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y sacando otro del bolso se lo ofreció a Alba—: ¿Quieres?

      —No, gracias. Acabo de desayunar.

      Alba se sentía observada y fijó la vista en el retrovisor del parabrisas, pero solo pudo ver las gafas verdes y esmeriladas del conductor. Bien podían esconder dos kiwis debajo y ella habría sido incapaz de verlos. Sin embargo, notaba una mirada constante que le erizaba los pelos de la nuca.

      —Claudia, no me extraña que te duela la vejiga —terció Óscar—, te has tomado seis zumos en lo que llevamos de viaje.

      —Lo del zumo es un antojo y me estoy quedando sin reservas.

      —En la próxima gasolinera paro, vas al baño y compramos lo que necesites. —Volviendo su atención a Alba, Óscar inquirió—: ¿Y tú de qué eres profesora?

      —De secundaria —respondió ella, sin entrar en detalles—, trabajo con adolescentes.

      —Oh —replicó Óscar, grandilocuente—, eso sí que es una profesión de riesgo.

      —No creas, soy profe de Música, que amansa a las fieras.

      Seguían mirándose en ojeadas por el espejo retrovisor. Óscar sonrió seductor, aunque la barba escondía sus hoyuelos, que eran gran parte de su atractivo, por lo que tuvo que suplirlo con un cumplido:

      —¡La música siempre fue mi asignatura favorita! Espero que no seas una de esas profesoras que solo enseñan a tocar Frère Jacques con la flauta.

      Alba sonrió, comprendiendo a qué se refería exactamente. Había tenido algún profesor así e intentaba alejarse de ese modo de dar clase todo lo que podía.

      —Me gusta pensar que ayudo a que mis alumnos amen la música —le dijo—, o al menos lo intento, y eso no se consigue obligando a nadie a tocar la flauta. Los chavales tienen que querer aprender y a unos se les dan mejor unos instrumentos y a otros, otros.

      —¿Y cómo lo haces? —preguntó Óscar, realmente intrigado—. ¿Cómo les motivas?

      —Les dejo que elijan qué instrumento quieren aprender a tocar, dentro de unos límites, claro. No pueden elegir el violín para empezar de cero, porque requiere mucho tiempo y al principio suena como si destripasen un animalito, pero hay otros instrumentos mucho más agradecidos… Como el ukulele, hoy en día es fácil encontrar uno por lo que cuesta ir al cine. Esa es otra norma, ellos tienen que traer su instrumento una vez a la semana para la clase práctica y en los institutos públicos no suele haber mucho material, ni presupuesto para los profes de música, ¡y tenemos solo dos horas semanales! Es como si las artes no importasen.

      —El arte es fundamental —convino Óscar—, pero ¿cómo lo evalúas? ¿Les suspendes por no tocar bien la guitarra?

      Alba negó despacio.

      —Intento tenerlo todo en cuenta y sé, porque veo cómo les tiemblan las manos, que en los exámenes los nervios se la juegan. Pero no importa solo la parte práctica, también hay una parte teórica que es más fácil de evaluar. Un año les enseño lo que son los acordes y mucho más adelante les explico su importancia en el Barroco… A ellos les suele gustar más la parte práctica. Elijo una canción y preparo los arreglos según el alumnado, cada grupo respira de una manera y tengo que adecuar el nivel. Y no sé… Tengo como un ojo clínico para saber lo que les va a gustar y descubrirles música nueva y cómo la música les puede salvar de muchas cosas… Me encanta mi trabajo, a pesar de los recortes y de toda la burocracia, que cada año tenemos más carga. —Alba frenó antes de despotricar contra el sistema educativo en defensa de su asignatura. Era una luchadora apasionada en esas lides y no quería aburrirles, ellos posiblemente solo querrían hablar de temas triviales como el tiempo. Miró por la ventanilla y apostilló, antes de guardar silencio—: Cómo llueve, ¿eh?

      Óscar no le dejó cambiar de tema.

      —Sí, cae con ganas. Pero cuéntanos más, yo toco un poco la guitarra y no me vendría mal una profesora, ¿das clases particulares?

      —Me lo podría plantear —balbució Alba. Se miraron y se sonrieron, durante unos segundos fue como si viajasen solos en el coche. Intrigada, ella le preguntó a su vez—: ¿Y tú a qué te dedicas?

      —Ahora mismo me pagan por conducir —resolvió Óscar, sacándole la lengua y le dio la coartada que habían planeado, que además era en parte cierta—: Podría decir que vivo de la música. Hace años, mi madre me legó en vida varios inmuebles: bares y locales de ensayo. Algunos de los músicos a los que tengo de inquilinos son además buenos amigos y a veces me paso y me dejan tocar con ellos.

      —¡Yo no sé tocar ni la pandereta! —terció Claudia y tamborileó los dedos de ambas manos sobre su barriga, pero como era falsa, sonó a hueco y tuvo que toser para evitar que Alba se percatase de ello.

      Óscar recuperó su atención, deprisa:

      —¿Tú tocas algo más aparte del violín?

      Alba asintió.

      —El violín y el piano, también toco otros instrumentos como la guitarra y, bueno, uno de mis alumnos me regaló un clarinete el año pasado. Me pareció una de las cosas más bonitas que me han pasado nunca y ahora estoy aprendiendo a tocar el clarinete. Los profes de Música no dejamos de aprender, la música está viva.

      Óscar paró la reproducción de la radio, una canción suave que había estado sonando tan bajo que no se imponía al batir de los retrovisores sobre el parabrisas.

      —Me pregunto qué escucha una profesora de música cuando no está de servicio. —Óscar le mostró una sonrisa traviesa e insistió—: Puedes conectarte a la radio del coche y hacer de DJ en lugar de las playlists que he preparado, que a lo mejor no te gustan.

      Alba no le dijo que había escuchado muchas de sus playlists y que sí que le gustaban, simplemente accedió:

      —Está bien, ¿qué os apetece escuchar? Tengo un poco de todo.

      Óscar se encogió de hombros.

      —Pon algo que creas que me podría gustar, usa ese ojo clínico que has dicho que tienes.

      Capítulo 12

      Mojabragas

      Alba sincronizó su lista de reproducción con la radio del coche y buscó su canción favorita, la que compartían en los perfiles.

      —Voy a ir a lo seguro, porque lo he visto en tu perfil —repuso, con una sonrisa tímida—. Compartimos la misma canción como favorita. Espero que a Claudia también le guste.

      En cuanto sonaron los primeros acordes, Claudia soltó un bufido muy sonoro y protestó:

      —¡Pues menudo ojo clínico! No, por favor, ¡una del Navas, no! Lo siento, pero no puedo con el mojabragas ese.

      Óscar sabía lo que la actriz iba a decir porque estaba en el guion, aunque en un principio habían acordado que sería él quien pusiese uno de sus propios temas. Se rio y esperó a que Alba lo defendiese.

      Ella se limitó a poner la siguiente canción de la lista, una de los Beatles.

      Claudia

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