Pasado y presente continuo de la memoria de los familiares de desaparecidos. El caso de Simón en Justicia y Paz. Marcela Patricia Borja Alvarado

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Entonces han echado mano de otras fuentes, tales como los materiales de los medios de comunicación (Fazio, 1998, p. 49) para no dejar la interpretación del mundo a otras ciencias sociales (Bédarida, 1998, p. 23), a pesar de que los críticos de la historia del tiempo presente reduzcan su alcance “a una pura crónica periodística o simplemente la excluyen del campo epistemológico de la historia al asociarla más con la ciencia política o la sociología” (Moreno, 2011, p. 27).

      La lucha por ganar tal espacio para la historia, pese a las críticas, ha encontrado resonancia en diversos medios académicos que aprecian su potencial (Moreno, 2011, p. 27); por ejemplo, los “centros académicos, fundamentalmente franceses, que cultivaban la historia contemporánea y han encontrado en ella una serie de vacíos y limitaciones” (Toro, 2008, p. 45). Entre esos centros académicos se puede mencionar el Instituto de Historia del Tiempo Reciente, que busca incentivar la investigación sobre “lo muy contemporáneo y de afirmar la legitimidad científica de este fragmento o rama del pasado, demostrando a ciertos miembros de la profesión, más o menos escépticos, que el reto era realmente hacer historia y no periodismo” (Bédarida, 1998, p. 20).

      El presente que nos acosa por todas partes tiene una tan significativa presencia que ha hecho decir a Marc Bloch: “El erudito que no muestra gusto por mirar a su alrededor, ni a los hombres, ni a las cosas, ni a los acontecimientos […] se comportaría sabiamente renunciando al nombre de historiador”. En consecuencia, la dinámica de la historia del tiempo presente tiene una doble virtud: de una parte, la reapropiación de un campo histórico, de una tradición antigua que había sido abandonada; de otra, la capacidad de engendrar una dialéctica o, más aún, una dialógica con el pasado (de acuerdo con la fórmula bien conocida de Benedetto Croce, “toda historia es contemporánea”). (Bédarida, 1998, p. 22)

      La historiografía del siglo XX quiso proponer “nuevas direcciones en el estudio de la disciplina (economía, sociedad, cultura, mentalidades, etc.)”, desde una perspectiva global (Fazio, 1998, pp. 48-49). Entonces, los intereses de los historiadores giraron hacia “temas tales como las elecciones, los partidos, la opinión pública, los medios y la política”, con lo cual se generó adicionalmente “un fecundo diálogo con la ciencia política, la antropología y la sociología” (p. 49). Por ello, la historia del tiempo presente es “un campo en el que la historia dialoga creativamente con las ciencias sociales para coadyuvar en la explicación histórica de los acontecimientos coetáneos” (Moreno, 2011, p. 292). Recurre “a la ayuda de la sociología, psicología, antropología y a la historia de las sensibilidades o de las emociones” (Sanmartín, 2014, p. 50). Teniendo en cuenta esta inclinación hacia el análisis de los sucesos ocurridos en la inmediatez, los estudios del tiempo presente han conducido con fuerza al retorno del estudio del acontecimiento, el cual puede ser político, social, económico o cultural (Fazio, 1998, pp. 52-53); en consecuencia, la necesidad de acudir a apoyos interdisciplinares para su estudio ha dificultado la definición de estos estudios “como un subcampo específico” (Moreno, 2011, pp. 188, 292).

      Si bien Fazio (1998) ubica los estudios de esta historiografía en los años noventa, no deja de ser cierto que dentro de las discusiones que se han suscitado con mayor fuerza en esta subdisciplina está el interrogante sobre la definición del “presente”. La desconfianza sobre este concepto de ‘tiempo presente’ ha obedecido a la imposibilidad de delimitar un periodo, sea de cuarenta o sesenta años de distancia. “El trabajo de crítica histórica está apenas esbozado y las interpretaciones frecuentemente dominadas por las pasiones partidistas y nacionales […]”. En la Apología para la historia, cuenta Marc Bloch que Bédarida, en el instituto en el que él fue alumno a fines de siglo, uno de sus profesores tenía la costumbre de decir: “Desde 1830 no hay Historia, hay política” (Bédarida, 1998, pp. 19-20); en nuestro caso sería desde 1939 con el inicio de la Segunda Guerra Mundial. Además de esto, “surge la necesidad de establecer si efectivamente el pasado existe como un objeto, como un campo independiente del presente” (Toro, 2008, p. 43).

