Amor sobre ruedas. Mara Oliver

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Amor sobre ruedas - Mara Oliver HQÑ

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      ¿Llevas muchas maletas?

      Srta. Albaricoque

      Una pequeña de fin de semana, casi no abulta,

      pero llevo un violín en su funda y un vestido largo,

      que espero que no se arrugue mucho.

      Don Kiwi

      No te preocupes, hay espacio de sobra en el maletero

      y tendremos cuidado con tus cosas.

      ¿Tienes que dar un concierto o eres asesina a sueldo?

      ¿Llevas una pistola en la funda del violín?

      Srta. Albaricoque

      He visto en tu perfil que te gustan las sorpresas,

      no debería decirte lo que llevo en la funda del violín…

      pero es un violín. Siento desilusionarte.

      Y preferiría no tener sorpresas respecto al precio:

      ¿seguro que son solo veinticinco euros?

      Porque son más de mil kilómetros, es MUY barato.

      Don Kiwi

      Prefiero tener muchos viajeros a buen precio,

      así consigo más dinero.

      Es como en los problemas de matemáticas:

      en la primera parada se suben dos, en la segunda baja uno y suben tres…

      ¿Sabes cuánto sacó al final?

      Pues, saco muuucha pasta.

      Te sorprenderías de lo que voy a ganar con este viaje.

      Srta. Albaricoque

      Vale, entonces te envío la solicitud del prepago.

      (Srta. Albaricoque ha mandado una solicitud de prepago)

      (El conductor ha aceptado la solicitud de prepago)

      Don Kiwi

      Mándame también tu ubicación y miro a ver cómo te recojo.

      Srta. Albaricoque

      Muchas gracias.

      (Srta. Albaricoque ha mandado su ubicación)

      Don Kiwi

      De nada, Srta. Albaricoque.

      No es molestia. Nos vemos el viernes a las 9h.

      Srta. Albaricoque

      Hasta el viernes.

      Capítulo 5

      Un disfraz de diez

      Pepe Durán, cuñado y mánager de Óscar Navas, estaba corriendo sus cuatro kilómetros nocturnos cuando recibió una llamada.

      Llevaba el móvil en el bolsillo y contestó directamente sin mirar la pantalla, presionando el botón para descolgar en los auriculares inalámbricos.

      —¿Diga?

      —El pollo está en el horno —le contestó una voz ronca y oscura, desconocida.

      —¿Quién es? —preguntó Pepe, creyendo que había escuchado mal.

      —Repito: el pollo está en el horno.

      Pepe apenas aminoró el ritmo, abrió la cremallera del bolsillo, sacó su teléfono y comprobó que era un número oculto, así que colgó sin más.

      Quince segundos después, su teléfono volvió a sonar y esa vez contestó, molesto:

      —Te has equivocado de número y de persona, como vuelvas a…

      —Señor Durán, sé muy bien con quién estoy hablando. ¿Lo sabe, usted?

      Pepe dejó de correr, no de caminar. Siguió avanzando cautelosamente mirando a un lado y a otro del parque, sospechando de cada sombra como si esperase que alguien pudiese atacarle en cualquier momento.

      —No sabe quién soy —continuó el extraño—, pero ¿sabe con quién estoy?

      —No dejes que me haga daño, por favor —rogó una nueva voz al teléfono, masculina y aguda, algo sobreactuada.

      Pepe se quedó lívido y frenó en seco al instante.

      —¿Ca… carlos? —titubeó—. ¿Estás bien?

      El reloj de pulsaciones que llevaba en la muñeca enloqueció y sintió que su corazón cobraba vida propia, lo sentía subir por su garganta como si pudiera vomitarlo, cortándole la respiración.

      —Su marido está bien —volvió a decir la primera voz— y seguirá estando bien si vuelve a casa con una bolsa de nachos y una tarrina de guacamole. —El extraño empezó a reírse a carcajadas y culminó sin impostar la voz—: Y tráeme cerveza sin alcohol, que no os queda ninguna en la nevera y esa no es forma de tratar a tu cuñado favorito.

      —¿Óscar? —inquirió Pepe, pasando de la angustia al alivio y del alivio al enfado tras escuchar las risas de su marido y de su cuñado—. ¿Sois gilipollas? Casi me matáis de un infarto.

      —Lo siento, ha sido idea de mi hermano —se disculpó Óscar, sin dejar de reírse—. Esta mañana he tenido la última sesión con la vocal trainer y me apetecía contaros en persona cómo va lo de la cámara oculta, y cenar con vosotros de paso. Quería ver si la voz que voy a usar en el reality es reconocible y mi hermano me ha dicho: «Llama a Pepe y, si le engañas a él, colará con cualquiera».

      Pepe suspiró, cansado.

      —No me parece buena idea que fuerces la voz. Si la rasgas en exceso, te puede pasar factura… Además, no te van a reconocer si no cantas, hay muchas personas con voces graves y rasgadas como la tuya. Habla normal y que te maquillen bien.

      —El maquillaje es de diez, te lo aseguro. Y tienes razón, les diré a los del programa que por recomendación de mi mánager no voy a forzar la voz.

      —Estupendo, voy para allá y me lo cuentas, pero no pienso llevar ni cerveza, ni nachos, ni nada —gruñó—. He salido a correr, no he cogido el coche y solo llevo encima un par de monedas. Si quieres comprar algo, díselo al de servicio. Esta semana ha entrado uno nuevo en el turno de noche. Creo que se llama…

      —Luis —completó Óscar. Era parte de su encanto, recordaba los nombres con facilidad. No era petulante ni mostraba la frialdad distante de otras superestrellas, a pesar de que había sido famoso desde la cuna. Tenía

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