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de lo que podía controlar la aparición estelar de su ex en el grupo de la boda.

      No podía dejar de pensar que él se había decidido por fin a participar, cosa que no había hecho antes, únicamente para dejar claro que tenía novia y que era perfecta y que con ella sí que se iba a casar.

      En los meses que la tropa había estado chateando, su ex no había saludado ni respondido a ninguna pregunta, ni subido vídeo de felicitación alguno y tampoco se iba a molestar en cantar con ellos para Alejandro y Susana. No había contestado ni siquiera cuando otro de los amigos le había pedido directamente que se llevase el teclado electrónico para tocar la melodía.

      —Al Cerdosupremo lo único que le interesa tocar es la moral —masculló Alba para sí—, tocarme las narices y tocarse los cojones mientras los demás hacemos todo el trabajo. No va a cambiar.

      Se levantó de la cama y sacó de debajo de esta una pequeña maleta amarilla. Había dejado para el final lo de hacer el equipaje y, aunque quedaban horas hasta el amanecer, prefería ponerse con ello. Preparar lo que fuera que se fuese a llevar a la boda era mejor que estar mirando el techo y pensando en su ex. Dormir no era una opción, estaba demasiado nerviosa.

      No quería despertar a su hermana, que estaba en el cuarto de al lado y madrugaría para ir a trabajar al día siguiente, por lo que trató de no hacer ruido. Cogió unos vaqueros del armario, un par de camisetas y no puso mucha atención al elegir la ropa interior, salió al azar al meter la mano en el cajón. A la boda iba a ir con un vestido verde de seda, sin transparencias, que tenía la espalda al descubierto. La parte delantera no tenía escote, se ataba al cuello con un lazo y parecían tres tiras distintas de tela plisada, pero era una única pieza con sujetador incorporado. No hacía falta que llevase más que el puesto y daba igual de qué color fuese, no hacía falta que casase con las bragas, nadie se las iba a ver. Echó un vistazo a las que había cogido, dos negras de algodón, unas de girasoles y unas blancas tan cómodas como feas, que se pondría para el viaje.

      Suficiente.

      Como mucho tendría que hacerse una foto con el culo al aire con Gago y las bragas no se verían. Se rio sola y al momento su cabeza volvió a entrar en bucle de manera obsesiva.

      Se sentía débil y estúpida por dejar que el mensaje de su ex le afectase así, que era justo lo que él había tratado de conseguir. Estaba segura de que él había subido aquella foto con su nueva novia para que ella los viese. Una foto en la que la chica sonreía a la cámara y él la sonreía a ella, con los ojos cerrados como si sintiese un amor tan inmenso que se le fuesen a salir de las cuencas si no los recogía con los párpados. Era pura pose exagerada, la misma cara de idiota que ponía con Alba en muchas otras fotos que ella misma había borrado. Era solo una máscara, una puesta en escena de cara a la galería, y en su galería de fotos sobraba.

      Cuantísimo odiaba su sonrisa falsa.

      «Me voy a tatuar un Joker triste», recordó que le había dicho su ex a un amigo común el mismo día en que Alba se mudó con su hermana.

      Ella estuvo a punto de escribirle solo para decir que le parecía un tatuaje perfecto para su hipocresía. No creía que él estuviese triste, sino enfadado porque había perdido el control sobre ella.

      Finalmente, fue ella quien terminó por hacerse un tatuaje para no olvidar lo que había vivido y sobre todo para no repetirlo. Por eso llevaba una frase de su canción favorita de Óscar Navas en el tobillo izquierdo.

      Se rascó el tatuaje subconscientemente. Había cogido de las redes sociales del cantante aquella estrofa manuscrita al verla en una foto, era una frase que sonaba sin música en un susurro y para ella era lo más importante.

      Le gustaba el mensaje y le gustaba pensar que llevaba su letra en la piel, aunque Óscar Navas ni siquiera supiese que ella existía. No hacía falta, su música le había marcado y salvado, el tatuaje era la cicatriz visible de su alma y a veces le picaba, como todas las cicatrices.

      Las letras de tinta azul rodeaban su tobillo como un grillete, pero la primera palabra no se juntaba con la última, una se torcía hacía arriba y la otra hacia abajo. Era un grillete roto que decía: «La esperanza es la palanca universal».

       La canción hablaba de la sonrisa de Sísifo, que cumplía un castigo eterno en el inframundo y tenía que empujar una piedra colina arriba para verla caer colina abajo y empezar de nuevo.

      La letra a Alba le daba fuerzas, para ella simbolizaba que no renunciaría jamás a la esperanza de la felicidad ni en el infierno, que se pondría siempre en pie para seguir subiendo y bajando la montaña, con o sin piedra, pero sin perder la sonrisa a pesar del absurdo.

      Su ex quería borrarle la sonrisa al Joker y ella se aferraba con uñas y dientes a la suya, a la posibilidad de imaginar un Sísifo feliz, como decía la canción de Óscar Navas y como defendía el libro de Albert Camus que había inspirado la canción.

      Pensó lo fácil que le resultaba a su ex borrarle a ella la sonrisa cada vez que le decía: «Si me dejas, me mato».

      Pensó si a la mujer de la foto le diría lo mismo, si la convertiría en un pulmón artificial a juego con su corazón artificial y sus emociones fingidas.

      Se repitió que eso no era de su incumbencia y que tenía que dejar de pensar, pensar y pensar en ello. Aquella noche, al menos, había una novedad a la que darle vueltas. De tanto girar sobre sí misma con el tema, se convenció de que su ex había puesto ese mensaje, tan solo dos días antes de la boda, para ver si conseguía que ella se echase atrás y no fuese, pero Alejandro era uno de los mejores amigos de Alba y se merecía que toda la tropa fuese a su boda. Incluso Gago iba a ir, estando su mujer como estaba sin poder salir de casa.

      Iban todos los que habían formado parte de la tropa original, los mismos que habían ido juntos al colegio y al instituto, a los hospitales y a los entierros, a las bodas y a los primeros nacimientos.

      Alba también iría, aunque no tuviese coche, ni trabajo, ni pareja y no fuese «perfecta». Iría con la cabeza muy alta y el culo y las bragas muy limpios, por si acaso. No iba a dejar que la mierda de otro le amargase ese día especial.

      Además, allí no estaría sola. Jana había salido en su defensa, hilando fino y dejándole claro a su ex que, si se casaba, a Alba, a Marisa y a ella, sus mejores amigas y las dueñas de los otros culos que salían en la foto, les importaba exactamente eso: tres culos.

      Jana había sido sutil, incisiva y más que suficiente.

      Marisa no había dicho nada todavía, pero Alba sabía que era muy despistada y no prestaba mucha atención a los chats. Seguramente ni lo habría leído y, cuando lo leyese, siendo tan comedida y tímida como ella era, no iba a decir que el tercer culo era el suyo en el grupo general, por evidente que fuese, pero llamaría a Alba y se reirían un rato.

      Solían hablar casi todos los domingos por la mañana, recogían la casa y planchaban la ropa mientras se planchaban la oreja con lo que había pasado durante la semana o las dos semanas que, como mucho, llevasen sin hablar.

      Alba y Jana hablaban por teléfono entre semana, algunos días a la hora de comer, y Alba estaba segura de que, en cuanto pudiese, su amiga le iba a decir:

      —¿Qué te ha parecido la «Janada»?

      No iba a hacer falta decir mucho más, tenían su propio lenguaje y así era como les llamaban a los momentos en los que Jana era brutalmente sincera y ponía a la gente en su sitio, con mucha educación.

      La

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