Pasado y presente continuo de la memoria de los familiares de desaparecidos. El caso de Simón en Justicia y Paz. Marcela Patricia Borja Alvarado

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a partir de lo cual se logra definir el conocimiento, y por ello su naturaleza es ser parcial, oblicuo, perspectívico en términos de Foucault (2003, pp. 9-33), lo que permite rescatar el lugar central del sujeto y la subjetividad en la investigación social (Torres, 2006, p. 67).

      En este replanteamiento de la cuestión epistemológica sobre el conocimiento y la “objetividad” del método científico, Donna Haraway (1995b) nos propone la idea de los conocimientos situados, en donde la objetividad parte de afirmar que no existe un único conocimiento, y mucho menos uno acabado, defendiendo, por el contrario, un conocimiento racional que se construye a partir de perspectivas parciales y localizadas. Se trata de un conocimiento responsable, pues es posible saber desde dónde se aprende (pp. 313-346).

      La alternativa al relativismo son los conocimientos parciales, localizables y críticos, que admiten la posibilidad de conexiones llamadas solidaridad en la política y conversaciones compartidas en la epistemología. El relativismo es una manera de no estar en ningún sitio mientras se pretende igualmente estar en todas partes. La “igualdad” del posicionamiento es una negación de responsabilidad y de búsqueda crítica. El relativismo es el perfecto espejo gemelo de la totalización en las ideologías de la objetividad. Ambos niegan las apuestas en la localización, en la encarnación y en la perspectiva parcial, ambos impiden ver bien. El relativismo y la totalización son ambos “trucos divinos” que prometen, al mismo tiempo y en su totalidad, la visión desde todas las posiciones y desde ningún lugar, mitos comunes en la retórica que rodea la Ciencia. Pero es precisamente en la política y en la epistemología de las perspectivas parciales donde se encuentra la posibilidad de una búsqueda objetiva, sostenida y racional. (Haraway, 1995b, p. 329)

      Es en estas perspectivas en las que se hace posible la construcción de un conocimiento a partir del diálogo entre posicionamientos heterogéneos (no inocentes) y contradictorios, múltiples, multidimensionales e inacabados (Haraway, 1995b), como el que se pretende elaborar a partir de la puesta en diálogo entre el derecho y campos no jurídicos en esta investigación. Además, la adopción de este tipo de objetividad posibilita estar abierto a sorpresas durante la búsqueda de puntos de encuentro comunes, con la esperanza constante de descubrir mejores versiones del mundo, mejores versiones de ciencia.

      “Los conocimientos situados requieren que el objeto del conocimiento sea representado como un actor y como un agente” (Haraway, 1995b, p. 341; véanse, en igual sentido, Cornejo, Cruz y Reyes, 2012, p. 259), no como una cosa pasiva e inerte, como ocurre en la objetividad científica, como si el mundo fuera determinado y fijo. Lo afirma Andrade (2007): “Reconocer en ese mismo acto que estudiar la realidad no es recolectar datos, sino también construirlos desde una particular mirada: la del sujeto, un sujeto social y teóricamente situado” (p. 301).

      Asumir esta postura en la investigación conduce a que me identifique con la figura del cyborg que propone Donna Haraway, quien se encuentra en una posición privilegiada para explorar sin miedo en la parcialidad y la contradicción, para inmiscuirse en la epistemología que trata de conocer la diferencia y producir una teoría parcial pero responsable (Haraway, 1995b, pp. 275, 310). Estos son, pues, según Cornejo et al. (2012, p. 259), los dos ejes centrales de la propuesta de Haraway: la metáfora del cyborg y la idea de la responsabilidad del conocimiento.

