E-Pack Novias de millonarios octubre 2020. Lynne Graham
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–¿Piensas que tu ruso ha considerado la idea de casarse contigo? –le preguntó Emmie mientras le subía la cremallera del vestido en el probador–. Ya sabes... ¿crees que para él vivir juntos es el paso previo al compromiso final?
–No. Mikhail está muy contento como estamos ahora –contestó Kat pensativa–. Es un hombre muy cauto... ¿Qué te parece este vestido?
–El plateado era más llamativo, ya te lo he dicho –insistió Emmie, pasándose una mano por el abultado vientre–. No quiero que te hagan daño, Kat... Y los años no pasan en balde...
–¡No hace falta que me lo recuerdes! –exclamó ella riendo.
–Sí, pero tienes que pensarlo en serio. Si quieres tener hijos algún día, no te queda mucho tiempo para decidirte.
–Emmie, hace solo un par de meses no había ningún hombre en mi vida –le recordó ella–. No puedo esperar que el primero con el que he estado en años quiera formar una familia conmigo. Además, eso sería mucho pedir para un tipo que huye de los compromisos.
–¿Has hablado del tema con él? –le preguntó Emmie.
Kat se puso tensa y recordó la conversación que había tenido con Mikhail varias semanas antes, cuando le habían llegado los resultados negativos de la prueba de embarazo que se había hecho después de su descuido en el barco. Mikhail había recibido la noticia en silencio y no había mostrado alivio ni disgusto, pero Kat no había podido evitar sentirse muy decepcionada. Después de haber pasado tantos años criando a sus hermanas, siempre había pensado que no querría tener además la responsabilidad de tener sus propios hijos. Por desgracia, al estar con Mikhail había empezado a desear tener un bebé, aunque estaba convencida de que no lo tendría nunca.
Mikhail quería que formase parte de su vida, pero no estaba construyendo una vida con ella, pensó Kat con tristeza. La había llevado a su impresionante casa de campo, la había animado a hacer los cambios que quisiera, pero lo cierto era que a Mikhail le daba igual su casa, siempre y cuando estuviese cómodo. Se lo había puesto fácil mandándole una empresa de mudanzas a Birkside. Sus pertenencias y los muebles que Emmie no había querido estaban guardados en un granero al que Kat podía ir cuando quisiera. Emmie estaba viviendo en otra casa y haciendo planes para abrir un negocio mientras se ganaba la vida con un trabajo que había encontrado en el pueblo, pero cuando tenía algún día libre solían encontrarse en Londres para ir de compras. En aquella ocasión estaban buscando un vestido para Kat, para ir a la boda de Luka Volkov.
–¿Kat? –insistió Emmie.
–Mira, Mikhail solo tiene treinta años. Tiene mucho tiempo por delante para decidir tener una familia y, por supuesto, no tiene ninguna prisa –comentó Kat con naturalidad.
–Pero si te quiere...
–Yo no creo que me quiera. No creo que nuestra relación vaya a ser para siempre –le confesó ella con toda sinceridad mientras tomaba el vestido plateado y se dirigía a la caja a pagarlo con una de las muchas tarjetas de crédito que Mikhail había insistido en darle.
No obstante, a Kat no le gustaba sentirse una mujer mantenida y habría preferido buscarse un trabajo, pero Mikhail quería que estuviese a su disposición cuando él tenía tiempo libre, y que pudiese acompañarlo en sus viajes si era necesario. Kat había tenido que preguntarse qué era más importante: si su orgullo y su independencia o su amor. Y había ganado el amor porque cuando sus hermanas no la atormentaban con sus preguntas, era muy feliz, mucho más feliz de lo que se había imaginado que sería. Mikhail era su sol, su luna y sus estrellas, pero sabía que tenía que aceptar que, fuera de los lazos del matrimonio, muchas relaciones acababan terminándose.
Su teléfono sonó. Era Mikhail.
–Ven a mi despacho e iremos a comer juntos, milaya moya –le pidió con voz ronca, haciendo que se estremeciese.
Kat sonrió, encantada de que tuviese tantas ganas de verla. La noche anterior se había quedado a dormir en el apartamento que tenía en Londres y lo había echado de menos. Era posible que él también a ella, porque si no habría esperado a la noche para verla.
Emmie la miró mal.
–Lo que no me gusta es que sea tu dueño...
–¿Qué quieres decir? –le preguntó Kat.
–Es como si fueses... adicta a él –dijo Emmie con desprecio–. Hasta Topsy se dio cuenta el fin de semana que se quedó contigo. Cuando llega Mikhail solo lo ves a él.
–Lo quiero y no creo que a Topsy le haga ningún mal ver que me preocupo por el hombre con el que vivo –respondió ella en tono amable.
Le habría gustado saber algo más del embarazo de su hermana porque, según iban pasando las semanas, Emmie iba odiando más a todos los hombres.
Una limusina llevó a Kat a las oficinas de Mikhail. Fue acompañada de Ark, el hermano pequeño de Stas. Tenía la sensación de que Mikhail estaba obsesionado con su seguridad y había insistido en que aceptase la protección de Ark cuando estuviese en público. Ella había accedido solo para que estuviese tranquilo, pero a veces le daba pena Ark, que se aburría mientras ella iba de compras o se tomaba largos cafés con sus hermanas.
Cuando Kat llegó, Mikhail estaba en una reunión, así que dejó las bolsas de las compras y se sentó en el despacho de Lara mientras Ark esperaba en el pasillo.
Lara cruzó la habitación para saludarla con una sonrisa bastante tensa y se inclinó a estudiar la esmeralda que colgaba de su cuello.
–¿Puedo verla? –preguntó en tono educado.
Kat se ruborizó y asintió. La otra mujer debía de pensar que era una joya demasiado elegante para ponérsela para ir de compras y Kat estaba de acuerdo con ella, pero lo que importaba era lo que pensaba Mikhail, al que le encantaba vérsela puesta.
–Es impresionante –comentó Lara con envidia mientras retrocedía–. Dicen que el jefe nunca se había gastado tanto dinero en un regalo, debes de sentirte muy orgullosa de ti misma.
Ella arqueó las cejas sorprendida y miró a la rubia con curiosidad, sin saber si esta había querido decir lo que ella había interpretado.
–Yo no lo siento así. Simplemente estoy... feliz –le contestó.
En realidad, le ofendía que Lara pudiese pensar que solo estaba con Mikhail por su dinero.
–Por supuesto que estás feliz. ¿Y quién no? Suka! –exclamó Lara con brusquedad.
En ese momento, y sin que ninguna de las dos mujeres se diese cuenta, Ark asomó la cabeza por la puerta.
–Bueno, pues yo podría contarte algo que te borraría esa vanidosa sonrisa de la cara –añadió Lara.
Kat la miró con frialdad.
–No creo que sea buena idea, Lara –le advirtió.
–¡Te lo voy a decir, quieras o no! –replicó la otra mujer–. ¿Recuerdas la noche anterior al día que te ibas a marchar del yate? Pues Mikhail la pasó conmigo... ¡Ya ves cuánto le importas!
Kat