E-Pack Novias de millonarios octubre 2020. Lynne Graham
Чтение книги онлайн.
Читать онлайн книгу E-Pack Novias de millonarios octubre 2020 - Lynne Graham страница 25
Mikhail pensó que Kat se parecía tan poco a sus anteriores amantes, que era normal que estuviese fascinado con ella, por eso intentó no fruncir el ceño mientras la veía beberse otra de sus desagradables bebidas de chocolate, que tenían que ser malas para la salud. ¿No le importaba su bienestar? ¿Tampoco le importaba ser tan pobre como era? Cualquier otra mujer con la que se hubiese acostado ya habría intentado sacarle algo antes de despedirse de él...
Por fin había llegado: el momento de la despedida. Echaría de menos a Kat, y no solo en la cama. Echaría de menos su habilidad para retarlo, su rechazo a todo lo que el dinero podía comprar, incluso su amabilidad con los trabajadores y los invitados, aunque no echaría de menos su obsesión por esos programas de televisión tan absurdos que veía. Y echar de menos a una mujer, incluso considerar que había una mujer capaz de darle algo más que un par de semanas de diversión, no era una experiencia conocida para Mikhail. Siempre había creído que después de dejar a una mujer encontraría a otra que lo atraería todavía más. Continuaría con su vida como hacía siempre, por supuesto que sí.
Y ella haría lo mismo, se dijo, convencido de que Lorne intentaría ponerse en contacto con ella en cuanto se enterase de que ya no estaba con él. Lorne Arnold se había quedado impresionado con Kat... Y estaba esperando su turno. Mikhail apretó los dientes e intentó no imaginarse a Kat en la cama con Lorne, separando sus largas piernas y gimiendo al llegar al clímax. Sintió náuseas. ¿Por qué le molestaba tanto aquella imagen? No era posesivo con las mujeres, nunca lo había sido, ni sensible tampoco. Cuando se terminaba, se terminaba. No era un hombre inestable e irracional, como su padre, que se obsesionaba con una mujer y se emborrachaba cuando la perdía. Él no se emocionaba, no se encariñaba con nadie... tampoco sufría ni se decepcionaba. Nunca era vulnerable. Aquel era un riesgo que solo corrían los tontos y él nunca había sido tonto.
–¿En qué piensas? –le preguntó Kat al verlo tan serio–. Pareces enfadado.
–¿Por qué iba a estar enfadado? –inquirió él, molesto porque Kat lo conocía demasiado bien.
Solo habían pasado unas horas desde que se le había olvidado utilizar protección por primera vez en su vida y aquel momento había roto completamente su equilibrio. ¿Cómo podía excitarlo tanto una mujer? Necesitaba distanciarse de ella, necesitaba mandarla a casa para poder estar tranquilo.
–No sé, pero no te veo contento –le dijo ella, sin saber lo que le pasaba.
Mikhail tenía un lado oscuro al que no conseguía llegar, pero no solía estar nunca de mal humor.
–Estoy bien –insistió él mientras se proponía en silencio hacer una lista con las cosas que no le gustaban de Kat.
Hacía preguntas incómodas e insistía incluso cuando su descontento era evidente. Se acurrucaba contra él en la cama, aunque eso en realidad fuese entrañable. Tal vez no fuese un tipo sensible, pero no podía poner ninguna objeción al cariño tan natural que Kat le había demostrado. Por otra parte, a ella le gustaba ducharse con el agua demasiado caliente y también le gustaba comer cosas demasiado dulces. ¿Podía considerar aquello como defectos? ¿Desde cuándo era tan mezquino? ¿Desde cuándo necesitaba motivos para dejar a una mujer? Le compraría una joya para demostrarle su aprecio. Sacó el teléfono para organizarlo.
Kat suspiró en cuanto vio el teléfono en su mano.
–¿De verdad es necesaria esa llamada? –preguntó en tono amable.
Mikhail apretó los dientes y añadió algo más a su lista de defectos.
–Da... lo es.
Kat asintió y deseó que Mikhail no estuviese pensando siempre en su trabajo. Había sido una ingenua al esperar que bajase la guardia un poco en su último día y accediese a hablar de algo serio con ella. ¿De verdad había creído que Mikhail se pondría romántico y le diría que quería que se quedase con él unos días más? ¡Qué sueño tan tonto! Lo que tenía que hacer era volver a casa y recoger sus cosas de allí. Emmie le había dicho que pronto quedaría libre en el pueblo una pequeña casa con terraza. Así que había llegado el momento de decirle a Mikhail lo que había pensado acerca de Birkside. Estudió su rostro mientras este hablaba por teléfono y su mirada se ablandó, no podía ser práctica con él. Adoraba aquellas pestañas tan gruesas, el único elemento que suavizaba un rostro tan duro, pero no solo le gustaba su físico y que fuese tan buen amante. Le encantaba su ética profesional, su generosidad con las obras benéficas adecuadas, su franqueza, su actitud liberal.
–Tenemos que hablar de una cosa –anunció.
–Podemos hablar cuando estemos en el yate –murmuró él mientras se guardaba el teléfono en el bolsillo.
–¿Ya te quieres marchar? Si ni siquiera has probado tu café –le dijo Kat.
–Hay algo en la taza –le informó él–. No se me da bien lo normal y corriente... Lo siento.
Kat se encogió de hombros.
–Está bien. No te voy a llevar a juicio. Necesito hablar contigo acerca del acuerdo legal al que llegamos...
Mikhail frunció el ceño.
–Eso es agua pasada...
–No, no lo es. Ahora no puedo aceptar la casa –le dijo ella, haciendo una mueca–. Dadas las circunstancias, me sentiría como si fuese en pago a los servicios prestados en la cama.
–¡No seas ridícula! –exclamó él–. Te ofrecí la casa y tú la aceptaste, eso es todo.
–No la he aceptado y no la voy a aceptar –insistió ella–. La casa vale miles de libras y es demasiado dinero para lo que yo he hecho por ti.
–Esa decisión tengo que tomarla yo, no tú –la contradijo él, mirándola con frialdad.
Kat sintió frío de verdad y se puso recta. Estaba decidida a no rendirse porque, por una vez, sabía que tenía razón y que Mikhail estaba equivocado.
–No aceptaré que pongas la casa a mi nombre. Lo he pensado bien y te lo digo de verdad, Mikhail. Todo ha cambiado entre nosotros desde que llegamos a aquel acuerdo y no estaría bien seguir con él.
Mikhail echó su silla hacia atrás y se puso en pie, enfadado.
–Te voy a devolver la casa... ¡Punto final!
Por el rabillo del ojo, Kat vio que Stas se apresuraba a pagar la cuenta mientras observaba con cautela a su jefe. Ella se ruborizó al darse cuenta de que las personas que había en la mesa de al lado los estaban mirando.
Se acercó a Mikhail antes de que él se marchase sin ella.
–Tenía que decirte lo que pensaba –añadió.
–Pues ahora ya sabes lo que pienso yo –replicó él–. Deja de jugar conmigo, Kat. ¡Me pones enfermo!
–No estoy jugando contigo –protestó ella desconcertada.
Pero era evidente que pensaban de manera diferente acerca de aquel tema y cuando la lancha los llevó de vuelta al yate, Mikhail se apartó de ella nada más subir a bordo. Kat le había dicho lo que tenía que decirle y no iba a retirarlo, lo tenía claro, y bajó a su habitación