      La imaginería cyborg puede ayudar a expresar dos argumentos cruciales en este trabajo: primero, la producción de teorías universales y totalizadoras es un grave error que se sale probablemente siempre de la realidad, pero sobre todo ahora. Segundo, aceptar responsabilidades de las relaciones sociales entre ciencia y tecnología significa rechazar una metafísica anticientífica, una demonología de la tecnología y también abrazar la difícil tarea de reconstruir los límites de la vida diaria en conexión parcial con otros, en comunicación con todas nuestras partes. No es solo que la ciencia y la tecnología son medios posibles para una gran satisfacción humana, así como una matriz de complejas dominaciones, sino que la imaginería del cyborg puede sugerir una salida del laberinto de dualismos en el que hemos explicado nuestros cuerpos y nuestras herramientas a nosotras mismas. No se trata del sueño de un lenguaje común, sino de una poderosa e infiel heteroglosia. Es una imaginación de un hablar feminista en lenguas que llenen de miedo a los circuitos de los supersalvadores de la nueva derecha. Significa al mismo tiempo construir y destruir máquinas, identidades, categorías, relaciones, historias del espacio. A pesar de que los dos bailan juntos el baile en espiral, prefiero ser un cyborg que una diosa. (Haraway, 1995a, p. 311)

      El conocimiento que se logre construir irá más de la mano con lo que puede identificarse como autorrelato (Cornejo et al., 2012, p. 262). La razón está en que la memoria, como tema inquietante que nos interroga para enfrentar un pasado reciente violento y que continúa presente (p. 260), y la forma como pretendo abordarlo, a través de la construcción de una relación directa con víctimas de desaparición forzada, implica la asunción de encuentros y diálogos con estas y la apertura de espacios a partir de los cuales será posible la construcción de conocimiento (p. 262).

      Es un encuentro histórico, contextual, que se co-construye entre investigador y participante, cada uno con sus recursos simbólicos y sociales en acción. El sujeto investigador realiza a otro una solicitud de palabras, de historias para construir conocimiento a partir de ellas; y el sujeto investigado destina, dirige sus palabras y sus historias al investigador, y a través de él a sus interlocutores reales, virtuales y fantaseados presentes en el contexto discursivo. Sin embargo, para poder decir algo sobre lo que ocurre en ese encuentro, hay que pasar necesariamente por nuestra experiencia como sujetos investigadores, como sujetos activos, históricos, situados […], la palabra del sujeto participante carece de sentido si no contamos con el marco de quien la escucha. De este modo, los autorrelatos de las investigadoras ponen a operar premisas fundantes del enfoque biográfico, pero también del conocimiento situado, a saber: que los investigadores somos parte de lo investigado, que afectamos y/o somos parte de nuestros objetos de estudio, enunciaciones que apuntan a considerar al investigador como parte constituyente y constitutiva de los objetos de estudio. (Cornejo et al., 2012, p. 262)

      En esta construcción de conocimiento situado, la indagación sobre la memoria me examina a mí misma; por ello este documento lo presento en un lenguaje personal y no en tercera persona (véase también Carrillo, 2013, p. 16), tomando distancia además del positivismo. Su recorrido muestra el camino que transité desde el desconocimiento del tema hacia la búsqueda de respuestas, con la disposición de sorprenderme en el acercamiento a otros campos no jurídicos e innegablemente desde la afinidad con las víctimas para poder cuestionar y discutir. Lejos de pretender dar conclusiones definitivas, quiero mostrar que la riqueza del tema abre puertas para muchos análisis más.

      El yo dividido y contradictorio es el que puede interrogar los posicionamientos y ser tenido como responsable, el que puede construir y unirse a conversaciones racionales e imaginaciones fantásticas que cambien la historia. La división, el no ser (como un cyborg), es la imagen privilegiada de las epistemologías feministas del conocimiento científico. La “división”, en este contexto, debería tratar de multiplicidades heterogéneas que son simultáneamente necesarias e incapaces de ser apiñadas en niveles isomórficos de listas acumulativas. Esta geometría se encuentra dentro y entre los sujetos. La topografía de la subjetividad es multidimensional, y también la visión. El yo que conoce es parcial en todas sus facetas, nunca terminado, total, no se encuentra simplemente ahí y en estado original. Está siempre construido y remendado de manera imperfecta y, por lo tanto, es capaz de unirse a otro, de ver junto al otro sin pretender ser el otro. Esta es la promesa de la objetividad: un conocedor científico busca la posición del sujeto no de la identidad, sino de la objetividad, es decir, de la conexión parcial. No hay manera de “estar” simultáneamente en todas, o totalmente en algunas de las posiciones privilegiadas (subyugadas) estructuradas por el género, la raza, la nación y la clase. Y esta es solo una corta lista de posiciones críticas. (Haraway, 1995a, pp. 331-332)

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