Pasado y presente continuo de la memoria de los familiares de desaparecidos. El caso de Simón en Justicia y Paz. Marcela Patricia Borja Alvarado

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presente, sino también, y por completo, para la especialización ius-histórica del derecho que se encuentra en su interior.

      1.2. Una subdisciplina en obra

      La historia reciente es una subdisciplina de la historia que surgió “en la segunda mitad del siglo XX” (Bacha, 2011, p. 1; véanse, en el mismo sentido, Díaz, 2007, p. 15; Traverso, 2007, p. 72), que ha contado con un nivel de producción intelectual prolífico desde 1970 (Moreno, 2011, p. 287) y que aún se encuentra “en proceso de formación” (Fazio, 1998, p. 47; véase también Carretero y Borrelli, 2008, p. 203). Toro (2008) plantea que el nacimiento de esta historiografía aparece dentro del “marco general del desarrollo de la historia contemporánea” (p. 45), por lo cual François Bédarida (1998) afirma que en principio el término correcto para estos estudios parecía ser el de “historia contemporánea”, pero teniendo en cuenta que el punto en el que esta última inicia se encuentra ubicado en 1789, con la Revolución francesa. “¿Cómo sostener, pues, que nosotros éramos los contemporáneos de Robespierre o de Napoleón? De ahí la sustitución del término radicalmente ambiguo de historia contemporánea, por la expresión tiempo presente que se ha impuesto e institucionalizado” (p. 21). “Una historia concebida como contemporánea resultaba ya ser una categoría agotada” (Toro, 2008, p. 46).

      Sobre la selección del concepto adecuado, Bédarida (1998) se pregunta acerca de la consolidación de tal expresión en vez de la de “historia inmediata”, y encuentra dos posibles razones: la primera tiene que ver con un “déficit de contenido científico que denotaba esta última”, y la segunda, por “el valor heurístico de la pareja pasado/presente totalmente ausente así mismo en ese concepto de inmediata” (pp. 20-21). Por su objeto de estudio, esta disciplina ha planteado nuevos interrogantes a la labor historiográfica, ya que estudia “un pasado que la historiografía –tal como se profesionalizó a partir del último tercio del siglo XIX– no había contado entre sus incumbencias: el estudio del pasado reciente, ya sea como ‘historia del tiempo presente’, como ‘historia actual’ o ‘historia inmediata’” (Bacha, 2011, p. 1), algunas de las diversas denominaciones con las que se le conoce (Toro, 2008, p. 45).

      Algunos historiadores, como Serge Bernstein y Pierre Milza, no obstante el hecho de reconocerle ciertas peculiaridades, consideran que en cuanto a sus objetivos, métodos y fuentes, la historia del tiempo presente casi no difiere de la historia del siglo XIX. Otros, como, Pierre Sauvage, en su artículo Una historia del tiempo presente, sostiene que “no es solamente un campo nuevo de investigación que se añade a los otros periodos ya existentes debido al irremediable avance del tiempo, sino que es un nuevo enfoque del pasado que sirve al conjunto de historiadores”. (Sauvage, citado en Fazio, 1998, p. 47)

      Uno de los interrogantes que ha ocupado las discusiones sobre la historia del tiempo presente ha versado sobre la definición del tiempo de estudio que comprende, para singularizarla “como una forma específica y particular de abordar nuestro complejo presente” (Fazio, 1998, p. 48). Así, por ejemplo, algunos autores sostienen que la dimensión cronológica por estudiar abarca los últimos cincuenta años o el punto de inflexión marcado por la Segunda Guerra Mundial. Sin embargo, encontrando confusa aún la diferencia entre la historia del tiempo presente y la historia contemporánea, Hugo Fazio refiere, por un lado, que esta última abarca los últimos cincuenta años, y esa afirmación es criticada por algunos que encuentran imposible su estudio dada la carencia de archivos y la escasa distancia con ella; por otro lado, está la historia del tiempo presente, resultado de “la universalización de los procesos de globalización y la erosión de los referentes de la época de la Guerra Fría y, […] un sentimiento de vivir en un mundo caracterizado por la urgencia”. Con ello, Fazio concluye que la historia del tiempo presente estudia la inmediatez, “la década de los años noventa, decenio en el cual ha alcanzado su máxima expresión la desvinculación entre presente y pasado y cuando todo el planeta parece ingresar a este tiempo mundial, del que sugestivamente nos habla Zaki Laidi” (pp. 51-52).

