Amor sobre ruedas. Mara Oliver
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Para Alejandro y Susana,
gracias por devolverme las ganas de escribir
y hasta las de creer en el AMOR, así con mayúsculas.
Capítulo 1
Don Kiwi y la Srta. Albaricoque
«Voyage, voyage, bayas, bayas. Me gusta viajar, la música y todo lo que resulta ser más de lo que parece, como los kiwis. Los kiwis son bayas marrones y peludas por fuera e increíblemente verdes y deliciosas por dentro. Vaya, vaya. La vida te da sorpresas, algunas más agradables que otras.
Tengo un todoterreno, por fuera no parece gran cosa y por dentro es una sorpresa de las buenas. Lo importante es el interior. Me gusta viajar y conocer gente nueva, no importa que no seas fan de los kiwis, pero yo no vivo sin música. Echa un vistazo a mis próximas rutas y playlists y, si te cuadran, me encantaría compartir destino, canciones y coche contigo. ¿Viajamos juntos?».
Era un perfil extraño para una web de carpooling, y aún más extraña era la foto que lo acompañaba.
Haciendo honor a su nick, Don Kiwi, se había puesto la mitad de un kiwi en cada ojo, como si fuesen unas gafas psicodélicas, redondas y verdes. Su sonrisa traviesa estaba enmarcada por una barba espesa y una melena leonina, que le llegaba a los hombros y se mezclaba enmarañada con la barba. De la piel solo le quedaba a la luz una franja de frente, los pómulos, algo de nariz y un atisbo de labios carnosos; el resto era pelo.
Alba Cruz llevaba un buen rato estudiando la cara de aquel desconocido, le resultaba familiar y lo miraba ensimismada. Sentía que le conocía de antes, pero no sabía de qué. Él no había enlazado su perfil a ninguna red social con la que pudiese contrastar su identidad y había aparecido sin más en su bandeja de ofertas, ofreciéndole un trayecto que se ajustaba perfectamente a sus necesidades.
Llevaba media hora sentada en el sofá del comedor, mirando aquellos ojos de kiwi y decidiendo si aceptar su propuesta de viaje.
A su lado, su hermana no le quitaba ojo al televisor. Habían empezado juntas una serie nueva, pero Alba ya no era capaz de seguir la trama de lo que ocurría en otra pantalla que no fuese la de su móvil, aquel perfil había robado toda su atención.
—Oye, Lidia, ¿a ti te suena este tío? —le preguntó a su hermana, mostrándole la foto de perfil ampliada.
Lidia quitó la vista de la televisión dos segundos, se los dedicó a la foto y siguió viendo la serie y comiendo palomitas, aunque añadió entre risas:
—Se parece a ti por las mañanas. Te levantas con los mismos pelos de loca.
Alba asintió, sin sonreír.
Eso era exactamente lo que le preocupaba: la pinta de loco.
—Es el único que me ha respondido a la propuesta de viaje que puse en Carropool —le explicó—. No sé si aceptarlo porque me parece demasiado barato. Dice que me lleva a Santejo por veinticinco euros, pero, si es un loco de los peligrosos, lo mismo no llego nunca.
Su hermana dejó el bol en el suelo, despacio, aunque siguió mirando el episodio de la tele.
—Sí que es demasiado barato —convino, echó otro vistazo rápido a la foto y agregó—: Y él se da un aire al mendigo caníbal del documental que vimos la semana pasada. Qué mal rollo.
Alba refunfuñó.
—No creo que me suene su cara por eso. No se parecen. —Volvió a centrarse en la foto—. Y no me da mal rollo, al revés. No sé, es que lo miro y es como si ya le conociese.
—Lo mismo es del barrio. Dame, que lo miro bien. —Lidia se incorporó, pausó el capítulo y cogió el teléfono. Se lo acercó a un palmo de los ojos y entrecerró las pestañas como si añadir más pelo a la foto pudiese despejar la duda—. A mí también me suena de algo. Veamos qué tiene puesto en su perfil.
—Ya lo he mirado —repuso Alba, con un suspiro cansado—. Tiene la marca de confianza de la web y lleva más de sesenta trayectos, con cinco estrellas en casi todos los comentarios.
—Perfecto, entonces es de fiar.
—Pero solo tiene un viaje programado, que es justo el que yo necesito y lo ha puesto hoy.
Esa vez la que suspiró fue Lidia.
—No seas tiquismiquis. Llevas toda la semana esperando a que salga alguien que te lleve y ahí está, ¡has tenido suerte! No le des más vueltas.
Alba se abrazó a uno de los cojines del sofá y lo apretó con fuerza, asomando los ojos justo por encima.
—Es que me parece muy raro que este Don Kiwi salga para Santejo justo desde aquí al lado y el día que mejor me viene. Va de una ciudad pequeña a un pueblo que está a mil kilómetros y ni siquiera…
Su hermana le quitó el parapeto del cojín y le interrumpió:
—A lo mejor Ojos de Kiwi no sale desde aquí, sino que hace parada para recogerte a ti porque ha visto tu petición de trayecto y le cuadra, y por eso te ha contactado. O a lo mejor él también va a la boda y ahora está pensando lo mismo: que menuda suerte más rara. Pregúntaselo y sales de dudas.
Alba carraspeó.
—¿Quieres