Solo por una noche. Katherine Garbera

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Solo por una noche - Katherine Garbera Deseo

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de las cámaras y del juego. Lo olvidó todo, aparte del hecho de estar en los brazos de aquel hombre, y que nunca se había sentido tan viva.

      Echaron a andar para salir del bar, perseguidos por la nube de paparazzi que les lanzaba preguntas. En cuanto llegaron a la calle, un Bentley se paró delante de ellos y un chófer les abrió la puerta.

      –Señor.

      –Malcolm –lo saludó él, sujetando la puerta para que ella entrase.

      En cuanto la puerta se cerró, Iris sacó el móvil y empezó a escribir.

      –Perdona –se disculpó–, es que tenía que encontrarme con mi gente de maquillaje y peluquería en el bar. Les estoy escribiendo para cancelar. Bueno, ¿quién eres? ¿Qué está pasando? ¿De verdad has accedido a pasar por mi chico durante cuatro días? Estoy segura de que no necesitas el dinero… a menos que seas un gigoló profesional… que no eres, ¿verdad?

      Él se tocó los labios y la miró como si no pudiera dejar de pensar en el beso. Siendo sincera, ella tampoco, pero quería fingir que no había ocurrido nada. Era una mujer gris, ¿no? Una mujer como ella no besaba a un desconocido, ni sentía aquella pasión abrasadora en un instante. Debía estar pillando la gripe. Sí, sería eso.

      –Me dijiste que te ayudara a cambio de inversión en mi proyecto –explicó–. No iba a hacerlo, pero al ver a lo que te estabas enfrentando, no he podido resistirme.

      –¿Estás haciendo esto por compasión?

      –No. Lo hago por dinero –contestó, guiñándole un ojo.

      Demonios, era tan guapo que por un minuto se limitó a devolverle la sonrisa… hasta que sus palabras calaron.

      –Entonces, ¿necesitas dinero? Pero no eres un gigoló, ¿verdad?

      –No conozco a nadie más joven que mi madre que use esa palabra.

      –Por favor, contéstame. ¿Aceptas dinero de las mujeres a cambio de salir con ellas?

      –Solo de ti.

      Estaba siendo muy mono, pero aquella situación había pasado de ser casi una broma a una realidad, y estaba comprometida por las fotos que les habían tomado y que seguro se hacían virales. Tenerlo a su lado iba a salvarle el cuello, pero al mismo tiempo crearía un montón de situaciones a las que su equipo y ella tendrían que enfrentarse.

      –Me alegro de saber que soy especial. ¿Dónde vamos? –preguntó.

      –Donde tú quieras que vayamos para hablar de esto.

      –¿Adónde los llevo? –preguntó el chófer sin apartar la mirada de la carretera.

      –Llévenos a Collins Commons –dijo. Era la dirección de su padre en el distrito financiero. Podrían tratar los detalles en una de sus salas de conferencias. Su teléfono empezaba a llenarse de mensajes. Era su equipo, que quería saber dónde estaba y quién era el bombón que estaba con ella.

      –¿Qué es Collins Commons?

      –La oficina de mi padre. Podremos hablar de tu proyecto, mi inversión en él y lo que voy a necesitar de ti este fin de semana. Creo que lo mejor es que lo pongamos todo por escrito para que no haya confusión.

      –¿Este fin de semana?

      –Sí. La boda Osborn-Williams en Nantucket.

      Zac se la quedó mirando en silencio y, al final, respiró hondo.

      –¿Tu padre se dedica a esta clase de cosas?

      –A inversiones, sí. A contratar hombres para un fin de semana, no. Creo que soy la primera de la familia que lo va a hacer.

      Desde luego tenía que reconocer que sabía cómo recuperarse en un abrir y cerrar de ojos. Estaba claro que había mucho más en Iris Collins de lo que se veía a primera vista. La había visto manejar lo ocurrido con más aplomo del que él tendría jamás. El único instante en que la máscara se le había resquebrajado había sido al besarla.

      Así que iba a asistir a la boda de su primo. Debería decirle quién era, pero igual entonces no se creía que buscaba inversores externos. Seguían siendo desconocidos, y decirle a la gente que era un Bisset le había complicado mucho la vida en el pasado.

      La sala de conferencias a la que los condujeron estaba bien amueblada. Bastante parecida a la impresionante sala de juntas que había en Bisset Industries.

      En algún momento iba a tener que decir quién era, pero aún no. Se lo estaba pasando bien. Ella le había arrebatado el control, había algo en aquella mujer que le fascinaba.

      El problema era que su familia también iba a asistir a aquella boda, y aunque él era muy celoso de su intimidad, la clase de relación de relumbrón que ella quería… podía despertar preguntas. Iba a tener que tomar decisiones rápidamente.

      –¿Te has asustado ya? –preguntó ella.

      –¿Y tú?

      –Yo, sí. Mira, has sido tan dulce acudiendo a mi rescate cuando iba a caerme, pero no estoy segura de que sepas dónde te estás metiendo.

      Se recostó en el sillón de cuero y repiqueteó con los dedos sobre el pecho, un movimiento que había visto hacer a su padre cientos de veces, siempre que se enfrentaba a un oponente en un consejo de administración.

      –Háblame de ello –dijo.

      Ella asintió y caminó hasta el otro lado de la mesa. El sol del verano se filtraba el ventanal, y pudo admirar su magnífica figura.

      –Como ya te he dicho antes, me dedico al estilo de vida. Mi carrera empezó con un blog, y fui asistente personal de Leta Veerland. No sé si habrás oído hablar de ella.

      –La conozco.

      Leta Veerland era la par de Martha Stewart. Había hecho carrera en los ochenta y los noventa con libros de estilo de vida, revistas y programas de televisión. Su madre la consideraba el summun del buen gusto y la emulaba en todas sus fiestas veraniegas de los Hamptons.

      –Me lo imaginaba. Ella quería recortar el show y yo comencé a aportar una perspectiva más fresca y joven, según ella misma dijo. Y la gente comenzó a responder. Ya han pasado siete años. Mi mercado ha ido creciendo y ha pasado de ser el de una-chica-soltera-en-la ciudad, al de vida-en-pareja-y–hogar…

      –Pero no tienes pareja.

      –Sí, bueno, salía con alguien, pero no funcionó. Y he ido dejando pistas que parecían decir que iba a revelar la identidad de mi chico nuevo en esta boda en la que soy dama de honor. También estoy promocionando el lanzamiento de un nuevo producto para futuras novias y esposas, así que…

      –Quedaría fatal que te presentaras sola –concluyó–. Vale, eso tiene sentido. ¿Qué es exactamente lo que necesitarías de mí si accedería a hacerlo?

      Se volvió, y Zac cayó en la cuenta de que, cuando hablaba de negocios, la dulzura desaparecía. Tenía una expresión tan seria de emprendedora que le recordó mucho a su padre y a su hermano Logan cuando estaban a punto de cerrar

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