Amor sobre ruedas. Mara Oliver

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Amor sobre ruedas - Mara Oliver HQÑ

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sea que no te vas de mi casa ni muerta! —Lidia estalló en carcajadas y recibió como respuesta un puñado de palomitas en la cara.

      —¿Esta es tu manera retorcida de decirme que no coja un viaje de vuelta? —le increpó Alba, dolida, medio en broma, medio en serio.

      Lidia se desdijo enseguida:

      —Nooo, me encanta tenerte aquí. Todo está relimpio y, cuando subo con un chico guapo, tú siempre encuentras algo que hacer fuera de casa, ¡eres la compi de piso perfecta! —se excusó mientras le pasaba un brazo por encima del hombro y la atraía hacía sí, protectora—. Mi hermanita del alma, te puedes quedar todo el tiempo que quieras. ¿Vale?

      —Vale… Gracias por aguantarme.

      —No digas eso, yo no te aguanto, te disfruto. El inaguantable era el Cerdosupremo, no sé cómo pudiste estar tantos años con él… —Lidia se calló a tiempo y no terminó la frase.

      Quería que su hermana entendiese que ya estaba bien de dar las gracias y disculparse por todo, pero por mucho que se lo dijese no parecía que ella se diese cuenta de cómo actuaba.

      Llevaban meses sin tocar el tema de su ex y, aunque había pasado mucho tiempo desde la separación, Lidia notó cómo su hermana temblaba entre sus brazos al recordarlo. Era difícil de olvidar, habían empezado a salir muy pronto, siendo prácticamente unos niños, y la herida era profunda. Por lo que Lidia cambió de tema, rápidamente:

      —¿Dónde hemos dejado el mando?

      Alba buscó entre las palomitas desperdigadas, los cojines descolocados y los restos de su autoestima y no tardó en dar con el control remoto de la televisión. Reanudó la reproducción del episodio, pero sus pensamientos se atascaron en la conversación que habían evitado.

      Llevaba casi dos años viviendo con su hermana, no encontraba trabajo estable y no parecía que la situación fuese a cambiar. Al menos lo había intentado, se había preparado para ser profesora de Música y había aprobado la oposición a la primera, quedándose a décimas de la plaza por carecer de puntos de experiencia.

      Desde entonces, le habían llamado para cubrir una excedencia por maternidad durante siete meses y algunas bajas de dos o tres semanas, pero para poder independizarse necesitaba sacarse la plaza.

      Cuando empezaba el segundo capítulo de la serie y su hermana iba a darle al botón de «omitir resumen del capítulo anterior», ella le frenó:

      —No lo quites, la verdad es que no me he enterado de mucho porque se me ha pirado la cabeza pensando en el viaje y en que ojalá me llamasen ya de algún instituto para este curso, pero por aquí parece que los profes de Música no se ponen malos. A este paso no voy a poder irme de tu casa nunca.

      —Ya te saldrá algo —le consoló Lidia—, tú sigue estudiando y preparándote la oposición. No hay prisa, ya te he dicho que me encanta que estés aquí.

      Alba recuperó la sonrisa, dejó vagar la vista por el salón y con la esperanza en los labios le dio voz a su deseo:

      —Si me llamasen mañana para empezar a currar, aunque fuese en un pueblo a cien kilómetros de aquí, lo cogería sin pensarlo.

      —¿Sin pensarlo? Lo dudo, tú lo piensas todo demasiado —le recriminó Lidia, clavándole el dedo índice en el muslo repetidamente—, aunque ahora que te has quedado sin coche, igual tendrías que pensártelo un poco, sí.

      A Alba se le escapó todo el aire de los pulmones solo con recordar el accidente. Había salvado la vida por poco y su coche había quedado siniestro total, pudo vender por piezas la mitad que se salvó del choque y, al peso, la otra mitad.

      —Lo que estoy pensando es que no debería ir a la boda —se dijo, más para autoconvencerse que para informar a su hermana—, lo del coche es una señal. Y hay más señales: el tren está completo este fin de semana e ir en autobús supone hacer muchos cambios de línea, llegaría destrozada y me costaría un día y medio.

      —Acepta el viaje de Carropool y deja de buscar excusas para no ir —le regañó Lidia y esa vez fue ella quien le tiró palomitas a la cara.

      Alba abrió la boca intentando atraparlas, pero los únicos que acertaron fueron algunos granos de sal, que le entraron en los ojos. Fue al aseo a lavarse la cara y quitarse el escozor, entre maldiciones.

      —¿Ves? ¡Otra señal —gritó desde el baño—, casi me dejas tuerta y así no puedo ir a la boda!

      Era un piso muy pequeño y se oía todo. Se podía hablar de una punta a otra sin necesidad de elevar mucho la voz, que era la razón por la que Alba se iba de casa cada vez que su hermana subía con un ligue.

      Lidia le gritó de vuelta por pura desesperación:

      —¡Vas a subirte al carro de Don Kiwi y vas a ir a ese fiestón porque allí están tus amigos de toda la vida y estoy harta de oírte decir lo mucho que los echas de menos!

      —También son los amigos del Cerdosupremo —apuntilló Alba, con un hilo de voz, mientras regresaba. Se quedó de pie junto al sofá, recogió las palomitas que habían esparcido alrededor y se comió una con cada palabra que añadía—: ¿ADIVINAS-QUIÉN-MÁS-ESTARÁ-EN-LA-BODA? EL CERDOSUPREMO EN PERSONA, con toda su porcina personalidad.

      —Lo tienes superado, créeme. Ha pasado mucho tiempo.

      —¡A lo mejor necesito unos años más! —Alba señaló el bol y se explicó—: Es como con estas palomitas, que en el microondas todas han recibido el mismo calor, pero cada una ha estallado cuando le tocaba hacerlo y no antes.

      —¡Tú estallaste hace años, Alba! Le mandaste a la mierda y te fuiste a mil kilómetros de él, no sigas pensando en ese asqueroso porque lo que diga o haga no importa. ¡No tiene ningún control sobre tu vida, no se lo des! Deja de darle vueltas y avanza. —Lidia reanudó la reproducción en el televisor con el mando en una mano y con la otra apuntó a su hermana y fue tajante—: Es así de fácil. Le das al play, vas a la boda y te centras en la boda, no te pones a pensar en otras cosas. Lo disfrutas, te lo pasas genial y al Cerdosupremo ni le mires. Hazlo por ti, que te lo mereces.

      Alba se dejó caer a su lado en el sillón, cogió el móvil y abrió la app.

      —Está bien. Voy a decirle que sí al loco de los kiwis.

      Capítulo 4

      Interfaz de Carropool

      (Don Kiwi ha iniciado una conversación)

      Don Kiwi

      Me sobra una plaza si aún te interesa ir a Santejo el viernes.

      Son veinticinco euros y te dejo donde tú quieras.

      Te paso el enlace del viaje.

      (Don Kiwi ha enviado una propuesta de ruta)

      Srta. Albaricoque

      Me interesa. Gracias.

      Y puedo estar en la plaza del Ángel a las 9h, sin problema.

      Don Kiwi

      Si

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