Pasado y presente continuo de la memoria de los familiares de desaparecidos. El caso de Simón en Justicia y Paz. Marcela Patricia Borja Alvarado

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se hace con testigos vivientes”, en un ejercicio de “confrontación entre la investigación y la memoria” (Bédarida, 1998, p. 25).

      Salvada la carencia de fuentes, aparece entonces en el escenario el argumento opuesto pero complementario, a saber: a pesar de que no hay carencia de fuentes para consultar, su sobreabundancia torna imposible su control, debido a la inaccesibilidad a los archivos existentes de forma paralela a los oficiales, tales como “los archivos privados, los recuerdos, testimonios, entrevistas, historia oral, medios de comunicación, prensa concretamente, las múltiples publicaciones de documentos oficiales o semioficiales. La llamada ‘literatura gris’, los trabajos de los periodistas de investigación, etc.” (Bédarida, 1998). Entonces, “dada la imposibilidad de la investigación que carece de fuentes, es preciso que sean agotadas las masas de materiales disponibles” (Bédarida, 1998, p. 24), y para que la sobreabundancia de fuentes no desborde los esfuerzos del historiador en la construcción del pasado, entra a cobrar relevancia el criterio de selección que se emplee (Moreno, 2011, p. 291).

      La segunda gran crítica recoge un problema de distancia en relación con el periodo estudiado; este a su vez presenta varias aristas. En primer lugar, aparece una discusión metodológica “acerca del quehacer del historiador: la necesidad de una distancia en el tiempo que medie el encuentro entre el investigador del pasado y este” (Toro, 2008, p. 36); en palabras de Gadamer, “cuando [un tema] está suficientemente muerto como para que ya solo interese históricamente” (Gadamer, citado en Toro, 2008, p. 42).

      Teniendo en cuenta la cercanía del historiador con el pasado reciente, diversos críticos han objetado la poca perspectiva de análisis que puede tener el historiador, pues es incapaz de conocer los efectos en el futuro del pasado relatado. “Él relatará la historia desde ‘su’ perspectiva, una perspectiva de cercanía temporal, que ignora, en parte, los efectos de aquellos acontecimientos que relata. No obstante, esta limitación no invalida el esfuerzo por esclarecer el pasado inmediato” (Díaz, 2007, p. 17). Bédarida (1998) es uno de los autores que cataloga a esta como “la verdadera objeción a poner a la historia del tiempo presente”, porque en ella se “debe analizar e interpretar un tiempo del cual no conoce ni el resultado concreto ni el final” (p. 24). Sin embargo, como lo propone Moreno (2011), ante este panorama lo que debe prevalecer es la conciencia del historiador, que parta “de la incapacidad objetiva de llegar a dilucidar el final de los acontecimientos que narra” (p. 291).

      Si bien la narración resultaría parcial y, desde una perspectiva, cercana, es preciso mencionar que corresponde también a cada generación escribir su historia, y así, quienes lleguen con posterioridad, tendrán siempre la posibilidad de modificar la visión que se tenía del pasado a partir del conocimiento de los efectos del mismo: “El saber histórico nunca es un saber acabado; siempre se puede ‘rehacer’ la historia y, más aún, se debe rehacer, es un imperativo ético, un deber del historiador para con la sociedad” (Díaz, 2007, p. 20).

      La historia del tiempo presente se muestra entonces como una historia provisional porque el “tiempo”, o el marco temporal seleccionado como objeto de estudio, obliga al historiador a presentar no solo las cosas como fueron, sino también como podrían haber sido de cambiar algunas de las circunstancias. En ese sentido, se trata también del “tiempo” de la historia virtual. (Moreno, 2011, pp. 291-292)

      Para mencionar el caso argentino al que alude María Paula González (2012), “[se] evidencia que la reconstrucción del pasado reciente es necesariamente inacabada, cambiante y en permanente revisión” a partir del “recorrido por la reconstrucción del pasado reciente […], con sus avances, retracciones, olvidos, silencios, expansiones y calmas, con sus narrativas de la memoria y sus investigaciones de la historia” (p. 8; véase también Sanmartín, 2014, p. 43).

