E-Pack Novias de millonarios octubre 2020. Lynne Graham
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–No me sentiría bien si pasase la noche contigo –le explicó ella en un murmullo, ruborizándose–. Lo nuestro ha terminado y no podría fingir lo contrario.
A Mikhail le sorprendió aquel comentario tan sincero y la insultante sugerencia de que Kat tendría que fingir entre sus brazos. Apretó los dientes y se dijo a sí mismo que lo mejor era dejarlo pasar. Tal vez no quería pasar la noche solo ni sentía que fuese eso lo que se merecía, después de haberla tratado con guantes de seda y con todo el respeto que le había podido mostrar, pero todavía le apetecía menos que Kat le montase una escena. Aunque no parecía que estuviese dispuesta a llorar delante de él, su expresión parecía tranquila. Ella le sonrió, se despidió con una inclinación de cabeza y se alejó de él rápidamente.
Mientras se preparaba para meterse en la cama, Kat pensó que la cena le había parecido algo similar a la última comida de una mujer condenada, pero no iba a llorar por él. Lo suyo se había terminado y ella lo superaría y seguiría con su vida. Aquel momento de dolor y rechazo la había esperado desde el minuto en que lo había conocido. Mikhail le había dicho lo que le tenía que decir, había actuado como tenía que actuar, pero no sentía nada. Entre ellos solo había un vínculo superficial que era mucho menos importante para él que para ella. Así que Kat se pasó la noche dando vueltas en la cama, atormentándose, hasta que encendió la luz de la lamparita a eso de las dos de la madrugada y sacó una revista para intentar que su cerebro descansase.
Se quedó inmóvil al oír un suave golpe en la puerta que comunicaba su habitación con la de Mikhail y después se levantó atropelladamente de la cama. Había cerrado la puerta con llave un rato antes, no porque temiese que Mikhail fuese a ignorar su deseo de pasar la noche sola, sino porque quería dejar claro, para ella también, que su relación se había terminado. En esos momentos, con el corazón acelerado, la abrió.
–He visto la luz. ¿Tú tampoco puedes dormir? –le preguntó Mikhail, que había retrocedido un par de pasos de su propia puerta e iba ataviado solo con unos calzoncillos.
–No.
A Kat le sudaban las palmas de las manos, tenía el pulso agitado y se dio cuenta, no pudo evitarlo, de que Mikhail estaba excitado. Se le secó la boca y apartó la mirada de él al tiempo que sentía calor en las mejillas.
–Pridi ka mne... Ven conmigo –murmuró Mikhail con la voz ligeramente entrecortada, clavando los ojos en la generosa curva de su boca.
Y fue como si una mirada pudiese prender fuego en su traicionero cuerpo, porque se le irguieron los pezones y sintió calor y humedad entre los muslos. Se quedó inmóvil.
–No puedo –murmuró con voz tensa–. Se ha terminado. Hemos terminado.
Cerró la puerta y volvió a echar la llave. Después, apoyó la espalda en la fría madera porque le temblaban las piernas. Se había resistido a él y se sentía orgullosa de sí misma. Otra sesión de apasionante sexo no iba a curar su maltrecho corazón y solo le haría sentirse avergonzada. Una cosa era amar a un hombre y otra humillarse ante él. Con los dientes apretados, volvió a la cama, apagó la luz y se metió entre las sábanas mientras se le llenaban los ojos de lágrimas. Las ignoró, decidida a seguir controlándose, a que Mikhail no la viese por la mañana con los ojos enrojecidos.
Mikhail juró entre dientes y fue a darse otra ducha de agua fría. «Es solo sexo», se dijo a sí mismo. Aquello no tenía nada que ver con que tuviese la sensación de que su cama estaba vacía sin ella ni con que echase de menos sus conversaciones. Lo lógico era que se terminase. Lo lógico era no implicarse. En lo relativo a las mujeres, era demasiado listo y disciplinado para dar importancia a sentimientos ilógicos e irracionales.
Después de pasar toda la noche en vela, Kat pidió que le llevasen el desayuno a su habitación. No tenía ningún motivo para volver a tener que soportar otro tenso encuentro con Mikhail. De hecho, cuanto menos lo viese antes de marcharse, mejor. Eligió su ropa con cuidado: un vestido camisero de color azul y una chaqueta, y se maquilló más de lo habitual para ocultar las sombras que había bajo sus ojos.
Lara la llamó por teléfono para decirle que el helicóptero que la llevaría al aeropuerto estaba preparado. Había una nota de satisfacción en la voz de la glamurosa rubia que incluso Kat advirtió. Estaba segura de que Lara se alegraba de verla marchar y le sorprendió que la joven le hubiese caído bien durante unos días, porque era evidente que la amabilidad de Lara nunca había sido sincera. ¿Sería porque sentía celos por la relación que había tenido con su jefe? ¿Estaría Lara enamorada de Mikhail?
Ya se habían llevado sus maletas y Kat subió las escaleras de cristal por última vez. Pensó que no iba a echarlas de menos. Oyó a la tripulación preparando el despegue del helicóptero. Acababa de salir a la luz del sol de un precioso día cuando Mikhail apareció, sorprendiéndola, porque había pensado que no volvería a verlo antes de marcharse. Vestido con un ligero traje beis de diseño y con una corbata de seda de color bronce, estaba muy guapo y parecía tranquilo. Y Kat pensó con tristeza que no había nada en él que sugiriese que había pasado la noche sin dormir.
Mikhail la miró fijamente y entrecerró los ojos negros. Estaba muy serio.
–Kat...
–Adiós –le dijo ella, sonriendo con decisión.
–No quiero decirte adiós... –respondió él, cerrando la boca inmediatamente, como si aquellas palabras hubiesen salido de ella sin su consentimiento.
–Pero debemos hacerlo –replicó Kat con dignidad, despidiéndose de Stas con una inclinación de cabeza.
–Te equivocas...
Kat frunció el ceño y centró su atención en el helicóptero y en todo el ajetreo que había a su alrededor.
–Quédate... –le pidió Mikhail de repente.
Ella volvió a mirarlo, con incredulidad.
–¿Qué has dicho?
–Que quiero que te quedes conmigo.
–Pero si ya está todo organizado para que me marche. ¡Si lo has organizado tú! –le recordó enfadada.
El piloto se acercó a ellos e informó a Mikhail de que el helicóptero estaba preparado para despegar.
Mikhail ni lo miró, pero cuando Kat dio un paso en su dirección, una mano la agarró con fuerza para evitar que se moviera.
–¡Quédate! –insistió Mikhail entre dientes.
–¡No puedo! –le gritó ella, perpleja por su comportamiento y paralizada al darse cuenta de que se le estaban llenando los ojos de lágrimas con la tensión.
La tristeza que había sentido durante las últimas veinticuatro horas estaba a punto de aflorar.
Mikhail la retuvo delante de él. La miró a los ojos y Kat vio en los de él una urgencia que no había visto nunca antes.
–Necesito que te quedes –murmuró él con voz ronca–. Necesito que te quedes porque no puedo dejarte marchar.
Y aquella súplica la conmovió y le hizo escuchar y observar como ninguna otra cosa lo habría conseguido. Durante un estresante minuto, había creído que Mikhail había hablado impulsivamente, por capricho y, sobre todo, motivado por el deseo sexual.