Solo por una noche. Katherine Garbera

Чтение книги онлайн.

Читать онлайн книгу Solo por una noche - Katherine Garbera страница 6

Автор:
Серия:
Издательство:
Solo por una noche - Katherine Garbera Deseo

Скачать книгу

y se tomó su tiempo para llegar al otro extremo de la sala de conferencias. Le había llegado una mano ganadora, y aunque era consciente de que financiar la participación en la Copa América era un precio demasiado alto para que ella lo pagase por cuatro días de noviazgo, ambos estaban en una posición en la que no había otra salida.

      Ella no retrocedió cuando se le acercó hasta quedar a escasos centímetros el uno del otro.

      –Me temo que lo que necesito es muy valioso.

      Capítulo Tres

      Volver a casa, a Nantucket, siempre era un momento agridulce para Juliette Bisset. Su madre, Vivian, y ella habían tenido siempre una relación difícil mientras estaban en la ciudad, pero era curioso que, en Nantucket, siempre habían estado extrañamente unidas. A Musette, su hermana pequeña, le encantaba estar allí. Hacía casi veinticinco años que había fallecido. Seguía echándola de menos.

      –Me imaginaba que te encontraría aquí.

      Juliette se volvió. Era Adler, su sobrina, la hija de Musette. Se imaginó a su hermana muerta de risa porque su hija fuera a casarse con un miembro de la familia rival.

      –No puedo dejar de pensar en tu madre, estando aquí para tu boda.

      –Yo tampoco. La echo de menos –dijo Adler.

      –También yo –contestó, abrazándola–. Es como si estuviera aquí con nosotras.

      –Eso espero. Es una de las razones por las que he escogido Nantucket para la boda. Aquí es donde éramos más felices. Espero que las gardenias florezcan a tiempo para llevarlas en el ramo de novia.

      Juliette sabía que Musette las ponía en la habitación de la niña cuando era pequeña.

      –Seguro que sí.

      Adler se volvió a mirar las otras lápidas del cementerio familiar. La mayoría de sus antepasados estaban enterrados allí.

      –¿Por qué no tiene nombre esta lápida?

      Juliette sintió un peso de plomo en el estómago y la garganta se le cerró. Aquella pequeña lápida contenía su secreto más hondo y oscuro.

      –Es la del bebé que nació muerto.

      –Oh… qué triste. ¿Era de la abuela?

      –No. Anda, volvamos a casa antes de que empiece a llover.

      Adler se colgó del brazo de su tía para volver a la casa mientras hablaba de los detalles de última hora de los que tenía que ocuparse antes de que los invitados comenzasen a llegar, pero Juliette tenía el pensamiento en otra parte… en aquella diminuta lápida. A veces deseaba no haber ocultado nunca su nacimiento, pero las cosas no tenían marcha atrás, así que su bebé quedaría escondido para siempre allí.

      Volvieron a la casa por la puerta de la playa, en cuanto entraron, Dylan, el corgi de Vivian, corrió hacia ellas.

      –¿Ha estado bien el paseo, Juliette? –preguntó su madre al verlas llegar. Vivian rondaba los setenta, pero aparentaba menos edad. Llevaba unos pantalones blancos ajustados y un blusón que solo se había metido de un lado, y con un martini en la mano, se acercó a su hija para abrazarla. Luego, hizo lo mismo con Adler, pero lanzó un beso al aire. Juliette se había pasado años comparándose con los demás, y por un momento los celos viejos asomaron en su interior, pero los apartó con decisión. Ella también tenía una hija con la que, por fin, empezaba a sentirse unida, algo que jamás se habría esperado que ocurriera a aquellas alturas de su vida, ya con sesenta y un años.

      –¿Un martini, chicas?

      –Bien–dijo Adler.

      –Por supuesto –añadió Juliette. Aquel fin de semana iba a ser duro en más de un sentido, e iba a hacer cuanto estuviera a su alcance para enfrentarlo con encanto y una sonrisa irrompible.

      –¿En cuánto valoras tu colaboración? –le preguntó Iris a Zac. Seguían con la negociación. Iris intentaba continuar centrada, pero es que olía tan bien, y con el beso de antes…

      –Estoy organizando mi propio equipo para competir en la Copa América.

      Ella parpadeó. No era lo que esperaba oír. Sabía poco de esa competición, excepto que el director general de Oracle había ganado la copa para Estados Unidos unos años atrás, y que para lograrlo había tenido que invertir un montón de dinero y de tiempo.

      –¿Así te ganas la vida? ¿Navegando? ¿O es una afición?

      –Es mi trabajo. Tengo también otros intereses, pero dedico la mayor parte del tiempo a entrenar y a participar en regatas por todo el mundo. He estado en Australia estos últimos años, y esperaba poder capitanear el equipo con el que estaba entrenando, pero ellos han tomado otra dirección y a mí no se me da bien acatar órdenes, así que estoy probando por mi cuenta. Necesito inversores que quieran patrocinarnos.

      –Puedo ayudar –dijo–. De hecho, mi padre maneja toda clase de inversiones y creo que quizás podría estar interesado en algo así. Siempre está intentando diversificar, y esto es un nicho.

      –Lo es –corroboró–. ¿Quieres que sepa que me has contratado?

      –No. Lo que estoy pensando ahora es que tú y yo vamos a estar juntos cuatro días en la boda y, dado que esto va a ser una inversión muy importante, ¿podríamos extender el acuerdo, digamos, tres meses, para poder terminar con mi lanzamiento de producto? Luego podrías seguir adelante con lo del equipo y podríamos separarnos, pero así no parecería que ha sido solo para la boda.

      Ahora que sabía lo que él quería, era más fácil seguir centrada. Se acercó a la pizarra, sacó dos cuadernos y lápices antes de pulsar el botón del intercomunicador para llamar al asistente.

      –Hola, Bran. Soy Iris. ¿Podrías enviarnos unos refrescos a la sala de conferencias pequeña?

      –Por supuesto, Iris. Pediré fruta y esas galletas que te gustan. ¿Quieres algo fresco o café?

      –¿Quieres café? –preguntó a Zac.

      –Genial.

      –Sí, por favor. Café para dos.

      –Por supuesto –dijo Bran, y colgó.

      Empujó uno de los cuadernos hacia Zac y se sentó. Él se sentó a su lado.

      Demonios… era imposible no observarlo mientras se movía. Tenía una gracia liviana y masculina. Aún seguía mirándolo cuando se sentó.

      –¿Qué estamos haciendo?

      –He pensado que podríamos escribir lo que necesitamos. ¿Qué te parece lo de los tres meses?

      –Ni siquiera estoy seguro de lo que quieres de mí.

      –Necesito que seas mi novio en público. Que te hagas fotos conmigo, claro. Tienes que darme permiso para que las utilice en las redes sociales. Hay un evento de cuatro días que es la boda, y necesito que estés a mi lado todo el tiempo. Una vez haya terminado la boda, creo

Скачать книгу