      La segunda crítica, relacionada con la distancia entre el historiador y el pasado reciente, se refiere a la “objetividad” de estos estudios, ya que “la sacrosanta noción de ‘distanciamiento’ (recul), [aparecía] […] como el signo y la garantía indispensable de la objetividad” (Bédarida, 1998, p. 23).

      Una profesora […] suele decir que “el historiador no tiene que ser objetivo, tiene que ser honesto”. ¿Qué significa esta afirmación? Por una parte, reconocer que la objetividad, tal como se la entendía en el siglo XIX, no es posible ni deseable. No es posible porque el historiador –como sucede con cualquier científico en su respectiva disciplina– siempre está implicado en el proceso de conocimiento. La pretensión objetivante del viejo paradigma positivista debería ser, a esta altura, cosa del pasado. (Díaz, 2007, p. 17)

      La proximidad entre el historiador y el tema, en términos cronológicos, no debiera considerarse “como un criterio determinante para validar la objetividad de una investigación histórica, ya que por sí misma la distancia temporal no la asegura” (Toro, 2008, p. 42). Además, porque “la objetividad absoluta nos es inaccesible. Reconociendo también que no se alcanzan sino verdades parciales y limitadas, no la verdad global y absoluta” (Bédarida, 1998, p. 27). Esta nueva historiografía plantea realmente “una nueva mirada al tema de la distancia en el tiempo”, y en esta cercanía en “el estudio de problemas que se traslapan con la situación existencial del historiador” (Toro, 2008, p. 48) hay que admitir que, como las visitas al pasado hechas por los historiadores son guiadas por sus preocupaciones (p. 42), en sus trabajos están obligados a explicitar sus valoraciones (Bacha, 2011, p. 6): “No es ningún secreto […] que el historiador es un sujeto humano y como tal actúa en sus investigaciones” (Sanmartín, 2014, pp. 44-45).

      1.4. La relación historia-memoria

      Finalmente, otra de las controversias por las que ha pasado la historia del tiempo reciente, y que vale la pena rescatar por el interés que contiene para la presente investigación, tiene que ver con la relación entre historia y memoria. Por un lado, aparecen los defensores de la objetividad positivista, quienes se oponen a tal relación, ya que para ellos la historia se caracteriza por estar regulada, ser imparcial, crítica y ligada al descubrimiento de la “verdad histórica”, “mientras que la memoria sería siempre parcial, subjetiva, deformada y fragmentaria por definición” (Carretero y Borrelli, 2008, p. 204). Por otro lado, aparecen quienes asimilan “historia y memoria en un mismo nivel, planteando que todo relato histórico se basa en la memoria y que toda historia es una ficción, un relato construido en base a memorias” (Carretero y Borrelli, 2008, p. 204; véase también Sanmartín, 2014, p. 41).

      Mario Carretero y Marcelo Borrelli (2008) señalan además una postura que supera a las anteriores, rescatando las cualidades de la memoria y de la historia:

      La memoria puede señalar desde la ética y la política cuáles son los hechos de ese pasado que la historia debe preservar y transmitir (LaCapra, 1998, p. 20; citado por Franco y Levín, 2007, p. 42), o transformarse en una fuente privilegiada –no neutral– para la historia ante la imposibilidad de acceso a otras fuentes. Por su parte, la historia puede ofrecer su saber disciplinar para advertir sobre ciertas alteraciones sobre las que se asienta la memoria (Jelin, 2002; citado por Franco y Levín, 2007, p. 43), sin por ello anteponer “verdad histórica” a “deformación de la memoria”; también, según Ricoeur (1999, p. 41, citado por Lorenz, 2006, p. 280), la historia se vincula con el discurso de la memoria como un aporte documental, un modo explicativo y otro crítico (el documental aporta elementos para la construcción de una memoria, el explicativo ofrece una narración histórica que despliega explicaciones sobre el pasado y el crítico pone bajo juicio crítico a los discursos de la memoria). (Carretero y Borrelli, 2008, p. 204)

      Israel Sanmartín (2014) encuentra puentes entre la historia y la memoria en conceptos como los de “memoria histórica” y “memoria colectiva” (pp. 41-42). Menciona, además, que tanto memoria como historia “tienen que ver con la posición del individuo en la sociedad” (p. 41): “El historiador, en el análisis mismo de la memoria también entra a formar parte de las construcciones historiográficas de la memoria. Es

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