E-Pack Novias de millonarios octubre 2020. Lynne Graham
Чтение книги онлайн.
Читать онлайн книгу E-Pack Novias de millonarios octubre 2020 - Lynne Graham страница 26
–Estás haciendo la maleta –comentó.
Ella asintió incómoda y notó que se le secaba la boca mientras Mikhail la miraba.
–Esto es para ti... –le dijo él, tirando una caja de una joyería encima de la cama–. Una pequeña muestra de mi... agradecimiento.
Kat tomó la caja con el corazón acelerado y la abrió, en ella había un bonito colgante con una esmeralda y diamantes.
–Es enorme –comentó–. ¿Qué demonios esperas que haga con él?
–Póntelo para mí esta noche. Lo que hagas con él después es solo asunto tuyo.
–Supongo que debería haberte dado las gracias inmediatamente, pero me he sentido abrumada por un regalo tan caro –se disculpó.
Él arqueó una ceja.
–¿Esperabas algo barato y chabacano, a juego con ese gusto por lo normal y corriente que has desarrollado de repente?
–Por supuesto que no, aunque yo soy normal y corriente, Mikhail. Y mañana volveré a mi propia vida, que también es normal y corriente –le respondió con tranquila dignidad mientras dejaba la caja del colgante encima del tocador y la estudiaba cada vez más desolada.
Aquella espectacular esmeralda era la manera de Mikhail de decirle adiós y muchas gracias. Lo sabía, pero no entendía por qué el hecho de que la tratase tal y como se había imaginado que la trataría le estaba doliendo tanto. ¿Acaso se había creído diferente a sus predecesoras en la cama de Mikhail? ¿Había pensado que significaba algo más para él? Palideció y sintió náuseas. Bueno, pues si se había creído especial, estaba siendo castigada por semejante vanidad. Mikhail acababa de demostrarle que había sido poco más que un cuerpo con el que satisfacer sus impulsos sexuales. Había cumplido con sus expectativas y lo había complacido, pero había llegado el momento de marcharse. Su tiempo se había terminado. Se giró a mirarlo. Mikhail iba vestido con unos vaqueros y una camisa, y estaba muy guapo despeinado y con una barba de tres días oscureciéndole el rostro. Estaba tenso y ella bajó la mirada al darse cuenta demasiado tarde de que, como ella, tampoco estaba disfrutando con el proceso de sacarla de su vida.
–Te veré en la cena –le dijo antes de marcharse.
Mientras se ponía el colgante un par de horas después, Kat se dijo a sí misma que los corazones no se rompían. Se quedaban maltrechos y magullados. Al día siguiente volvería a casa, vendería la esmeralda y buscaría trabajo. En realidad, la esperaba una nueva vida, porque la pérdida de la posada la iba a obligar a ir en otra dirección. ¿Dónde estaba su entusiasmo frente al nuevo comienzo? Se alisó el vestido, cuyo color hacía que resaltasen el color de su pelo y la palidez de su piel. La esmeralda brilló en su garganta y los diamantes que la rodeaban centellearon con la luz.
Llamaron a la puerta. Era Lara, que le dijo:
–La cena está lista... Veo que has hecho la maleta y estás preparada para marcharte.
Kat asintió. Lara había dejado de ser amable con ella cuando se había dado cuenta de que se había convertido en la amante de su jefe.
–Sí...
–¿Estás disgustada? –le preguntó Lara, volviendo a desconcertarla.
Ella se encogió de hombros y se concentró en subir las escaleras de cristal que cambiaban de color sin pisarse el largo vestido.
–La verdad es que no. Estar en el yate ha sido toda una experiencia, pero no es a lo que yo estoy acostumbrada. Estoy deseando volver a casa, ponerme los vaqueros y charlar con mis hermanas –le respondió, levantando la cabeza con orgullo, ya que habría preferido tirarse por las escaleras que confesar que se sentía destrozada por tener que dejar a Mikhail.
–El jefe te habrá dejado el listón muy alto. Espero que no te haya echado a perder para otros hombres –comentó Lara.
–¿Quién sabe? –replicó ella.
Y volvió a pensar que la secretaria de Mikhail estaba demasiado impresionada con su jefe. Era muy guapa y debía de molestarle que Mikhail no se hubiese fijado en ella y hubiese preferido pasar el tiempo con una mujer que no tenía ni su perfección física ni su juventud.
–El jefe ha tirado la casa por la ventana con la cena. Todo el mundo sabe que te marchas mañana –añadió Lara en tono irónico antes de desaparecer.
Kat se dio cuenta de que era cierto nada más ver la impresionante mesa, adornada con velas, perlas y capullos de rosa. Arqueó las cejas al ver salir a Mikhail al balcón hablando por su teléfono móvil en ruso. Dejó el móvil mientras la estudiaba con la mirada. ¿Estaba buscando en ella restos de lágrimas o de tristeza? Kat levantó la barbilla y sonrió mientras tomaba asiento.
–Estás preciosa esta noche –le dijo Mikhail, sorprendiéndola, ya que no era dado a hacer cumplidos–. La esmeralda realza el verde de tus ojos, milaya moya.
Les llevaron unos cócteles y después les sirvieron la comida. Kat se sintió desfallecer al ver que el entrante llegaba presentado en forma de corazón y que el menú estaba plagado de ingredientes afrodisiacos. También había en él mucho chocolate. Era como una cena de San Valentín a lo grande, algo completamente inapropiado para una pareja que estaba a punto de separarse para siempre. Además, Mikhail prefería la comida rusa sencilla, y no las elaboradas y exquisitas raciones que les estaban sirviendo esa noche.
–Supongo que todo esto es en tu honor –le dijo él en tono seco, viéndola morder una trufa de chocolate–. Es evidente que mi chef es tu fiel esclavo.
–En absoluto. François es consciente de lo mucho que aprecio sus esfuerzos –respondió ella con naturalidad.
A pesar de que Mikhail pagaba bien a sus empleados y los recompensaba por su excelencia, en general solo hablaba con ellos acerca de su trabajo cuando hacían algo que no le gustaba, una actitud que Kat había combatido con felicitaciones y halagos.
Por desgracia, en aquella ocasión en particular la comida de François se iba a desperdiciar porque ella solo podía pensar en que iba a ser la última noche que cenase con Mikhail. Él la había tratado como la trataba siempre, con educación y una agradable y entretenida conversación. Si estaba incómodo con la situación, no se le notaba.
Ella, por el contrario, cada vez estaba más molesta con tanto autocontrol. Lo observó y sintió ansias de volver a tenerlo por última vez, estudió constantemente sus bonitos ojos, que le iluminaban el bello rostro, la fuerza de sus rasgos, y no vio en ellos ni una pizca del pesar que la torturaba a ella. Los restos de la deliciosa trufa se hicieron cenizas en su boca. Por un peligroso momento, deseó gritar y clamar por lo que Mikhail no sentía por ella.
–Esta noche estoy muy cansada –admitió a pesar de saber que no pegaría ojo cuando se fuese a la cama.
–Vete a dormir. Yo iré más tarde –le respondió él, acariciándola con su profunda voz.
Kat se estaba levantando cuando se dio cuenta de que tal vez Mikhail esperase compartir su cama con ella esa noche, y se quedó inmóvil de repente. ¿Es que no tenía sensibilidad, no comprendía cómo se sentía? Contuvo la ira y levantó la cabeza.
–Espero que no