      ¿Cómo definir el presente? ¿No constituye un espacio de tiempo minúsculo, un simple espacio pasajero y fugitivo? Su característica, en efecto, es la de desaparecer en el momento mismo en que comienza a existir. En sentido estricto no se puede hacer historia del presente, porque basta con hablar de ello para que se esté ya en el pasado. Es obligado, pues, alargar este dato instantáneo del presente que se escurre bajo nuestra mirada a fin de darle sentido y contenido. (Bédarida, 1998, p. 21)

      En la práctica, Bédarida (1998) y el Instituto de Historia del Tiempo Presente en Francia optaron por “considerar como tiempo presente el tiempo de la experiencia vivida. Por ahí se llega al verdadero sentido del término historia contemporánea, a saber, la experiencia de la contemporaneidad” (p. 22). En definitiva, parece ser que el tiempo presente no se encuentra definido, y es más o menos elástico, pero como campo de estudio se caracteriza porque “existen testigos y una memoria viva de donde se desprende el papel específico de la historia oral”. Con independencia de que su inicio sea en 1914, 1945 o 1989, se trata, pues, “de una temporalidad larga, designa más bien el pasado próximo a diferencia del pasado lejano” (p. 22), en la cual el reto es “poder acercarse con una disposición de ‘escucha’ a la fuente documental o al protagonista-testigo” (Díaz, 2007, p. 18). Julio Aróstegui afirma, por su parte, “que ‘el objeto de la Historia del Tiempo Presente no puede ser otro que la historia de los hombres vivos, de la sociedad existente, en cualquier época’” (Aróstegui, citado en Quirosa-Cheyrouze y Muñoz, s. f.).

      En un sentido similar, René Rémond (citado en Díaz, 2007) afirma que esta historia presenta dos singularidades originadas en la especificidad de su objeto: la primera está dada por la contemporaneidad, asociada al “hecho de que no existe ningún momento en su composición en el que no sobrevivan entre nosotros hombres y mujeres que fueron testigos de los acontecimientos narrados”, y la segunda singularidad tiene que ver con “la inconclusión del periodo estudiado, que lleva consigo la ignorancia sobre las repercusiones de los acontecimientos que se narran” (Díaz, 2007, p. 16).

      Si bien desde la Segunda Guerra Mundial se han realizado francos desarrollos en el ámbito de la historia reciente, aún hoy es conflictivo para la historiografía determinar su objeto de estudio, en tanto permanece el debate dentro del campo académico para definir a qué hace referencia la “historia reciente”. La propia amplitud en la terminología para denominar su objeto de estudio demuestra que se trata de un campo en construcción (algunas variantes posibles son “historia reciente”, “pasado cercano”, “historia contemporánea”, “historia actual”, entre otras) (Aróstegui, 2004; Franco y Levín, 2007). Diferentes criterios se han utilizado para determinar cuál es su objeto: cronológicos, metodológicos y epistemológicos relativos a la historiografía. En nuestro caso coincidimos con Franco y Levín (2007, p. 35) en que tal vez la especificidad de esta historia no se defina exclusivamente por reglas temporales, epistemológicas o metodológicas, sino principalmente con criterios subjetivos y cambiantes que al interpelar a las sociedades contemporáneas transforman los hechos del pasado reciente en problemas actuales. Esto ocurre indudablemente con aquellos eventos que se consideran traumáticos y se han vuelto objetos primordiales de esta historia. (Carretero y Borrelli, 2008, pp. 203-204)

      1.3. Problemas y críticas

      La consolidación de la historia del tiempo presente como subdisciplina de la historia ha estado acompañada de diversas discusiones en torno a las novedades que plantea, a la vez que han recaído sobre ella críticas, algunas de las cuales ya fueron expuestas, pero que en este momento retomaré, con un poco más de profundidad, en dos grandes grupos para presentarlas a continuación.

      La primera crítica recae sobre las fuentes para el estudio de la historia del tiempo presente. En principio parece reprocharse la carencia de fuentes, claro está, si se piensa en particular sobre los documentos escritos; no obstante, hay que tener en cuenta que ellos no son ni la única fuente ni la más importante para conocer el pasado. “Lo que interesa al historiador es conocer lo mejor posible su objeto, […] y para ello puede

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