pareja, pero había intentado no volver a tocarla. Era normal, después de lo que había hecho ella. Le había dicho una cosa y después había hecho otra. Mikhail debía de estar harto de aquello y ella también. Era como si tuviese una doble personalidad, una que seguía recordando su turbulenta niñez con una madre que era una devorahombres, y la otra parte que le recordaba los estrictos límites morales que había intentado inculcar a sus hermanas al tiempo que les servía de ejemplo. El sexo solo por placer no entraba en sus parámetros y no se sentía avergonzada por contenerse y respetar sus principios.

      –Espero que no te importe, pero he pensado que a lo mejor necesitabas algo de ropa, y te he dejado uno de mis vestidos encima de la cama –le dijo Lara sonriendo de oreja a oreja.

      En los últimos días, Kat había aprendido a relajarse un poco al lado de la secretaria, que se esforzaba mucho en aconsejarla. Se había dado cuenta de que Lara se había ocupado de los invitados de Mikhail en otras ocasiones y era consciente de que le había usurpado su puesto. Por eso le había sorprendido tanto su amabilidad, aunque había resultado una sorpresa muy agradable, sobre todo, en comparación con la frialdad con la que la trataba Mikhail.

      –Seguro que tengo algo... –le dijo Kat.

      –No has traído nada para ir a la discoteca –le aseguró Lara–. Y querrás encajar... por una vez.

      –Hace mucho tiempo que no voy a una discoteca –comentó Kat en voz baja, ignorando el comentario despectivo acerca de su estilo–. Tengo treinta y cinco años, Lara.

      La secretaria la miró con incredulidad.

      –¡Pero eso significa que eres mayor que él! Yo solo tengo veintiséis.

      Y probablemente fuese mucho más adecuada para él, pensó Kat. Lara era muy guapa y se mostraba en topless sin ninguna inhibición. Lo más probable era que pudiese complacer a Mikhail mucho mejor que ella. Oculta tras las gafas de sol, Kat estudió a Mikhail y se le encogió el corazón al imaginárselo con Lara... o con cualquier otra mujer. Debía de ser porque soñaba con él todas las noches y tenía incómodos sueños eróticos que hacían que se despertase sudando y con las sábanas revueltas.

      Unas horas después, ataviada con el vestido corto de color rojo y recién salida del salón de belleza, Kat se miró en el espejo de su habitación e hizo una mueca. Para su gusto, enseñaba demasiada piel, ya que el vestido le dejaba la espalda y gran parte de las piernas al descubierto, pero ¿acaso su opinión contaba? Se sentía incómoda en el lujoso mundo de Mikhail y no quería ir a una discoteca con los más jóvenes de sus invitados, donde estaba segura de que iba a desentonar... ¿Como una mujer de una cierta edad vestida con ropa de adolescente? A Kat le preocupó el aspecto que iba a dar con aquel vestido. De repente, deseó estar en casa y se sintió mal por estar allí, llevando una vida tan superficial en la que lo único que parecía importar era el aspecto y la diversión. En esos momentos su hermana pequeña, Topsy, estaba en casa de vacaciones, con Emmie, y aunque ella las llamaba casi todos los días no era lo mismo que verlas en persona y ponerse al día. Las tres semanas que le quedaban en el gigantesco palacio flotante de Mikhail le parecieron una condena de cárcel.

      Kat se sentó junto a Lara en la sala vip en la que, a varios metros de distancia y sentado a otra mesa, Mikhail, cuya actitud parecía la de un rey, estaba rodeado de botellas de champán y bellas mujeres que rivalizaban por llamar su atención. Estaba en su salsa.

      –¿Siempre es así con Mikhail? –le preguntó Kat a Lara.

      –Tienes que entender que siempre ha estado muy solicitado, desde que era un crío. Gusta a las mujeres porque hay pocos hombres muy ricos, guapos y jóvenes a la vez. Todas quieren que se case con ellas, pero él no quiere casarse.

      –No me sorprende –respondió Kat, levantándose para ir al cuarto de baño.

      Mientras tanto, dos mujeres que iban vestidas de manera muy sexy hacían ante Mikhail y sus acompañantes una ridícula y sensual danza del vientre. Kat se puso de mal humor al verlas, se sintió mayor para tantas tonterías. Mikhail levantó la cabeza y ella notó que la miraba con los ojos brillantes. Le hizo un gesto para que se acercase, como si fuese una camarera, su perrito faldero o algo peor. Kat se puso tensa e ignoró la señal. Y su ataque de nostalgia la golpeó todavía con más fuerza. No quería estar en Chipre, en una discoteca llena de personas ricas y aburridas. Ni tampoco quería volver al yate de Mikhail. No pertenecía a aquel ambiente y echaba de menos a sus hermanas.

      Se había convencido a sí misma de que recuperar su casa bien merecía el sacrificio y no había empezado a tener dudas hasta entonces. Mikhail le estaba amargando la vida. No recordaba haber sido nunca tan infeliz y tenía la autoestima por los suelos. Un rato antes, la había mirado de los pies a la cabeza y había fruncido el ceño, pero no había dicho nada. No obstante, era evidente que no le había gustado su aspecto y, a partir de ese momento, ella se había dado cuenta de que había sido un error ponerse aquel vestido rojo. Pero ¿por qué le importaba tanto la opinión de Mikhail? Dejar de sentirse humillada estaba solo en sus manos y había llegado el momento de actuar. Agarró su bolso con fuerza. Tenía el pasaporte dentro. Stas estaba apostado a la salida y se acercó a él con la cabeza alta y los ojos encendidos, con una renovada energía.

      –¿Puedes pedirme un taxi para ir al aeropuerto? –le preguntó, sabiendo que no podría salir del local sin más.

      Stas se quedó inmóvil un instante.

      –Por supuesto –le contestó–. Dame cinco minutos para que lo organice.

      Después de tomar la decisión de volver a casa lo antes posible, Kat se sintió mucho más feliz, como si le hubiesen quitado un gran peso de encima. Iría a casa, encontraría un trabajo y otro lugar donde vivir, se dijo mientras se refrescaba en el cuarto de baño. No necesitaba que Mikhail hiciese nada por ella, no necesitaba que le diese una casa que ella había perdido por culpa de sus propios errores y que no había

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