Amor sobre ruedas. Mara Oliver

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Amor sobre ruedas - Mara Oliver HQÑ

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caída libre.

      Es libre.

      Libre.

      Libre hasta que llega abajo

      y sus manos tocan la piedra

      y tiene que empujarla de nuevo

      hasta la cima de la montaña.

      Este es mi cielo y mi infierno,

      soy la sonrisa de Sísifo

      mientras baja en caída libre.

      Y me toman por loco porque sonrío

      cuando lo he perdido todo

      y me toca volver a empezar.

      Aún me queda la esperanza,

      me ayuda a empujar.

      La esperanza es la palanca universal…

      Capítulo 10

      Cenicienta de barrio

      El GPS indicó que había llegado a la ubicación que Alba había compartido y Óscar Navas dejó el coche en doble fila.

      Era la calle correcta, aunque no sabía exactamente en qué portal vivía ella.

      Llovía tanto que a través de las ventanillas del coche no se distinguía el exterior. Los cristales tenían una cortina de agua en continuo movimiento, como los pies y las manos de Óscar, que no paraba de moverse en su asiento.

      —¿Estás nerviosa? —le preguntó a la actriz que haría de primera pasajera y que estaba en el asiento de atrás, repasando su guion.

      Ella levantó levemente la vista y respondió:

      —No tanto como tú, ¿no tienes ningún ritual para tranquilizarte antes de los conciertos?

      Óscar se encogió de hombros.

      —Suelo encender una vela para que nos dé suerte y todo salga bien, pero no se me ha ocurrido traerla.

      Ella chascó la lengua, pensando deprisa, dejó su móvil junto al freno de mano y puso un vídeo de Internet en el que se veía una llama oscilar en la oscuridad.

      —A veces es bueno improvisar —le dijo, comprensiva—. Mira el vídeo e intenta relajarte un poco.

      —Gracias.

      —Es un barrio humilde —agregó la actriz—. Eso va a funcionar muy bien, es como con la lotería: cuando cae en un bar de curritos o en una ferretería, todo el mundo se alegra. Piensa en eso, piensa que le vas a cambiar la vida a esa chica. Es una Cenicienta.

      —Una Cenicienta de barrio —arguyó Óscar.

      —¿La elegiste por eso? Porque te ofrecieron unos cincuenta perfiles, ¿no?

      Óscar giró la cabeza y le increpó, guasón:

      —¿Tú qué eres, una periodista infiltrada?

      Ella se rio, coqueta.

      —No soy periodista, soy curiosa y, no sé, algo tuvo que llamarte la atención para elegirla a ella, ¿o lo hiciste sin pensar?

      —No fue sin pensar, me gustó su perfil y la canción que puso como favorita, Caída libre.

      Ella tardó un poco en reaccionar, pero continuó con el interrogatorio:

      —Por lo que me han dicho, todos tenían una canción tuya como favorita y esa la tenían varios, así que no fue en eso en lo que te fijaste, ¿fue por la foto?

      Óscar le siguió el juego, convencido de que era parte de un guion que a él no le habían pasado.

      —Me fijé en los ojos, la sonrisa y la… personalidad, que es lo mismo en lo que me fijo cuando conozco a alguien —confesó, esperando que fuese suficiente información—. Elegí otras dos personas más como posibles candidatas y mandamos tres ofertas con los trayectos que pedían. Ella fue la primera que dijo que sí… Y su perfil era el más ingenioso, así que me alegré, espero que tenga una gran personalidad, que haga el viaje muy divertido.

      —¿Gran personalidad quiere decir «grandes tetas»?

      Los dos dedos índices de Óscar dieron forma a un cuadrado invisible en el aire.

      —Eres muy cuadriculada. Piensa fuera de la caja, por favor. Yo pienso en almas, no en cuerpos.

      La actriz tardó un poco en contestar y, como si le estuviesen dictando las palabras, porque así era, contrarrestó:

      —Eso no suena a pensar fuera de la caja, suena a pensar fuera del armario.

      El comentario malicioso no molestó a Óscar, estaba acostumbrado a que cuestionasen su sexualidad en las entrevistas, precisamente porque nunca se había pronunciado al respecto y jugaba cómodamente con la ambigüedad.

      Aquella mujer y el mundo entero podían pensar lo que quisiesen, a él no le importaba.

      —El día que me metan en una caja o en un armario, llámalo como quieras, será para incinerarme. —Señaló el fuego de la imagen en el teléfono y propuso—: Vamos a centrarnos en esa llama y a relajarnos un ratito, ¿te parece?

      Óscar se concentró en la vela virtual y se sobresaltó al escuchar una risa ajena por el pinganillo, lo llevaba en la oreja izquierda como en los conciertos y estaba tan acostumbrado a él que ni lo notaba.

      —Cuñao, no se te ve nada relajao —bromeó Pepe.

      Óscar se llevó instintivamente la mano a la oreja del pinganillo y masculló:

      —Lo estaba consiguiendo hasta que me has gritado en el oído.

      La actriz lo miró confusa y él le dijo por señas que estaba hablando con el equipo de realización, como si no fuese consciente de que posiblemente los guionistas le habían estado dictando a ella lo que tenía que decir, todo el tiempo.

      La productora, Supravision, tenía fama de disfrutar de las polémicas. No habían empezado el viaje y ya estaban buscando carnaza.

      Óscar chascó la lengua y se dijo que, de seguir en ese plan, no iban a llegar ni a la primera gasolinera con él dentro del coche.

      —Queda media hora para que conozcas a tu víctima inocente —continuó Pepe—, tenemos tiempo de sobra para dar los últimos retoques y, por ejemplo, borrar esa arruguita que te acaba de salir entre las cejas. Madre mía, esperemos que se te quite la cara de mala leche pronto, con esos pelos das miedo.

      —No sé, a lo mejor no ha sido una buena idea participar en el programa.

      —Mascarada lo va a petar en la parrilla de programación, he estado viendo las bromas que ya han grabado y hay gente muy famosa metida en el ajo. —Pepe tenía

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