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Él asintió, Pepe le mandó el enlace del vídeo al móvil y lo abrió al momento.
La Srta. Albaricoque salía de lejos sobre el escenario del que posiblemente sería el salón de actos de un instituto. La imagen era borrosa y no se escuchaba bien porque los alumnos gritaban y jaleaban, animándola. Estaba tocando una versión de una canción de Pink Floyd con un ukelele y cantaba de un modo muy dulce.
El vídeo no duraba más de treinta segundos, pero fue suficiente para hacer que desapareciese la arruga de la frente de Óscar.
—Ahora dame un buen plano —le instó Pepe. Óscar levantó el pulgar hacia el espejo retrovisor del parabrisas—. Perfecto. Atiende, una docena de cámaras vigila cada uno de tus movimientos y, a la que te acabas de dirigir, es la principal. Es la que mejor plano te da, úsala bien. Las otras son más para captar planos detalle… Y te aviso desde ya, como tengas una erección no va a ser un detalle que aquí les pase por alto.
Óscar se puso la mano derecha sobre la bragueta del pantalón y apretó como si fuese una bocina, justo antes de mostrarle el dedo corazón con la izquierda.
—¿Esto lo ves bien, cuñao? —le provocó.
Los dos se rieron.
—Córtate un poco. Sé tú mismo, pero no demasiado.
Óscar se llevó las manos a la cabeza, cerró los ojos y rogó:
—Échame un cable y recuérdame por qué estamos aquí.
Pepe respiró hondo y soltó de corrido las principales razones por las que habían aceptado la propuesta de la productora:
—Te has metido en este embolao porque vamos a sacar un disco nuevo y esta publicidad es impagable, porque nos van a dar mucha pasta para unas cuantas ONG que se lo merecen mucho y porque va a ser divertido y una experiencia inolvidable.
—Muy divertido. —Óscar lo repitió para convencerse—: Una experiencia única e inolvidable.
—¡Sobre todo si a tu fan le da un infarto cuando te quites la máscara y vea que eres tú el que ha estado a su lado todo el tiempo! A lo mejor se mea encima de la emoción, como esa pobre que te pidió un autógrafo en el aeropuer…
—¡No me estás ayudando! —se quejó Óscar.
—Ok, perdona. Piensa en lo que tú vas a ayudar a esa pobre profesora de Música que no tiene ni para comprarse una guitarra de verdad y va por la vida con un triste ukelele. ¡Le van a pagar muy bien y la vas a hacer muy feliz! Por mal que se lo hagamos pasar primero.
—Y si lo pasa demasiado mal, corto y se acabó. —Óscar miró a la cámara principal para que les quedase claro a todos los que le observaban—. No estamos en directo y en mi contrato se especifica que puedo poner fin al «espectáculo» en cualquier momento, si considero que se daña mi imagen pública o la de ella. Esa salvedad es un salvavidas. Tengo que dar el visto bueno a las dos horas del montaje final y no voy a dejar que nadie se ría de la Srta. Albaricoque, eso os lo aseguro. —Usó el plural para que no cupiese duda alguna de con quién estaba hablando en realidad y, no obstante, recalcó—: ¿Oído, cocina?
Pepe carraspeó y no contestó, hizo un gesto en la sala de control y una mujer contestó en su lugar:
—Hola, Óscar. Soy Lupe, la directora del programa. Te estoy escuchando y lo seguiré haciendo todo el tiempo, pero no voy a volver a intervenir, a no ser que sea necesario. En otros realities similares hemos visto que funciona mejor que el enlace con el equipo sea alguien con quien el gancho, o sea tú, tenga una relación cercana. Te hablo ahora porque quiero que estés tranquilo y sepas que todo va a ir bien. Hay un gran equipo trabajando contigo.
—Eso no lo dudo.
—Bien. También me gustaría que entendieses que esa mujer, al aceptar los términos de uso de la aplicación, nos dio permiso para utilizar su imagen y su voz en cualquier evento publicitario relacionado con Carropool. Es decir, este reality. No obstante, no cometeremos ninguna irregularidad y tú sigues teniendo la última palabra en cuanto a lo que se vaya a emitir.
—Muy bien, eso era lo que necesitaba escuchar, supongo —afirmó Óscar, más calmado.
—Disfruta de la experiencia, nos vemos en plató —se despidió Lupe y Óscar le dijo adiós a la cámara.
Pepe retomó la conversación, aunque no del modo más acertado:
—¿Ves? Si se nos va de las manos, ella fue quien lo aceptó y tú no te sientas mal.
—¡No me jodas, Pepe! —gruñó Óscar—. No creo que nadie se haya leído nunca las tres páginas de letra enana que salen al aceptar la instalación y el uso de la app. Y si ella lo hizo, seguramente pensaría que se referían solo a la foto de perfil y como mucho a los mensajes de audio que haya cruzado con los usuarios.
—Hecha la ley, hecha la trampa —lo interrumpió su cuñado—. Los de la productora Supravision se las saben todas. Y me da igual que nosotros hayamos puesto en el contrato que tienes que aprobar la edición final, imagínate que alguien filtra otras imágenes ilegalmente de algún modo. Te lo digo para que no hagas nada que pienses que vas a poder borrar luego, ya me entiendes.
—Ya, ya. Sé lo que me vas a decir porque ya me lo has dicho: no te fías y crees que ella puede ser otra actriz y que intentará seducirme y…
—No, no. Eso ya no lo creo porque la he investigado y no es un agente doble. En cuanto a lo de que te seduzca, dudo que la seduzcas tú a ella. —Pepe mitigó una carcajada—. Con esa pinta que llevas y esos pelos que te han puesto, yo no te tocaría ni con un palo.
—No lo harías porque somos familia y eres mi mánager, pero si la víctima inocente fueses tú…
—Ni de coña, te han caracterizado demasiado bien. Parece que llevas un año sin ducharte y, si yo fuese ella, pensaría que llevando así lo que se te ve, ¡mejor no imaginar cómo estará el resto que no se ve!
—Está perfectamente afeitado y pulcro, ¿quieres un plano detalle? —Óscar volvió a echarse mano a la entrepierna, pero fue solo un amago.
—A eso exactamente me refiero. Si no quieres que tu polla se haga famosa, guárdatela en el pantalón.
Los dos se rieron y Óscar se descubrió mucho más relajado. Pepe tenía ese efecto en él, le infundía ánimo y confianza, aunque a veces lo llevase al límite de maneras poco ortodoxas.
—Oye, estoy mucho más tranquilo. Gracias, cuñao… Solo que, ahora que me has dicho que dudas de que pueda seducirla con estas pintas, pues me dan ganas de intentarlo.
Pepe se enserió de golpe.
—No jodas.
—Es que nunca he estado con nadie que no supiese quién era yo. No sé, tiene su morbo, ¿no?
Su cuñado fue tajante:
—No te puedes enrollar con ella y punto. No puedes ni echar