      En consecuencia, esta subdisciplina aparece en medio de un mundo que se globaliza a gran velocidad y se transforma en términos culturales gracias a los avances tecnológicos y los cambios económicos; con estos se ha producido un desplazamiento hacia el tiempo del mercado “el cual a partir de la velocidad del consumo, de la producción y los beneficios desvincula el presente del pasado, transforma todo en presente e involucra los anhelos futuros en la inmediatez” (Fazio, 1998, p. 51). Las sociedades se encuentran caracterizadas por ser “colectividades industrializadas, urbanas, ilustradas y letradas que exigen de los científicos sociales y también de los historiadores respuestas rápidas a sus múltiples preocupaciones que no se asocian con el pasado, sino con el presente más inmediato” (p. 50). La historia del tiempo presente entonces no es otra cosa que “la resultante de profundas transformaciones que están alterando los patrones sobre los cuales se cimienta la sociedad actual” (p. 50).

      El anterior enfoque económico de la globalización planteado por Fazio (1998) no es el único que se puede identificar, pues, como lo expone Marquardt (2014), “sería muy incompleto reducir el fenómeno de la globalización al intento de imponer un sistema mundo anarco-capitalista”. A partir de esto, el autor encuentra presente “la otra globalización”, inspirada por la “perspectiva de valores mundiales y su realización”, y evidenciada en los consensos sobre el derecho a la paz; los derechos fundamentales consagrados en la Declaración Universal de Derechos Humanos; la condena al genocidio a través de la Convención Internacional para la Prevención y la Sanción del Delito de Genocidio; el reconocimiento de los derechos liberales en el Pacto Internacional de Derechos Civiles y Políticos; la consolidación de los derechos sociales a través del Pacto Internacional de Derechos Económicos, Sociales y Culturales; el derecho al desarrollo y el derecho ambiental universal (p. 562).

      A partir del siglo XX, la historia pretende dar cuenta de los procesos que ocurren en el ámbito mundial (Toro, 2008, p. 44). Como se mencionó, Hugo Fazio (1998) reseña un aumento en la preocupación por el presente desde los años noventa, con “la caída del muro de Berlín y la consolidación de los procesos de globalización” (p. 50). Dentro de este marco, la historia del tiempo presente responde a una demanda social, a una necesidad social por comprender “las fuerzas profundas que están definiendo nuestro abigarrado presente” (p. 51); ella no responde “únicamente a demandas disciplinares, sino sociales, éticas y también políticas” (Carretero y Borrelli, 2008, p. 204), relacionadas con un “‘tiempo próximo’, […] un ‘pasado cercano’ y aun ‘actual’” (Bacha, 2011, p. 1), todas dirigidas a “dilucidar y comprender el presente a partir de una lectura del pasado inmediato” (Moreno, 2011, p. 288), e impulsadas por la siguiente consideración: “La sociedad en que vive se plantea preguntas referidas al pasado reciente, porque le es imprescindible comprenderse a sí misma”, para posicionarse en el presente y de cara al futuro (Díaz, 2007, p. 21).

      En tal sentido, la historia del tiempo presente no se puede considerar una nueva moda de la que se harían partícipes algunos historiadores, sino que es el producto de una necesidad social y de la necesaria evolución de la disciplina para adaptarse a las circunstancias de nuestro entorno. En este sentido, la historia del tiempo presente, al tiempo que es una perspectiva de análisis de lo inmediato, también debe considerarse como un periodo. (Fazio, 1998, p. 51)

      Esta historiografía se origina, además, motivada por disputar “el poder de explicación y el prestigio mediático de otras ciencias sociales, como la sociología y la ciencia política, y por un afán de disputar al periodismo el discurso sobre una porción del pasado de la que no se hacía cargo la historiografía académica tradicional” (Toro, 2008, p. 45), ya que la división del trabajo atribuía a los historiadores “la investigación erudita, paciente y profunda sobre el pasado”, mientras que al periodista, el conocimiento de la inmediatez, su recolección y organización (Bédarida, 1998, p. 19). En el fondo aparece “una inversión de la centralidad de lo que se entendía como misión de la historiografía en sus primeras formulaciones, en tanto conservación de la memoria de lo relevante del pasado” (Toro, 2008, p. 46), lo cual desencadenó

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